Siguiendo la elogiable tradición
de renunciar cumplida la mitad del período, para darle lugar al siguiente en la
lista, Nicolás del Caño, del PTS, dejó ayer su banca del Frente de Izquierda
Unidad y en su remplazo juró Mónica Schlotthauer, trabajadora ferroviaria e
integrante de Izquierda Socialista.
Hasta ahí, todo muy bien.
Lamentablemente, Schlotthauer
quiso alcanzar el estrellato amontonando en la breve extensión de su juramento
todo lo que sabe (o sea, nada) del mundo, del poblamiento de América, de
historia argentina reciente y de política, y le sumó a ello un “ocurrente”
alfilerazo a las torpes expresiones etnológico-literarias del presidente.
Todo esto, muy enfática y
satisfecha de sí misma.
Qué necesidad, ¿no?
Este fue el juramento de
Schlotthauer:
“Juro por la memoria de los
treinta mil desparecidos, por mis compañeros del glorioso PTS y juro defender los
derechos de las mujeres, los trabajadores y los pueblos originarios, que
construyeron estas tierras antes de que llegaran otros en los barcos. Por el
socialismo y un gobierno de los trabajadores. ¡Sí, juro!” (1)
Vamos a examinarlo sumariamente:
a) “Desaparecidos”: es una palabra que delata a quien la utiliza con
el mismo sentido que la diputada. El caso es que la gran mayoría de los secuestrados lo fueron ante testigos —no
“desaparecieron”—, algunos más fueron vistos por sobrevivientes en los chupaderos,
y de otros —finalmente— se conoció su suerte y los autores de su martirio en
juicios en los que se condenó a genocidas. No obstante todo esto, en la
Argentina la palabra en cuestión y su significado espurio tienen amplia
aceptación incluso en espacios políticos donde debieran ser repudiados: un
efecto más de la viveza criolla.
b) “30.000”: es impropio e indigno de la izquierda enarbolar mentiras.
La izquierda no falsea la realidad, porque aunque una calumnia, una falsedad o
una exageración parezcan inicialmente debilitar al enemigo de clase, sucede
todo lo contrario: la mentira se convierte en un bumerán, por dos razones
esenciales. La primera razón es que si se quiere modificar la realidad hay que
conocerla: si se la tergiversa para que sea más efectista, más “entradora”,
menos amarga, lo que sucederá es que se conducirá a las masas a operar sobre un
fantasma.
La segunda es que la izquierda
tiene un compromiso inviolable con la clase a la cual se propone representar:
decirle siempre la verdad. Exactamente lo opuesto que los políticos burgueses,
que no quieren —ni pueden— proclamar que su propósito es aumentar sus riquezas
y su poder, y que para ello tienen una receta magistral: exprimir al máximo a
los trabajadores convenciéndolos al mismo tiempo de que eso es lo mejor para
ellos.
A ese efecto los explotadores
manejan innumerables recursos para influir en los explotados. Las voces
críticas, en cambio, aunque no estén prohibidas tienen solo hilachas de canales
para hacerse oír. Su única oportunidad consiste en ser confiables: en su
memoria histórica, en sus diagnósticos, en sus datos concretos y en sus
propuestas. Así logran que los desamparados, para escuchar su palabra, venzan
las dificultades, porque “estos siempre vienen con la justa”.
Los “30.000” detenidos-desaparecidos
es un número de fantasía. Y, de última, dado el nivel de las otras cifras que
se manejan —cualquiera de ellas es desgarradora—, no tiene trascendencia más
allá de lo numérico. Las diferencias en ese orden no cambian la apreciación global
de la dictadura y del gobierno peronista que la precedió: está claro que el
plan de este era acabar con el ascenso de masas —las que en buena parte comenzaban a retobarse a las riendas del peronismo—, y que ambos coincidían en la idea de
decapitar a una generación de luchadores que buscaban el futuro en nuevos
horizontes.
c) “Pueblos originarios”: todos los seres humanos que habitaron y
habitan América fueron en su momento invasores o fueron y son descendientes de
ellos. Si se prefiere, emigrantes. Por ejemplo, a los que se establecieron en
Tierra del Fuego les llevó de 15.000 a 20.000 años transitar de una punta a la
otra de América. En el trayecto no fueron, en general, recibidos con los brazos
abiertos, sino con flechas, piedras y mazas. Tuvieron que abrirse camino, o
retroceder, o mezclarse e hibridarse, o hacer pata ancha y echar o matar a los
más “originarios” (solo por un tiempo, hasta ser desalojados por otros).
Abreviando: los que cruzaron el Beagle ya no eran los invasores “originarios”,
sino que sus perfiles genéticos no remiten sino de un modo parcial a sus
posibles primos que se quedaron en Asia.
En resumen, lo de “pueblos
originarios” (en adelante, “p.o.”) es una mentira. Interesada, como son
generalmente las mentiras: debe atraer nuestra atención que los peronistas, que
impulsan la teoría de género, hayan sido también los paladines de esta otra
división social instalada apelando a la genealogía.
d) “Los pueblos originarios construyeron
estas tierras antes de que llegaran otros en los barcos”: así lo dice, tal
cual. Ahí está el audio. Estas tierras americanas, señora, estaban en Pangea
hace 300 millones de años, y hace 200 millones se les dio por separarse del
supercontinente y hacer rancho aparte. Doscientos millones de años: casi lo
mismo que habría que esperar para que los humanos bajáramos de los árboles en
África.
Ahora bien: si fuera cierto, como
dice usted, que esos titanes, los “p.o.”, construyeron estas tierras —donde
antes no las había—, tendrá que admitir que los “p.o.”, o eran mamíferos marinos,
o vinieron en barcos, con tierra y piedras, e hicieron esto que tenemos bajo
los pies. ¿Se da cuenta, señora? Tanto desdén por los que bajaron (“bajamos”,
señora: usted y yo también) de los barcos, pero de su disparatada narrativa se desprende
que sus “p.o” hicieron eso mismo.
Moraleja: dicen que usted tiene
una apreciable trayectoria sindical. En esa materia su palabra podría ser muy
provechosa en el Congreso.
Y de lo que no sabe, violín en
bolsa.
(1)
https://www.youtube.com/watch?v=Vd-5VabFYpo
@juandelsur2
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