miércoles, 30 de junio de 2021

Para que no se diga “¡no tiene nombre!”: nombre, tiene

Para que no se diga “¡no tiene nombre!”: nombre, tiene

“Con gran dolor, debo transmitir al pueblo de la Nación Argentina el fallecimiento de este verdadero apóstol de la paz y la no violencia”, dijo Isabelita por cadena nacional a las 14.10 del 1 de julio de 1974.

“Verdadero apóstol de la paz y la no violencia”: es valorable que en momentos tan graves para ella y el gobierno, la vicepresidenta tuviera resto para una humorada de ese calibre, referida

—al creador de la Triple A,

—al que cajoneó la matanza de Rincón Bomba,

—a quien impulsó y dio forma a lo que más tarde se llamó Operación Cóndor.

(En efecto, fue por iniciativa y orden del General que en febrero de 1974 el comisario Villar reunió en Buenos Aires a los jefes policiales del Cono Sur —salvo Brasil—, y fue entonces cuando se aprobaron los lineamientos de la coordinación represiva que se llevó tantas vidas en estas tierras, e incluso en España.)

Fuera aquella declaración una bromita de Chabela, o una manifestación de su desorden mental, lo que no es broma es que no haya ciudad o pueblo de la república que no cuente con una calle, una plaza y/o un monumento dedicado a quien, de no haber existido Videla, sería el asesino más feroz de nuestra historia institucional.

Supongamos que haya quien se niegue a reconocer los crímenes del que proclamó por TV a toda la Nación la consigna de “exterminar uno a uno” a todos los subversivos. No podrá, sin embargo, negar que el “Primer Trabajador” fue partícipe de los dos primeros golpes militares contra gobiernos civiles: en el de 1930 tuvo un papel secundario, pero en el de 1943 alcanzó cargos importantes e incluso la vicepresidencia del gobierno de facto.

¿Cómo se explica que si todos los figurones involucrados en alzamientos militares fueron —a partir de 1983— borrados del nomenclátor de nuestros municipios, sea justamente el más dañino de ellos quien recaude año a año nuevos galardones?

Bueno, la explicación —e incluso la misma necesidad de ella— sería muy debatida. Nos conformamos con encontrarle un nombre a este trastorno, que es abarcativo también de la caída en picado de la nave que tripulamos: “Setenta y cinco años de hegemonía peronista”.

@juandelsur2

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