viernes, 14 de agosto de 2009

Un cuento de Feinmann “el bueno”

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El filósofo oficial junto al gremialista oficial.

La [pen]última babosada de Feinmann

Ni siquiera, tampoco, la penúltima: seguro que desde ésta ha agregado muchas más. Se trata del cuento —en todos los sentidos de la palabra— La última invasión de Buenos Aires, publicado en “Página 12” y reproducido en los infinitos sitios de internet, revistas, boletines y pasquines peronistas que, con generosidad inconsulta, costeamos con nuestro bolsillo. La historia es ésta: en un futuro próximo (mayo de 2014) “los negros” del conurbano, hartos de miseria y atropellos, invaden la ciudad de Buenos Aires, no con intenciones revolucionarias —eso acarrearía a nuestro filósofo el compromiso de señalar qué cambios pretenden, y que ideología los inspira y organiza— sino con el sano propósito de matar a los hombres, comerse a los niños y violar a las damas, las cuales predisfrutan esas atenciones con “sonrisa sensual, profana, prostibularia y gozosa”. En este punto, el lector se preguntará por “las negras” del conurbano y qué pito tocan en la historia de Feinmann. Pues bien, no han sido olvidadas, claro que en un sentido peronista, o sea el que marcó la compañera Evita: acompañan, sin manifestar objetivos propios. Salvo, por supuesto, en el más obvio de los estereotipos machistas:

Otros varones son destripados por turbas de mujeres rabiosas, que no sólo cortan sus penes sino que los injurian al reírse de sus dimensiones, al exclamar: “El de mi negro le saca medio metro a esta porquería”.

En el cuento, algunos ejemplares de la intelligentsia porteña y comunicadores mediáticos, a quienes Feinmann es desafecto, aparecen con el nombre levemente cambiado (“Sebrela”, por Sebreli, y así) repudiando la invasión y llamando a combatirla: sobre ellos cae la justicia poética. En contraste, otros personajes adoptan una posición favorable al sanguinario motín, y éstos reciben las honras ficcionales del autor: Verbitsky y Wainfeld (amigos y “del palo”); Osvaldo Bayer —que no se queje ahora, se lo ha buscado largamente—; el jefe del Ejército (y el Ejército, en sí); Norberto Galasso, y el propio Feinmann. Veamos lo referente al “Ejército” [sic, “Ejército”, no “Fuerzas Armadas”: para nada casual]:

El ministro de Defensa se comunica con el jefe del Ejército, general Bustos. "General, aquí el ministro de Defensa." "Lo escucho, señor ministro." "Avanza una turba subversiva sobre nuestra ciudad. Prepare a sus hombres y salga a reprimirla. Tiren a matar. Sin contemplaciones, general. No quiero prisioneros, entiende." El general Bustos responde: "Disculpe, señor ministro, pero el Ejército Argentino ya hizo eso una vez. No lo va a hacer de nuevo. Sé que ustedes, durante los últimos tres años, han reconocido esa guerra sucia. Pero nosotros no. Creemos que en ella se enlodó el honor del Ejército. Entiéndame bien: un ejército no está para fusilar hambrientos. Está para la defensa nacional del territorio. Para luchar contra otro ejército que intente atacarnos. Esos hambrientos no los creamos nosotros. Son obra de ustedes y ustedes se enriquecieron con el hambre de esos miserables. Hágase cargo, señor ministro. Mientras yo sea comandante en jefe del Ejército no voy a ensuciar a mis soldados para defender los intereses de los poderosos. Buenas tardes". Cuelga el teléfono y el ministro de Defensa monta en cólera: "¡Todo esto se debe a la prédica subversiva de esa monstruosa marxista y, para colmo, mujer! ¡Esa montonera de Nilda Guerré! ¡Nos quedamos sin Ejército! ¡Los avivó a esos pelotudos! ¡Siempre nos hicieron la tarea sucia! ¡Esa puta, comunista, montonera polleruda los volvió inservibles! ¡Democráticos! ¿A qué enfermo se le ocurrió poner a una mina al frente del Ejército, por Satanás!".

Creo que todo el párrafo —y todo el cuento— es para ponerlo en un cuadrito presidido por el retrato del filósofo oficial, pero a causa de esa jodida afición por la redundancia que padezco rescato dos frases: “el Ejército Argentino ya hizo eso [“fusilar hambrientos”] una vez” (¿una vez?), y “¡Nos quedamos sin Ejército! ¡Los avivó a esos pelotudos!” [refiriéndose a Nilda Garré, “Guerré”, en el cuento], o sea que el rol que el Ejército ha cumplido y cumple en el país —y en todo el mundo (¿o no?)—, fue porque los milicos no estaban “avivados”.
Un compendio de ideología peronista.

jueves, 13 de agosto de 2009

Ya no corre más el "¡sálvese quien pueda!"


