Dos mascarones de la ciudad de Salta
Le dijeron: mande estos cables desde acá hasta allá. Y cumplió.
Inexplicable.
Primera foto: El tipo que tendió estos cables sabe algunas cosas:
digamos, las más inmediatamente relacionadas con el trabajo que le
encomendaron. Sabe que la recta es la menor distancia entre dos puntos, que
aplicando ese conocimiento ahorra cable, que los cables tensos no se agitan con
el viento y no marcan los muros ni hacen ruido, etcétera. No sabe (o le han
ordenado que los ignore) que hay otros valores que trascienden lo crasamente
práctico. Pero si él los conociera, o le indicaran que los respetara, estaría
en condiciones mentales de aplicarlos, como lo hace con los de índole técnica.
Segunda foto: El que tendió estos cables no tiene guía —ni siquiera su
ruda conveniencia— que lo oriente en el mundo caótico en que "vive".
A mí, sin exageración, me resulta asombroso que haga colgar el seno de las
catenarias justo por delante del mascarón, sin que haya razón alguna que lo
justifique: sin necesidad. Más: con perjuicio para cualquier objetivo sensato que se
tenga en la mira.
Son dos situaciones distintas,
¿verdad?
El historiador y economista
italiano Carlo Cipolla intentó responder de forma exhaustiva el interrogante
acerca de la naturaleza de la estupidez. En los párrafos siguientes resumo
algunas de sus ideas.
En su tercera ley de la estupidez
define al estúpido como una persona cuyos actos tienen consecuencias negativas
en la vida de otra persona o grupo de personas sin que eso le traiga algún tipo
de beneficio a él mismo, pudiendo incluso dañarlo.
El estereotipo generalizado es que
el tonto sólo se hace daño a sí mismo. No, no hay que confundir a los estúpidos
con los pobres incautos.
La gente estúpida es peligrosa
porque para las personas racionales es muy difícil comprender la "lógica" del
comportamiento irracional.
Una persona inteligente es capaz
de entender la lógica de un malvado porque el malvado es racional y su única
intención es conseguir beneficios (o, también, causar daño, por la razón que fuere), pero no es lo suficientemente listo para
obtenerlos rápido legalmente. El malvado es predecible y por eso es posible
defenderse de él.
Pero cuando los estúpidos entran en escena el cuadro cambia completamente. Ellos causan daño sin obtener para sí ni promover socialmente ningún provecho. Por sus actos la humanidad trastorna su experiencia, depaupera su
gusto y disipa sus recursos.
Por último: los estúpidos no solo
tiran cables, sino que se distribuyen en todos los sectores de la sociedad. La
política es uno de ellos, pero ¡ojo!, no en los altos niveles. Con ligereza se
suele decir de algún personajón que es estúpido o estúpida (con otras
palabras): nada que ver. Estúpidos son los que los encaramaron allí, con su
voto, con su opinión o con su desidia.
Tengo afición por los mascarones
(y otras yerbas). Pero los resignaría con gusto a cambio de una sociedad
consciente y comprometida.
@juandelsur2