Por qué hay mujeres que perseveran en relaciones abusivas*
Ayer,
en la final de la Eurocopa 2021 entre Italia e Inglaterra, una verdad
silenciada emergió entre la euforia del partido: la violencia contra mujeres se
dispara cuando hay partidos. Y estos datos no son algo que podamos dejar pasar
si queremos erradicar la violencia machista.
La
violencia machista, aquella que ejercen los hombres hacia las mujeres por la
desigualdad en razón del sexo que existe socialmente, tiene mecanismos propios
de funcionamiento que es importante que conozcamos para poder tanto detectarla
como prevenirla. Y son distintas las explicaciones.
Los
estudios sobre la relación de la frustración con la agresión ya estaban
consolidados en 1939. Una de las teorías más extendidas es la del modelo de
frustración-agresión de Dollard y Miller (1941), quienes explican un tipo de
agresión producida por la frustración de las personas.
Según
esta teoría, la frustración se proyecta o canaliza en personas u objetos como
muestra de la incapacidad para gestionarla. Esto explicaría por qué ante un
enfado se golpean cosas o ante la frustración se producen agresiones. Pero es
insuficiente para explicar la violencia machista.
Como
en todo es necesario aplicar perspectiva de género (feminista) para comprender
la diferencia entre que la ejecuten hombres o mujeres, pues tan
distinta es su conducta como diferente su estatus social y su educación
diferencial sexista. No hacerlo, es perderse matices necesarios.
Una de las académicas feministas que aportaron luz a cómo se lleva a cabo este tipo de agresiones en la pareja fue Leonor Walker en 1978. Quien además quería responder a la pregunta: ¿Cómo es posible que las mujeres sigan en relaciones abusivas? Desde su praxis observó que existen tres fases típicas (puede variar) en la violencia machista:
Fase 1 - Acumulación de la frustración
Fase 2 - Estallido de violencia
Fase 3 - Luna de miel
Es importante tener en cuenta este círculo vicioso para comprender varias cosas. Vayamos aclarándolas fase por fase.
1 - Frustración.
El partido de ayer se ha mostrado como un claro ejemplo de esta fase. La
tensión ante eventos (sobre todo de alta expresión de la masculinidad, que va
de la mano de la agresividad) implica una situación de riesgo para las mujeres.
Pues su ira se dirige a nosotras.
2 - Estallido de violencia.
La frustración del hombre recae en su pareja hasta el punto de que solo con que
haya partido los datos del Reino Unido muestran que hay un aumento de
agresiones de un 26%. Pero prueba de esta frustración es que si pierden este
valor aumenta a 38%.
Esto
refleja cómo hay hombres que por su socialización masculina creen
que las mujeres están para servirles, incluso para pagar sus frustraciones o
hacerles de felpudo. Esta amarga cara de la violencia machista demuestra
también que la víctima no tiene responsabilidad alguna: independientemente de
lo que ella haga, él llegará a casa con la adrenalina por las nubes, bien
frustrado por el resultado, y la descargará con ella. Ese es el lugar al que
nos reducen. Y la gran pregunta, ¿ella por qué aguanta? Pues a esto contesta
Walker en la siguiente fase.
3 - Luna de miel.
Tras la descarga de la frustración (y los resultados nefastos en la mujer)
viene un período de pseudoarrepentimiento durante el cual él jura no volver a
hacerlo y modula su comportamiento en una reconquista del amor. Puro teatro
para recomenzar con otro ciclo.
La
cuestión es que al educar a las mujeres en el género “feminidad” (sumisión,
perdón, pasividad, recato, etc.) hackean nuestro sistema de alerta y
asertividad. A esto le sumamos elementos sociales como el mito del amor
romántico y la presión/vergüenza social, y todo en contra de nosotras.
La
propia Walker, años más tarde de proponer esta teoría derivada de su práctica
profesional con mujeres maltratadas, vio otro fenómeno de interés: el síndrome
de la mujer maltratada. Este aparece tras varias series completas del ciclo de
la agresión. Y sus efectos son sorprendentes: la frustración que el hombre
descarga en la mujer puede derivar, tras maltrato continuado, en que la mujer
la descargue en sus hijos como secuela del desequilibrio psicológico. O por el
contrario, que pase a estar ausente para sus hijos. En ambos casos, se daña la
relación.
Esto
derivó en comprender el efecto victimizador que generó que el padre maltratara
y pusiera a los menores como víctimas de violencia machista aunque fuera por
exposición. Es precisamente este síndrome el que aparece en los fundamentos de la ley 1/2004 contra la violencia de género.
Como
vemos, hay elementos claros que nos hacen comprender qué necesitamos para
erradicar esta violencia, no solo en las mujeres, sino, por extensión, en las
niñas y niños. Y para ello, como siempre reivindicamos, abolir el género es
fundamental. ¿Acaso sin estos roles esta violencia se daría?
¿Acaso
sin el refuerzo a la masculinidad (entre otras cosas como racismo) que campa en
los estadios de fútbol existiría esta frustración? ¿Acaso sin géneros sexistas
habría esta desigualdad estructural y la canalización de la frustración del
hombre sobre la mujer? Difícilmente. Y es importante verlo.
Del mismo modo que es importante prevenir y redoblar los esfuerzos en días críticos, también lo es pensar en el largo plazo. Y es que no podemos tolerar ya que las mujeres seamos un saco de boxeo para que cualquiera canalice sus frustraciones como dictamina el patriarcado. Basta ya.
(*Tomado de los tuits de @LauraRdondo del 12-7-21.)
@juandelsur2
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