Son las 21.10 de un día laborable. En la estación Once de la línea H de subterráneos unas pocas personas esperan el tren que viene desde Caseros, la otra cabecera, y luego parte en sentido contrario desde el mismo andén. Llega el tren, también con pocos pasajeros: los que se aprestan a bajar son unos seis o siete por puerta, el doble, más o menos, de los que esperan subir. En este punto conviene aclarar que la formación no puede partir de inmediato, como en una estación intermedia, sino que, mínimamente, el conductor debe desactivar y cerrar el puesto de conducción que ha utilizado para venir, recorrer la distancia de cuatro vagones —el largo del convoy—, y abrir y activar el puesto de la otra punta para estar en condiciones de ponerla en marcha.
Sin embargo, los que van a viajar —más que con impaciencia, con odio hacia esos bultos que les impiden abordar el vagón de inmediato— se colocan frente a las puertas de los vagones, dejando apenas un resquicio por donde los que bajan tienen que pasar de a uno y de perfil. Una mujer —unos treinta años— considera que ya ha tenido demasiada paciencia y que no va a soportar la afrenta de esperar otros ocho segundos a que terminen de bajar todos y, atropellando, se mete en el vagón: en ese vagón donde hay cuatro o cinco asientos libres para cada uno de los que van a subir.
Digo, hasta se pueden comprender los forcejeos en las puertas de los trenes entre los que bajan y los que suben cuando el viaje dura cincuenta minutos, no hay asientos para todos e incluso el vagón va tan lleno que si uno no se apura a subir capaz que se queda sin abordar. Pero la escena que relato —y que cualquiera puede observar en circunstancias similares— revela hasta qué punto en nuestra sociedad el “¡sálvese quien pueda!” ha ido deslizándose a un “¡cáguese en quien pueda!”, lo cual redunda en que nos hacemos penosa la vida unos a otros sin la justificación, siquiera, de que sacamos ventaja de ello. Y eso se encuadra dentro de la definición de Carlo Cipolla de la persona estúpida, que es la que “causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. A lo cual se debe agregar que, como diría el finado Kant, las acciones que dentro de una sociedad no puedan instituirse como leyes generales, aunque deparen un beneficio inmediato pronto se vuelven en contra de sus autores: el que a hierro mata...
La civilización es un logro que, aun con sus muchas imperfecciones, es en sí un monumento a la inteligencia del homo sapiens: ha posibilitado una vida más grata y segura para un amplio grupo de miembros de nuestra especie y, consiguientemente, el despliegue de las capacidades humanas. Los argentinos estamos involucionando: hacernos la vida más difícil unos a otros es de poco inteligentes.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Sol de invierno en el orto* (o casi)

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Foto: Juan del Sur
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* Orto: Aparición del Sol o de otro astro por el horizonte.

lunes, 10 de agosto de 2009

¿Qué clase de idiota es Maradona?


"El técnico de la Selección Nacional se refirió al conflicto que tiene parado el inicio de los torneos en todas las categorías: 'Me preocupa que el fútbol no comience, que no se pongan de acuerdo, que Julio no consiga sus objetivos, porque yo a los jugadores los quiero ver en la cancha y este país sin fútbol es dramático', dijo Maradona en el programa ‘El Show del Superclásico por Radio Mitre’ " ("Clarín", miércoles 5 de agosto de 2009).
Maradona es el hijo idiota a quien la mayoría de mis connacionales profesan una admiración integral. Si bien es un discapacitado moral e intelectual, está muy lejos de ser un discapacitado motor. Todo lo contrario; es —o fue— un prodigio de coordinación psicomotriz: le debe pasar lo mismo que a las ballenas, que tienen un cerebro muy grande, pero sus neuronas tienen que controlar una extensión corporal tan enorme que no queda un número de ellas suficiente para que prosperen las funciones superiores. El caso del Diego es similar, aunque la indisponibilidad neuronal no es por causa del volumen muscular, sino por la exigencia de calidad: el 95% de su cerebro debe de estar consagrado a su prodigiosa zurda, ¿qué queda para el resto?
Vuelvo al párrafo citado arriba: “Este país sin fútbol es dramático”. ¿Por qué lo dice? ¿Acaso porque piensa que si hay fútbol, en la Argentina no hay problemas y reina el bienestar? No creo que haga falta que me ponga a aclarar que no es eso lo que cree el Diez, junto con toda la rosca del privilegio de la cual es sirviente. Más bien, utiliza la "pasión popular" en la misma dirección que Enrique Santos Discépolo, Ardizzone, Jauretche, Apo y toda la cáfila de alcahuetes y sobones de su mismo partido.
Es característica de los débiles mentales, dice Wolff, la fijación sobre imágenes concretas y la incapacidad para la abstracción, y también el uso de repeticiones que se aplican a menudo en forma inadecuada, la carencia de juicio y la torpeza en la expresión. Hasta ahí, parece el vivo retrato de Maradona. Pero en un punto la idiocia ofrece una interesante dualidad, ya que quienes padecen esa deficiencia tanto pueden caracterizarse por una credulidad sin fisuras como por una desconfianza mórbida. Éste es el caso del Diez, pero con el agregado de una capacidad inagotable de chupar las medias adecuadas en cada circunstancia: “Julio”, dice cariñosamente en la nota de Radio Mitre, con toda la ternura que amerita el contrato de u$s 1.800.000 por año que firmó con la AFA. También dijo "que no me pongan en ningún acto político; a mí no me compran", poco antes de ser la estrella del acto que marcó el cierre de campaña del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, en Ezeiza. La oferta debe de haber sido irresistible.
Aunque ha querido arrastrarse ante todos los poderosos (Menem, De la Rúa, “Clarín”, Julio Grondona —en diversas etapas—, Fidel Castro, Kirchner y muchos más), lo cierto es que después de sus reiterados revolcones el Diego siempre queda parado.
Lo cual para un oligofrénico no es poco.