No me subieron a un avión
ni me abrieron con un corvo el vientre
tampoco me arrojaron al mar
pero me subieron hasta casi donde no se resiste
ni la fiebre ni el horror
y abrieron mi corazón para que lo poblara
la angustia la desesperación
luego me arrojaron a la ciudad como al mar
a sucuchos de mala muerte y peor vida
y el pan de cada día me lo negaron
con pretextos ensangrentados.
No me enterraron en una fosa común
pero sí me enterraron en mí mismo
como en una celda de cemento fría y húmeda.
He estado en mí sin juicio alguno
pero de vez en cuando me torturan con los aniversarios
a los que le suman la tortura psicológica
como internarme en la risa de las pantallas de televisión
en ese territorio donde no hay caminos ni salidas
y el frío mortuorio entra en mi sangre y repto sobre la sangre.
En verdad no soy un detenido desaparecido
pero soy un detenido alguien que se para
antes de decir la verdad a los asesinos que andan sueltos
y soy un desaparecido busco preguntando dónde está
el muchacho idealista que luchaba contra la dictadura
dónde está el joven enamorado de la libertad y la justicia.
No me subieron a un avión ni me rajaron el vientre
ni me lanzaron al mar
pero lo que hicieron conmigo se parece tanto a eso
que a veces grito buscándome
y me desespero porque pasan los años y no me encuentro.
Osvaldo Ulloa.
(Agencia Walsh- No Todo Es Verso – 16-11-2008.)
miércoles, 6 de mayo de 2009
viernes, 1 de mayo de 2009
Cautivos en manos de idiotas
“Una persona estúpida es la que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.”
Carlo Cipolla.
Esta semana recibí —con un adjunto en pps— un mail titulado “Cafe [sic] y dengue”, que pesó 3070 KB. ¿Por qué pesó tanto?: porque incluye unas fotos de un pocillo de café, de un par de jardines de casas elegantes y de una huerta, y el dibujo cómico de un mosquito. Ese correo, en un día de tráfico particularmente lento en la red, tardó casi 30 minutos —tengo conexión telefónica— en bajar a mi computadora. Las imágenes —lo ratifico, por si no fui claro— no agregaban absolutamente nada a la comprensión del mensaje. El texto, o sea lo que pudiera, según el juicio de cada uno, tener de útil ese correo, pesaba 3,44 KB. Entiéndase: con cerca de novecientas veces menos KB se podría transmitir lo mismo... pero mejor.
Sabemos que las empresas de comunicación y los prestadores de servicios de internet ganan de acuerdo con el tiempo de conexión que brindan: estos correos pesados son, claramente, el negocio de ellos y por eso los estimulan.
Pero, ¿qué ganamos los usuarios? Para empezar a entrarle a esta cuestión por algún lado, les cuento que esta semana, también, salió la información de que “el envío de correos no deseados a las computadoras de todo el mundo supone a lo largo de todo un año un gasto energético de 33.000 millones de kilovatios hora (Kwh), una cantidad de electricidad que podría abastecer a 2,4 millones de hogares”. Y esto incluye a spam que pesan 2 o 3 KB, como algunos que recibo: figúrense el daño que causan correos que pesan mil veces más (y que, paradójicamente, quienes los envían, si tienen ocasión, se declaran ardientes defensores del ambiente sano y campeones de la lucha contra la contaminación).
Además de este derroche de energía y la contaminación que ello causa, consideremos la pérdida de tiempo infligida a los destinatarios y la ralentización de toda la red a causa de esta basura dando vueltas y acumulándose en las memorias de los servidores. O sea, estamos dilapidando la adecuada utilización de un instrumento que debiéramos usar con economía y pericia casi quirúrgicas.
Sin embargo, sabemos que hay gente idiota (no es un insulto, es un diagnóstico) que cada vez que recibe un correo con dibujitos dice ¡qué lindo! e inmediatamente lo reenvía a sus contactos y, lo que es peor, a las listas de correo que, si vamos a su origen, se gestaron para intercambiar ágilmente información con una temática determinada.
Y aquí estamos los suscriptores de esas listas: cautivos en manos de idiotas. Expuestos a infradotados de mentalidad tan infantil que necesitan que un texto sea acompañado de figuritas, aunque éstas no agreguen ninguna información. Necios que nos mandan a mansalva sus detritos. Impunemente.
Muchos de estos correos imbéciles son emitidos en horarios laborables, lo cual hace pensar que, al menos, los costos de algunos de ellos, en términos de conexión, de equipos y de tiempo no corren a cargo de sus autores. Pero sí de quienes los recibimos en nuestras computadoras hogareñas.
Más cosas paradójicas
Es curioso que muchas veces los mensajes que indican un procedimiento, como en el reciente caso de la “trampa para mosquitos”, ¡vienen sin ninguna imagen demostrativa! Y, lo que es aún más asombroso, que responsables de listas envíen, trunco, el principio de mensajes de texto —que raramente superan los 200 KB—, con la leyenda “Quien lo quiera completo, que lo pida”, y en cambio no nos consulten, por ejemplo, para enviarnos un cartel perfectamente omitible, como el titulado “Peña ‘Los nueve monstruos’”, de 3350 KB.
Daré otros ejemplos: esta semana bajé de internet un trabajo de 55 páginas —un pequeños libro— en cuerpo 12, formateado en Word (cuerpos de títulos y subtítulos, tipos y colores de letras, notas, etcétera): 372 KB. Compárese con los 3232 KB del desmesurado e inútil cartel (“III Fiesta de la semilla en Buenos Aires”) que manda un idiota, tan desproporcionado que hay que mover varias veces las barras de desplazamiento para verlo por pedazos, sin lograr una imagen completa porque no cabe en la pantalla, ni en sentido vertical ni horizontal. El texto que acompaña a este cartel pesa 41,5 KB: o sea que lo “importante” del mensaje se podía decir con 3190 KB menos de derroche de energía, de tiempo, de espacio en la red virtual. Y lo de “importante” lo escribo así entre comillas pues, en definitiva, qué es lo importante para sí lo decide, como dije, cada destinatario, pero lo que el destinatario no puede elegir es el “peso” con que recibe cada envío, pues eso lo ha decidido el emisor: es irreversible.
Cuando uno se dirige a un grupo de destinatarios, como, por ejemplo, una lista de correos, debe guiarse por la mesura y la prudencia, y no bloquearles la casilla, prácticamente, con mensajes pesadísimos que quizás al destinatario ni le conciernen ni le atraen. Pero, claro: ¿cómo pedirle a un idiota mesura, prudencia, criterio, consideración por los demás?
Están también los que mandan correos a una lista cuyos mensajes no leen, de modo que reiteran cosas ya publicadas. Muchachos, tengan un mínimo de compromiso con las listas a las cuales pertenecen: si NO leen los mensajes procedentes de ellas, tampoco escriban en ellas.
Soluciones
Lamentablemente, es difícil, dado el grado de deterioro de la subjetividad que padecen muchas personas, entenderse con ellas en términos de racionalidad. Quizá, si en las listas se pudiera colocar un filtro para bloquear los mensajes superiores a 200 KB (que ya es una enormidad), eso sería una solución. Si esto no fuera factible, se podría pensar en hacer una primera advertencia a quien manda un correo pesado, y a la segunda vez se lo borra de la lista.
Y las personas honestas e inteligentes, cuando tienen algún correo muy pesado que consideran de posible interés para el grupo, siempre cuentan con el recurso de mandar uno previo resumiendo su contenido y ofreciendo a quien lo quiera enviárselo completo a su casilla personal.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)