domingo, 6 de marzo de 2011

¡Qué porquería, el carnaval!, ¿no?

Y que siga el corso..

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Carnaval, o la libertad-espectáculo

…defender la alegría como un destino

defenderla del fuego y de los bomberos

de los suicidas y de los homicidas

de las vacaciones y del agobio

de la obligación de estar alegres.

Mario Benedetti.

Donde hay público ya hay una postura, una representación para el afuera. Los insurrectos del Mayo francés tenían esta idea: “Proscribamos los aplausos; el espectáculo está en todas partes”.


Desde hace varios años, en Buenos Aires y su conurbano, y también en Montevideo, aunque en una medida menor, se ha instalado una concepción militante del carnaval. Qué digo militante: ¡heroica!

Sus más intrépidos portavoces declaran que el carnaval busca "romper con la hegemonía que ejercen los de arriba sobre los de abajo" y con “esa imposición de que solo hay que trabajar” y, además, “llama a un grito de todo lo que se está padeciendo y esto en algún momento se les viene en contra a los de arriba. Por eso, al carnaval se lo ha querido prohibir”.

Es cierto que se lo ha querido prohibir, y se lo ha prohibido, pero, ¿qué cosa no se ha prohibido a lo largo de la historia? Por ejemplo, Cronwell y los puritanos despotricaron contra las diversiones públicas y prohibieron el teatro y la ópera: Shakespeare estuvo prohibido en Inglaterra. Sin embargo, respecto del carnaval la tendencia no ha sido impedir su celebración, sino favorecerla.

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En la Noche de San Juan, cómo comparten su pan

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Para más datos, todas las “fiestas” en general han sido emplazadas en las sociedades más opresivas y petrificadas como válvulas de seguridad, un respiro para los de abajo ante la fatiga y la penuria sin horizontes.

Tanto es así que se pueden rastrear los antecedentes del carnaval en las más antiguas —y autocráticas— civilizaciones, como en Sumeria y en Egipto (Egipto: ¿le suena?), con referencias que se remontan a hace cinco mil años. Y fue la Iglesia Católica —que no es boba— la que de algún modo integró fiestas paganas a su celebración litúrgica mayor, la Pascua de Resurrección y la Cuaresma que la precede, fijando el carnaval en los tres días previos al Miércoles de Ceniza.

Por esa razón, en el ámbito cristiano el carnaval es un período de permisividad y cierto descontrol… organizado.

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Libertad con horario

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De modo que al lado de los fundamentalistas del “carnaval revolucionario” se pueden encontrar opiniones diferentes, como la de los que piensan que es el momento de autenticidad; no de ponerse la máscara, sino de sacársela, de mostrarse tal cual se es, soltarse, liberarse. Y también están los otros, los que lo toman como una oportunidad de tirar la chancleta. Y otros más, que no sin astucia recomiendan que “por cuatro días locos que vamos a vivir… ¡por cuatro días locos, te tenés que divertir”, o que “no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando”.

Pero lo asombroso de todos ellos es que, reconociendo en su modo de encarar el carnaval un valor superior o, al menos, apetecible, se resignan a confinarlo a unos pocos días del año, en lugar de desplegarlo a lo largo de toda su vida.

Si la perspectiva propuesta es lograr tres días de libertad contra trescientos sesenta y dos de agachar la cabeza, espérenme ahí, que voy, me suicido y vuelvo.

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La zorra rica al rosal

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Ya mencioné algo asombroso; aquí va algo más. Estoy pensando en esas personas de lo más humildes que tienen todo el año en la mira los días de carnaval, y le restan tiempo a sus intereses y a su descanso con el fin de obtener la caricia del aplauso de los burgueses y pequeñoburgueses (si no buscaran eso harían la fiesta puramente entre ellos). Y los burgueses y pequebús disfrutan de esa donación y terminado el carnaval, que te mueras. No, que te mueras, no; mejor, que sobrevivas hasta el próximo carnaval, así me divertís con tus cabriolas y tus coplas inofensivas. Y a ver si ponés un poquito más de energía (¿qué te pasa?: ¡parece que estuvieras desnutrido!) y también más imaginación; eso ya lo vi el año pasado.

Es el orgullo (orgullo alienado) de esos mansos: “¿Ven?: estamos en el escalón más bajo de la pirámide social, pero bien que les gusta venir a ver nuestras comparsas”.

O si van un poquito más lejos:

—¿Viste cómo se quedaron fríos cuando cantamos eso de “los gordos con sus cadenas de oro sosteniéndoles la panza”?

Sí, qué golpe duro.

Desesperados, no encontraron otra salida que ir tomar champán al bar de un hotel cinco estrellas.

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Carnaval Nac&Popó

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En tren de optar, ya lo he insinuado, prefiero trescientos sesenta y dos días de compromiso y de autenticidad, y consagrar los tres de carnaval a bailar y darle a la pandereta. Y hacer sonar pitos y matracas, también, qué joder: descontrol total, o sea.

Lo de presentar al carnaval como una gesta casi insurreccional es propio de las mistificaciones que promueve el populismo. Para mí, es como cantarle cuatro frescas al retrato del dueño de la empresa. Si vas a organizarte, que sea para plantear los reclamos en su ámbito propio, no en el efímero y equívoco de un corso.

Pero los que padecen esta recurrente inflamación de la glándula carnestolenda tienen más argumentos. Una tal “Comunidad del Carnaval” nos alecciona que “los Carnavales convocaron a más de un millón de espectadores por año”. “Un millón” posee el mérito santificante de la magnitud, según decía Bierce. “Un millón de personas llenó la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945”; “un millón de jóvenes peregrinaron a Luján”: y así, de millón en millón, estamos como estamos.

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Tristeza não tem fim

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Cada vez más, las cosas no se hacen por sí mismas, sino como espectáculo para otros o para que sean registradas por las cámaras de televisión. Cuando anunció “Deportes para Todos” la presidenta sostuvo que su objetivo es que el pueblo vea eventos de cultura popular”. Es un compendio de ideas gratas al populismo: “deportes para todos” es que el pueblo vea en acción por TV a las elites hiperprofesionales de actividades que, como espectáculo, hace ya mucho que dejaron de ser deporte, y a esto lo llamaremos “cultura popular”.

Para mantenernos entretenidos y apartados de nuestra identidad social más profunda el populismo siempre está revolviendo en el tacho del interés falso y, parafraseando a Marcuse, de ese modo solo puede proporcionarnos, en el caso más favorable, la mejor felicidad falsa.

De eso se trata el carnaval: ¡la pucha!, el poder no solo nos ordena cuándo debemos estar con los morros metidos en la tarea, sino también cuándo divertirnos e, incluso, ser díscolos y atrevidos.

Temo que a usted lo haya empalagado toda esta cháchara. Por eso me despido con una cortita y al pie:

El que se divierte cuando se lo ordena el calendario, en realidad no se divierte: trabaja de divertirse.

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