A este sí le llegó el fin del mundo maya.
Ahora es el momento de
que los periodistas se burlen de la predicción fallida (eso sí, sin darse por
enterados de dos cosas: de que el primer engaño de ese tipo lo formuló Jesucristo,
y de que, sin la difusión de la prensa, estos embustes, directamente, no existirían).
Hasta que haya
pasado un tiempo prudencial y llegue la ocasión apropiada para proclamar un
nuevo fin del mundo. Para entonces, los desmistificadores que ahora explican
por qué no y son entrevistados en bandada se habrán eclipsado discretamente y
los gurúes de los misterios (que no los son, para ellos) coparán la parada sin
obstáculos a la vista gracias a que los medios les abrirán sus puertas de par
en par. Y el público, con algún escepticismo inicial, se irá empapando de
las “razones” que con generosidad les suministrarán los periodistas (con la
neutralidad que merecen estos delicados temas) y comenzará a ponerse anhelante
y encontrará que no hay cosa más necesaria que comprobar que vivimos en un
mundo misterioso y sometidos a fuerzas sobrenaturales y a leyes inescrutables.
Y así, mansamente,
irán pasando las estaciones, y los años, hasta sumergirnos en nuestro fin del
mundo personal sin haber comprendido cómo funciona la cosa.
¡Qué digo!: sin
siquiera haberlo intentado.
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