Por supuesto, no hablo del menesteroso chiquitaje de las estampitas, las imágenes, las pulseritas, los choripanes, las velas y toda la parafernalia que los avispados le encajan a promesantes en estado terminal de obnubilación. Las grandes devociones populares (las "vírgenes" de Luján, de Itatí, de San Nicolás; San Cayetano; el Gauchito Gil; la Difunta Correa) tienen sus beneficiarios grosos en términos de décadas de usufructo del poder sin padecer molestos cuestionamientos y de decenas de puntos porcentuales en la distribución de la renta.
¡Ah, las devociones populares, qué gran invento! ¿Para qué? Para que al pueblo humilde le "den fuerzas para soportar las pesadas contradicciones de la vida" (Rubén Dri). Prestemos atención: "soportar las pesadas contradicciones de la vida", en lugar de reconocerlas, acometerlas, superarlas.
Sí, pero alrededor de estas creencias "la imaginación popular crea, dibuja, proyecta un espacio utópico que le permita vivir", dice Dri... Y así se pueden agregar chorreras de palabras de esas contra las cuales la razón se quiebra los dientes. Pero como si esto fuera poco, además está la bala de plata: el argumento numérico. Es el "mérito santificante de la magnitud" de que hablaba Ambrose Bierce en el "Diccionario del Diablo" (¿no lo leíste?: ¡no sabés lo que te estás perdiendo!). Así es: si son muchos, ¡tienen razón! Los promesantes, los devotos, son cientos de miles, por lo tanto expresan una verdad profunda e incuestionable y hay que respetársela. Y, sin embargo, es exactamente al revés: porque son muchos hay que combatir y desbaratar sus supersticiones: si fuera un lunático suelto, su credulidad no sería socialmente significativa. Pero cuando numerosos individuos (¡los más postergados!) se guían por motivaciones que los llevan a no operar sobre la realidad, obtenemos un resultado que, técnicamente, se llama República Argentina: un país rico en el cual mucha gente pasa hambre, y donde la brecha entre los más pobres y los más ricos se amplía sin cesar. Entretanto, el sector explotador le pone alfombra roja a todas las devociones populares, porque como decía Alfredo Zitarrosa (“Diez décimas de saludo al pueblo argentino”),
¡Ah, las devociones populares, qué gran invento! ¿Para qué? Para que al pueblo humilde le "den fuerzas para soportar las pesadas contradicciones de la vida" (Rubén Dri). Prestemos atención: "soportar las pesadas contradicciones de la vida", en lugar de reconocerlas, acometerlas, superarlas.
Sí, pero alrededor de estas creencias "la imaginación popular crea, dibuja, proyecta un espacio utópico que le permita vivir", dice Dri... Y así se pueden agregar chorreras de palabras de esas contra las cuales la razón se quiebra los dientes. Pero como si esto fuera poco, además está la bala de plata: el argumento numérico. Es el "mérito santificante de la magnitud" de que hablaba Ambrose Bierce en el "Diccionario del Diablo" (¿no lo leíste?: ¡no sabés lo que te estás perdiendo!). Así es: si son muchos, ¡tienen razón! Los promesantes, los devotos, son cientos de miles, por lo tanto expresan una verdad profunda e incuestionable y hay que respetársela. Y, sin embargo, es exactamente al revés: porque son muchos hay que combatir y desbaratar sus supersticiones: si fuera un lunático suelto, su credulidad no sería socialmente significativa. Pero cuando numerosos individuos (¡los más postergados!) se guían por motivaciones que los llevan a no operar sobre la realidad, obtenemos un resultado que, técnicamente, se llama República Argentina: un país rico en el cual mucha gente pasa hambre, y donde la brecha entre los más pobres y los más ricos se amplía sin cesar. Entretanto, el sector explotador le pone alfombra roja a todas las devociones populares, porque como decía Alfredo Zitarrosa (“Diez décimas de saludo al pueblo argentino”),
...si protegen sus ganancias,
la decencia y la ignorancia
del pueblo, son sus amores:
no encuentra causas mejores
para comprarse otra estancia.