Se ha propuesto que, en su honor, el engendro lleve el nombre científico de Peronist
sinistram astaritii
Simulación informática propuesta por patólogos del Karolinska Institutet de Suecia. En el centro de la imagen, el Peronist sinistram astaritii.
Esta mañana conversaba con un vecino —buena persona, dicho sea de paso— quien me aleccionaba (resumo malamente) con que la izquierda es muy débil y si quiere influir sobre la realidad debe juntarse con otras fuerzas. Y que la más indicada es el kirchnerismo, porque es el que puede ponerle freno al fascista Macri y, aunque la K no se declara socialista, siempre ha estado del lado de los necesitados, e incluso tiene en sus filas a dirigentes que son comunistas: mencionó a Sabbatella, Zannini, Kicillof, Heller.
Hay en esto un exceso de prodigalidad con ciertas palabras: Macri no es fascista, ni los que nombró son comunistas porque lo hubieran sido alguna vez o, mucho menos, por haber tenido un carné que lo dijera.
Y hay otra conclusión errónea: nadie es automáticamente bueno por combatir contra un malo. Puede, incluso, ser peor que este. Para hacerla fácil, recordemos a Bugs Moran, O’Banion y Al Capone.
Ahora bien: mi vecino-amigo PC es una persona sencilla, menos rigurosa que entusiasta. Sus palabras son dictadas por la emoción o, más aún, por el deseo.
Astarita no es así: sus análisis son organizados, minuciosos, precisos. Y, sin embargo, en una nota suya* da por existente una especie llamada “peronismo de izquierda”, “alineada con el kirchnerismo”, aclara.
Pero peronista de izquierda es un oxímoron, es como hablar de un pez hidrófobo. La denotación de ambas palabras impide relacionarlas: una de las dos, al menos, debería estar tomada en un sentido que no es el comúnmente aceptado.
Probablemente Astarita no cree en la existencia de ese animal mitológico llamado “peronista de izquierda”, y por comodidad usó la expresión para identificar una de las corrientes del peronismo. Que, si efectivamente son peronistas, tienen una característica esencial que, esa sí, no puede estar ausente en ninguna de ellas, lo cual las hace incompatibles con la izquierda.
Pero esa “comodidad” de Astarita tiene su costo. Porque refuerza un malentendido que ya muchas personas padecen, y que les dificulta formarse una idea correcta de la realidad y, en consecuencia, tomar las decisiones adecuadas.
Y es a causa de ese y de otros muchos malentendidos que la izquierda tiene el 5,6 % de los votos y sus enemigos, como bien los llama Astarita, el 94,4. Nótese
que Astarita admite por un lado la existencia de “peronistas de izquierda” y a
continuación los engloba numéricamente entre los enemigos de la izquierda: algo falla.
Tengamos en cuenta que aunque todos los países del mundo pueden presumir de un amplio surtido de partidos patronales —algunos bastante antiguos y exitosos en términos electorales y en el cumplimiento de sus designios— no hay ninguno que pueda jactarse, como la Argentina, de tener un partido contrarrevolucionario que mantiene la hegemonía política, ideológica, cultural y organizativa sobre los trabajadores y los grupos sociales vulnerables en general desde hace casi tres cuartos de siglo.
Por eso me parece particularmente nocivo agregar confusión a una patología que está en la base de la mayoría de los males de nuestra sociedad.