«No consiste la piedad en dejarse ver a cada instante, velada la cabeza,
vuelto hacia una piedra, ni en acercarse a todos los altares, ni en tenderse
postrado por el suelo y extender las palmas hacia los santuarios divinos (...)
sino más bien en ser capaz de mirarlo todo con mente serena»: LUCRECIO, De
rerum natura,  V, 1119-1204.
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