El gobierno juega a la ruleta rusa con nuestra cabeza
El gobierno, a cinco meses de terminar su mandato, se
propone tomar una decisión que compromete el futuro de los argentinos. Se trata
de la construcción de una nueva central nuclear en Atucha, con financiamiento,
tecnología y dirección técnica china, llave en mano. Como bien señala el MARA
(Movimiento Antinuclear de la República Argentina), es un procedimiento
irregular, porque se omiten el previo estudio de impacto ambiental y la
audiencia pública correspondientes.
Los compromisos económicos y políticos que ha tomado el
gobierno con la República China son de tal magnitud que solo una movilización
vigorosa de la ciudadanía podría bloquear este perverso proyecto. Sin olvidar,
claro, que paralelamente hay que lograr el cierre de todas las centrales nucleares, porque los problemas no se reducen a
que la nueva central tenga un reactor de tecnología en experimentación, ni su
altísimo costo. Lo peor es el riesgo que entrañan esas centrales nucleares a
cien kilómetros aguas arriba de una megalópolis de doce millones de habitantes:
si llegara a suceder una calamidad, son doce millones de personas que quedan
sin vivienda, sin trabajo, sin agua, sin comida, sin escuelas, sin hospitales.
¡Sin nada!
Es la vuelta al paleolítico. Son doce millones de
personas lanzándose a los caminos a tratar de sobrevivir, disputándoles a brazo
partido, a los que no hayan sufrido la catástrofe, lo poco que estos conserven
en un país sumido en el caos.
¿Se puede ser tan canalla y criminal como para
jugar a la ruleta rusa el destino de los argentinos?
Bueno: sí, se puede. Sucesivos gobiernos lo han
demostrado.
El pueblo no lo debe permitir. Para ello, los que hemos
tenido la oportunidad de informarnos no debemos desmayar en la tarea de llevar
esa información y nuestra consiguiente preocupación a nuestros conciudadanos.
El peligro al que estamos expuestos, y que se
incrementará con una nueva central, es lo que requiere una acción perentoria.
Pero también hay que considerar un aspecto secundario: el económico. Atucha II
terminó costando el triple de lo presupuestado, y resultó un emparche que
presenta desperfectos que requieren ajustes frecuentes. El costo de Atucha III
será, según algunos (hay números para todos los gustos) de entre cinco mil y
seis mil millones de dólares. Podemos apostar lo que queramos que son cifras
voluntaristas, y que si permitimos continuar con el proyecto hasta su
terminación nos va a costar, mínimamente, el doble. No solo porque las cifras
son para encajarnos la central —después, cuando a
medio camino se hayan gastado todas las partidas presupuestadas, ¿qué podríamos
hacer?, ¿tiraríamos todo lo que invertimos?—, sino porque esto
es la Argentina: recordemos el costo de la central térmica de Río Turbio, o el
de Yacyretá.
Pero con cinco o seis mil millones de dólares podríamos
desarrollar en el litoral atlántico toda una red integrada de centrales
undimotrices, con una tecnología totalmente accesible a nuestras posibilidades,
con materiales de los cuales disponemos y empleando mano de obra de nuestros
trabajadores, que mucho lo están necesitando.
Y es una tecnología absolutamente amigable con el
ambiente, pasare lo que pasase.
Pero para que podamos investigar y discutir estas
cuestiones, ¡asumámoslo!, es
absolutamente imprescindible que eliminemos esta amenaza de nueva central
atómica que pende sobre nosotros.
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