El filósofo oficial junto al gremialista oficial.
La [pen]última babosada de Feinmann
Ni siquiera, tampoco, la penúltima: seguro que desde ésta ha agregado muchas más. Se trata del cuento —en todos los sentidos de la palabra— La última invasión de Buenos Aires, publicado en “Página 12” y reproducido en los infinitos sitios de internet, revistas, boletines y pasquines peronistas que, con generosidad inconsulta, costeamos con nuestro bolsillo. La historia es ésta: en un futuro próximo (mayo de 2014) “los negros” del conurbano, hartos de miseria y atropellos, invaden la ciudad de Buenos Aires, no con intenciones revolucionarias —eso acarrearía a nuestro filósofo el compromiso de señalar qué cambios pretenden, y que ideología los inspira y organiza— sino con el sano propósito de matar a los hombres, comerse a los niños y violar a las damas, las cuales predisfrutan esas atenciones con “sonrisa sensual, profana, prostibularia y gozosa”. En este punto, el lector se preguntará por “las negras” del conurbano y qué pito tocan en la historia de Feinmann. Pues bien, no han sido olvidadas, claro que en un sentido peronista, o sea el que marcó la compañera Evita: acompañan, sin manifestar objetivos propios. Salvo, por supuesto, en el más obvio de los estereotipos machistas:
Otros varones son destripados por turbas de mujeres rabiosas, que no sólo cortan sus penes sino que los injurian al reírse de sus dimensiones, al exclamar: “El de mi negro le saca medio metro a esta porquería”.
En el cuento, algunos ejemplares de la intelligentsia porteña y comunicadores mediáticos, a quienes Feinmann es desafecto, aparecen con el nombre levemente cambiado (“Sebrela”, por Sebreli, y así) repudiando la invasión y llamando a combatirla: sobre ellos cae la justicia poética. En contraste, otros personajes adoptan una posición favorable al sanguinario motín, y éstos reciben las honras ficcionales del autor: Verbitsky y Wainfeld (amigos y “del palo”); Osvaldo Bayer —que no se queje ahora, se lo ha buscado largamente—; el jefe del Ejército (y el Ejército, en sí); Norberto Galasso, y el propio Feinmann. Veamos lo referente al “Ejército” [sic, “Ejército”, no “Fuerzas Armadas”: para nada casual]:
El ministro de Defensa se comunica con el jefe del Ejército, general Bustos. "General, aquí el ministro de Defensa." "Lo escucho, señor ministro." "Avanza una turba subversiva sobre nuestra ciudad. Prepare a sus hombres y salga a reprimirla. Tiren a matar. Sin contemplaciones, general. No quiero prisioneros, entiende." El general Bustos responde: "Disculpe, señor ministro, pero el Ejército Argentino ya hizo eso una vez. No lo va a hacer de nuevo. Sé que ustedes, durante los últimos tres años, han reconocido esa guerra sucia. Pero nosotros no. Creemos que en ella se enlodó el honor del Ejército. Entiéndame bien: un ejército no está para fusilar hambrientos. Está para la defensa nacional del territorio. Para luchar contra otro ejército que intente atacarnos. Esos hambrientos no los creamos nosotros. Son obra de ustedes y ustedes se enriquecieron con el hambre de esos miserables. Hágase cargo, señor ministro. Mientras yo sea comandante en jefe del Ejército no voy a ensuciar a mis soldados para defender los intereses de los poderosos. Buenas tardes". Cuelga el teléfono y el ministro de Defensa monta en cólera: "¡Todo esto se debe a la prédica subversiva de esa monstruosa marxista y, para colmo, mujer! ¡Esa montonera de Nilda Guerré! ¡Nos quedamos sin Ejército! ¡Los avivó a esos pelotudos! ¡Siempre nos hicieron la tarea sucia! ¡Esa puta, comunista, montonera polleruda los volvió inservibles! ¡Democráticos! ¿A qué enfermo se le ocurrió poner a una mina al frente del Ejército, por Satanás!".
Creo que todo el párrafo —y todo el cuento— es para ponerlo en un cuadrito presidido por el retrato del filósofo oficial, pero a causa de esa jodida afición por la redundancia que padezco rescato dos frases: “el Ejército Argentino ya hizo eso [“fusilar hambrientos”] una vez” (¿una vez?), y “¡Nos quedamos sin Ejército! ¡Los avivó a esos pelotudos!” [refiriéndose a Nilda Garré, “Guerré”, en el cuento], o sea que el rol que el Ejército ha cumplido y cumple en el país —y en todo el mundo (¿o no?)—, fue porque los milicos no estaban “avivados”.
