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En estos días, a propósito de los aniversarios de golpe del ’76 y del fallecimiento de Alfonsín, arrecia el aguacero ideológico dirigido a que los estratos sociales desfavorecidos por el sistema imperante no alcancemos una real comprensión sobre hechos centrales de nuestra historia. Ello, facilitado porque vivimos en un país en el cual casi siete décadas de irracionalidad hegemónica no sólo han destruido en su mayor parte la conciencia sino, además, la inteligencia de los ciudadanos. Con esa ventaja, los usufructuarios del poder y los privilegios, sus cómplices y sus empleaduchos de los medios, se lanzan a una competencia para ver quién aporta más confusión y desinformación al extravío colectivo.
Contra esto, en todos los ámbitos en que actúo, siempre he dicho algo, pero mis balbuceos son acallados por el aluvión de la ideología dominante que, como sabemos, es la ideología de la clase dominante (aunque muchos de sus difusores no tengan nada en común con los detentadores del privilegio y —más aún— subjetivamente se consideren enemigos de éstos).
¿Ejemplos de las falacias que nos inculcan, explícita o subliminalmente?:
—que la represión y el genocidio empezaron el 24 de marzo de 1976;
—que los represores fueron menos de mil;
—que las víctimas de la represión "desaparecieron".
De la última me he ocupado —una vez más— en estos días. La primera se contesta con los dos mil muertos, los novecientos detenidos-desaparecidos, las bombas, las amenazas y el terror adueñado de las calles que allanaron el camino al golpe de marzo del ’76. La segunda, que es impulsada por nuestra presidenta, ha tenido otra refutación contundente —por si hiciera falta— al conocerse que durante la dictadura el batallón 601 de inteligencia del Ejército tuvo 4.300 colaboradores. Se llama de “inteligencia” aunque sus miembros no se dedicaran a resolver ecuaciones diferenciales, sino a indicarle a los grupos de tareas —a partir de datos proporcionados por informantes o infiltrados u obtenidos mediante tormentos a prisioneros— las personas a ser secuestradas, torturadas y asesinadas. ¿Qué dirá ahora la presidenta: que los 4.300 del 601 no son represores, o tirará a la basura lo que ha venido sosteniendo?
"No lo vamos a hacer más"
Pero reparo en que he insistido muy poco con la más peligrosa de las mistificaciones: el "nunca más", o sea, la idea de que nuestra sociedad aprendió del horror que padeció y ha contraído el compromiso definitivo de que no se volverá a repetir. Este es un disparate tan pueril que, si pudiera, me revolcaría por el piso de risa.
Pero no puedo, porque encubre y propicia futuras tragedias peores aún a la que hemos padecido.
Hay dos modos de que no se vuelvan a repetir otras represiones sangrientas: 1) que no haya explotación ni privilegios insultantes; 2) que si hay vastos sectores sociales relegados y oprimidos, estos se dejen pisotear y hambrear pasivamente hasta el fin de los tiempos. Respecto del primer punto, ya sabemos: el sistema, aquí y en todas partes, tiende a incrementar la desigualdad social. En cuanto al segundo supuesto, es improbable.
Si se asume que los depredadores están matando gente para ellos ignota en este mismo momento —a conciencia y sin miramientos— de muchas formas silenciosas, se comprenderá que no tendrían impedimento moral en hacerlo ruidosa y brutalmente con quienes pusieran en riesgo sus prerrogativas. Que lo único que los detiene no es el juramento de que "no lo vamos a hacer más", sino que, por ahora, no se ven peligro.
Ahora hay violencia: desocupación y trabajo en negro, sueldos y jubilaciones insuficientes, hambre, hacinamiento, devastación ambiental, deficiente sistema de salud. Cuando los perjudicados se subleven habrá, además, violencia represiva: el idílico "nunca más" es una ficción para que cuando esto suceda no nos encuentre preparados. Piense un momento en quiénes se centra la parte activa de la promesa del "nunca más": el gran capital, los "partidos populares", las fuerzas armadas y de seguridad. Son los que exigieron la anterior matanza, la realizaron, la facilitaron o la apañaron. Si hay una cosa segura es que volverán a hacerlo cada vez que lo necesiten y puedan.
