"El técnico de la Selección Nacional se refirió al conflicto que tiene parado el inicio de los torneos en todas las categorías: 'Me preocupa que el fútbol no comience, que no se pongan de acuerdo, que Julio no consiga sus objetivos, porque yo a los jugadores los quiero ver en la cancha y este país sin fútbol es dramático', dijo Maradona en el programa ‘El Show del Superclásico por Radio Mitre’ " ("Clarín", miércoles 5 de agosto de 2009).
Maradona es el hijo idiota a quien la mayoría de mis connacionales profesan una admiración integral. Si bien es un discapacitado moral e intelectual, está muy lejos de ser un discapacitado motor. Todo lo contrario; es —o fue— un prodigio de coordinación psicomotriz: le debe pasar lo mismo que a las ballenas, que tienen un cerebro muy grande, pero sus neuronas tienen que controlar una extensión corporal tan enorme que no queda un número de ellas suficiente para que prosperen las funciones superiores. El caso del Diego es similar, aunque la indisponibilidad neuronal no es por causa del volumen muscular, sino por la exigencia de calidad: el 95% de su cerebro debe de estar consagrado a su prodigiosa zurda, ¿qué queda para el resto?
Vuelvo al párrafo citado arriba: “Este país sin fútbol es dramático”. ¿Por qué lo dice? ¿Acaso porque piensa que si hay fútbol, en la Argentina no hay problemas y reina el bienestar? No creo que haga falta que me ponga a aclarar que no es eso lo que cree el Diez, junto con toda la rosca del privilegio de la cual es sirviente. Más bien, utiliza la "pasión popular" en la misma dirección que Enrique Santos Discépolo, Ardizzone, Jauretche, Apo y toda la cáfila de alcahuetes y sobones de su mismo partido.
Es característica de los débiles mentales, dice Wolff, la fijación sobre imágenes concretas y la incapacidad para la abstracción, y también el uso de repeticiones que se aplican a menudo en forma inadecuada, la carencia de juicio y la torpeza en la expresión. Hasta ahí, parece el vivo retrato de Maradona. Pero en un punto la idiocia ofrece una interesante dualidad, ya que quienes padecen esa deficiencia tanto pueden caracterizarse por una credulidad sin fisuras como por una desconfianza mórbida. Éste es el caso del Diez, pero con el agregado de una capacidad inagotable de chupar las medias adecuadas en cada circunstancia: “Julio”, dice cariñosamente en la nota de Radio Mitre, con toda la ternura que amerita el contrato de u$s 1.800.000 por año que firmó con la AFA. También dijo "que no me pongan en ningún acto político; a mí no me compran", poco antes de ser la estrella del acto que marcó el cierre de campaña del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, en Ezeiza. La oferta debe de haber sido irresistible.
Aunque ha querido arrastrarse ante todos los poderosos (Menem, De la Rúa, “Clarín”, Julio Grondona —en diversas etapas—, Fidel Castro, Kirchner y muchos más), lo cierto es que después de sus reiterados revolcones el Diego siempre queda parado.
Lo cual para un oligofrénico no es poco.
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