Ni siquiera, tampoco, la penúltima: seguro que desde ésta ha agregado muchas más. Se trata del cuento —en todos los sentidos de la palabra— La última invasión de Buenos Aires, publicado en “Página 12” y reproducido en los infinitos sitios de internet, revistas, boletines y pasquines peronistas que, con generosidad inconsulta, costeamos con nuestro bolsillo. La historia es ésta: en un futuro próximo (mayo de 2014) “los negros” del conurbano, hartos de miseria y atropellos, invaden la ciudad de Buenos Aires, no con intenciones revolucionarias —eso acarrearía a nuestro filósofo el compromiso de señalar qué cambios pretenden, y que ideología los inspira y organiza— sino con el sano propósito de matar a los hombres, comerse a los niños y violar a las damas, las cuales predisfrutan esas atenciones con “sonrisa sensual, profana, prostibularia y gozosa”. En este punto, el lector se preguntará por “las negras” del conurbano y qué pito tocan en la historia de Feinmann. Pues bien, no han sido olvidadas, claro que en un sentido peronista, o sea el que marcó la compañera Evita: acompañan, sin manifestar objetivos propios. Salvo, por supuesto, en el más obvio de los estereotipos machistas:
Otros varones son destripados por turbas de mujeres rabiosas, que no sólo cortan sus penes sino que los injurian al reírse de sus dimensiones, al exclamar: “El de mi negro le saca medio metro a esta porquería”.
En el cuento, algunos ejemplares de la intelligentsia porteña y comunicadores mediáticos, a quienes Feinmann es desafecto, aparecen con el nombre levemente cambiado (“Sebrela”, por Sebreli, y así) repudiando la invasión y llamando a combatirla: sobre ellos cae la justicia poética. En contraste, otros personajes adoptan una posición favorable al sanguinario motín, y éstos reciben las honras ficcionales del autor: Verbitsky y Wainfeld (amigos y “del palo”); Osvaldo Bayer —que no se queje ahora, se lo ha buscado largamente—; el jefe del Ejército (y el Ejército, en sí); Norberto Galasso, y el propio Feinmann. Veamos lo referente al “Ejército” [sic, “Ejército”, no “Fuerzas Armadas”: para nada casual]:
El ministro de Defensa se comunica con el jefe del Ejército, general Bustos. "General, aquí el ministro de Defensa." "Lo escucho, señor ministro." "Avanza una turba subversiva sobre nuestra ciudad. Prepare a sus hombres y salga a reprimirla. Tiren a matar. Sin contemplaciones, general. No quiero prisioneros, entiende." El general Bustos responde: "Disculpe, señor ministro, pero el Ejército Argentino ya hizo eso una vez. No lo va a hacer de nuevo. Sé que ustedes, durante los últimos tres años, han reconocido esa guerra sucia. Pero nosotros no. Creemos que en ella se enlodó el honor del Ejército. Entiéndame bien: un ejército no está para fusilar hambrientos. Está para la defensa nacional del territorio. Para luchar contra otro ejército que intente atacarnos. Esos hambrientos no los creamos nosotros. Son obra de ustedes y ustedes se enriquecieron con el hambre de esos miserables. Hágase cargo, señor ministro. Mientras yo sea comandante en jefe del Ejército no voy a ensuciar a mis soldados para defender los intereses de los poderosos. Buenas tardes". Cuelga el teléfono y el ministro de Defensa monta en cólera: "¡Todo esto se debe a la prédica subversiva de esa monstruosa marxista y, para colmo, mujer! ¡Esa montonera de Nilda Guerré! ¡Nos quedamos sin Ejército! ¡Los avivó a esos pelotudos! ¡Siempre nos hicieron la tarea sucia! ¡Esa puta, comunista, montonera polleruda los volvió inservibles! ¡Democráticos! ¿A qué enfermo se le ocurrió poner a una mina al frente del Ejército, por Satanás!".
Creo que todo el párrafo —y todo el cuento— es para ponerlo en un cuadrito presidido por el retrato del filósofo oficial, pero a causa de esa jodida afición por la redundancia que padezco rescato dos frases: “el Ejército Argentino ya hizo eso [“fusilar hambrientos”] una vez” (¿una vez?), y “¡Nos quedamos sin Ejército! ¡Los avivó a esos pelotudos!” [refiriéndose a Nilda Garré, “Guerré”, en el cuento], o sea que el rol que el Ejército ha cumplido y cumple en el país —y en todo el mundo (¿o no?)—, fue porque los milicos no estaban “avivados”.
Un compendio de ideología peronista.