Al leer ese título todos deducirán, correctamente, que el Anguilas debe de ser un curso o un espejo de agua. Pero no muchos saben dónde queda: el arroyo Anguilas cruza la isla del Delta más próxima a la ciudad de Buenos Aires —tierras fiscales—, enfrentada a Victoria y Virreyes, río Luján por medio.
El Anguilas nunca me defraudó cuando quise deslumbrar a alguien con un agreste compendio del Delta, circunscripto en un recorrido de menos de cuatro kilómetros. El ingreso desde el Vinculación, velado por juncales y cruzando la barra por una canaleta que había que conocer; el primer tramo, con los palafitos de los isleros más "socializados", levantados en los desmontes de la selva en galería propia de la zona; los estrechos del arroyo, con la fronda juntándose arriba; más palafitos, dispersos y misteriosos; troncos tendidos a flor de agua o bajo ella, dispuestos a dar una sorpresa; camalotales y bajíos; brazos ciegos en los cuales era imprescindible y delicioso perderse... si no se tenía la noche encima; y, tras un buen trecho, una oculta laguna que se abría inaparente en la ribera izquierda escondiendo el eterno drama y la belleza de su fauna primordial. Después de dejarla atrás, la vegetación arbórea gradualmente perdía altura, raleaba y finalmente desaparecía, reemplazada en ambas orillas por interminables juncales, hasta que, al voltear el último recodo, anonadaba la inmensidad del río de la Plata, con los minúsculos edificios de la gran ciudad asomados allá en el fondo.
Todo eso se acabó.
Alguien compró la isla, y el arroyo.
Alguien los vendió.
Ahora se construye un emprendimiento de un millar de lujosas casas, llamado "Colony Park, Isla Privada", luego de arrasar —arrasar— con las viviendas y las posesiones de los isleros y de suprimir sus medios de vida. Pero no sólo eso: el proyecto supone una drástica alteración de la geografía en todos sus aspectos: relieve —elevación del terreno varios metros—, hidrología, fauna, vegetación.
Todo en beneficio de unos pocos, que tienen varios centenares de miles de dólares para comprar esas propiedades, que más que "viviendas", como se dice, son el berretín del que quiere tener allí una casa con marina y arroyo propios. ¡Ah!: y en beneficio, también, del que autorizó el proyecto.
En momentos en que, pese al agudo déficit de viviendas, los créditos hipotecarios apenas si se mueven, atento a que se requieren ingresos mensuales de alrededor de diez mil pesos (¿cuántos trabajadores los tienen?) para aspirar a comprar departamentos de medio pelo, los beneficiarios de las políticas kirchneristas —porque lo que falta en un lado es que fue a parar a otro— disponen para su solaz y recreo de sobrantes que sextuplican o más el valor de un "dos ambientes".
El Anguilas nunca me defraudó cuando quise deslumbrar a alguien con un agreste compendio del Delta, circunscripto en un recorrido de menos de cuatro kilómetros. El ingreso desde el Vinculación, velado por juncales y cruzando la barra por una canaleta que había que conocer; el primer tramo, con los palafitos de los isleros más "socializados", levantados en los desmontes de la selva en galería propia de la zona; los estrechos del arroyo, con la fronda juntándose arriba; más palafitos, dispersos y misteriosos; troncos tendidos a flor de agua o bajo ella, dispuestos a dar una sorpresa; camalotales y bajíos; brazos ciegos en los cuales era imprescindible y delicioso perderse... si no se tenía la noche encima; y, tras un buen trecho, una oculta laguna que se abría inaparente en la ribera izquierda escondiendo el eterno drama y la belleza de su fauna primordial. Después de dejarla atrás, la vegetación arbórea gradualmente perdía altura, raleaba y finalmente desaparecía, reemplazada en ambas orillas por interminables juncales, hasta que, al voltear el último recodo, anonadaba la inmensidad del río de la Plata, con los minúsculos edificios de la gran ciudad asomados allá en el fondo.
Todo eso se acabó.
Alguien compró la isla, y el arroyo.
Alguien los vendió.
Ahora se construye un emprendimiento de un millar de lujosas casas, llamado "Colony Park, Isla Privada", luego de arrasar —arrasar— con las viviendas y las posesiones de los isleros y de suprimir sus medios de vida. Pero no sólo eso: el proyecto supone una drástica alteración de la geografía en todos sus aspectos: relieve —elevación del terreno varios metros—, hidrología, fauna, vegetación.
Todo en beneficio de unos pocos, que tienen varios centenares de miles de dólares para comprar esas propiedades, que más que "viviendas", como se dice, son el berretín del que quiere tener allí una casa con marina y arroyo propios. ¡Ah!: y en beneficio, también, del que autorizó el proyecto.
En momentos en que, pese al agudo déficit de viviendas, los créditos hipotecarios apenas si se mueven, atento a que se requieren ingresos mensuales de alrededor de diez mil pesos (¿cuántos trabajadores los tienen?) para aspirar a comprar departamentos de medio pelo, los beneficiarios de las políticas kirchneristas —porque lo que falta en un lado es que fue a parar a otro— disponen para su solaz y recreo de sobrantes que sextuplican o más el valor de un "dos ambientes".
Extrañaré el Anguilas, pero tengo que reconocer que la redistribución del ingreso que ha encarado con toda decisión nuestro gobierno marcha viento en popa.
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