Para que eso no suceda no valen el ferviente deseo, ni los acuerdos, ni los discursos, ni las leyes más severas. Lo único que puede impedirlo es que los asesinos se encuentren en una relación de fuerzas desfavorable.
Y el único medio en nuestras manos para conseguir eso es que dejemos de tener como dirigentes a nuestros verdugos.
Contra esto, en todos los ámbitos en que actúo, siempre he dicho algo, pero mis balbuceos son acallados por el aluvión de la ideología dominante que, como sabemos, es la ideología de la clase dominante (aunque muchos de sus difusores no tengan nada en común con los detentadores del privilegio y —más aún— subjetivamente se consideren enemigos de éstos).
¿Ejemplos de las falacias que nos inculcan, explícita o subliminalmente?:
—que la represión y el genocidio empezaron el 24 de marzo de 1976;
—que los represores fueron menos de mil;
—que las víctimas de la represión "desaparecieron".
De la última me he ocupado —una vez más— en estos días. La primera se contesta con los dos mil muertos, los novecientos detenidos-desaparecidos, las bombas, las amenazas y el terror adueñado de las calles que allanaron el camino al golpe de marzo del ’76. La segunda, que es impulsada por nuestra presidenta, ha tenido otra refutación contundente —por si hiciera falta— al conocerse que durante la dictadura el batallón 601 de inteligencia del Ejército tuvo 4.300 colaboradores. Se llama de “inteligencia” aunque sus miembros no se dedicaran a resolver ecuaciones diferenciales, sino a indicarle a los grupos de tareas —a partir de datos proporcionados por informantes o infiltrados u obtenidos mediante tormentos a prisioneros— las personas a ser secuestradas, torturadas y asesinadas. ¿Qué dirá ahora la presidenta: que los 4.300 del 601 no son represores, o tirará a la basura lo que ha venido sosteniendo?
"No lo vamos a hacer más"
Pero reparo en que he insistido muy poco con la más peligrosa de las mistificaciones: el "nunca más", o sea, la idea de que nuestra sociedad aprendió del horror que padeció y ha contraído el compromiso definitivo de que no se volverá a repetir. Este es un disparate tan pueril que, si pudiera, me revolcaría por el piso de risa.
Pero no puedo, porque encubre y propicia futuras tragedias peores aún a la que hemos padecido.
Hay dos modos de que no se vuelvan a repetir otras represiones sangrientas: 1) que no haya explotación ni privilegios insultantes; 2) que si hay vastos sectores sociales relegados y oprimidos, estos se dejen pisotear y hambrear pasivamente hasta el fin de los tiempos. Respecto del primer punto, ya sabemos: el sistema, aquí y en todas partes, tiende a incrementar la desigualdad social. En cuanto al segundo supuesto, es improbable.
Si se asume que los depredadores están matando gente para ellos ignota en este mismo momento —a conciencia y sin miramientos— de muchas formas silenciosas, se comprenderá que no tendrían impedimento moral en hacerlo ruidosa y brutalmente con quienes pusieran en riesgo sus prerrogativas. Que lo único que los detiene no es el juramento de que "no lo vamos a hacer más", sino que, por ahora, no se ven peligro.
Ahora hay violencia: desocupación y trabajo en negro, sueldos y jubilaciones insuficientes, hambre, hacinamiento, devastación ambiental, deficiente sistema de salud. Cuando los perjudicados se subleven habrá, además, violencia represiva: el idílico "nunca más" es una ficción para que cuando esto suceda no nos encuentre preparados. Piense un momento en quiénes se centra la parte activa de la promesa del "nunca más": el gran capital, los "partidos populares", las fuerzas armadas y de seguridad. Son los que exigieron la anterior matanza, la realizaron, la facilitaron o la apañaron. Si hay una cosa segura es que volverán a hacerlo cada vez que lo necesiten y puedan.
Para que eso no suceda no valen el ferviente deseo, ni los acuerdos, ni los discursos, ni las leyes más severas. Lo único que puede impedirlo es que los asesinos se encuentren en una relación de fuerzas desfavorable.
Y el único medio en nuestras manos para conseguir eso es que dejemos de tener como dirigentes a nuestros verdugos.