miércoles, 7 de octubre de 2009

¡Magdalena rompió el idiotómetro!

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El reforzado. Porque el estándar lo había hecho saltar tantas veces que hicieron uno especial para ella, montado en hormigón armado, con tensores de acero de 1” y amortiguadores antisísmicos. Fue inútil.
Pero antes de ir a su última hazaña es bueno repasar la biografía de Magdalena Ruiz Guiñazú, quien tiene una larga (y a todas luces, excesiva) trayectoria periodística, como que se inició en esas lides en 1954. En sus comienzos tuvo algunas discontinuidades, debidas a la crianza de sus cuatro hijos, hasta que en 1972, de la mano de Bernardo Neustadt, inició una etapa de intensa actividad que dura hasta hoy.
En las biografías que se pueden encontrar en sitios de internet (Wikipedia, Netizen) figuran los numerosos premios que ha cosechado y algunos otros datos aún más sorprendentes. Por ejemplo, que es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo, y en el sitio web de ésta aparece una semblanza biográfica de Magdalena que en dieciséis cortas líneas ostenta treinta y dos errores, entre ortográficos, gramaticales y pifias al citar nombres propios. Por ejemplo, lider, Martin Fierro (dos veces), desaparicion, republica (dos veces), asociacion, huesped. Si las erratas se atribuyeran a la Academia, la conclusión sería que “tal para cual”: como son brutos, es lógico que otorguen un sillón a un igual. Pero usted dirá que los de la Academia no deben de tener la culpa, que la síntesis biográfica —dado el grado de encarnizamiento con el idioma— la debe de haber escrito ella misma. Y eso es muy probable, pero, ¿no tienen a nadie que revise lo que insertan en su página? ¿Publican cualquier bestialidad?
En los sitios mencionados destacan que MRG habla cuatro idiomas: español, inglés, francés e italiano. Los tres últimos, puede ser. Pero el castellano apenas lo chapurrea, ya que ante los micrófonos lanza, tan fresca, “habitastes”, “vivistes”, “sindrome”, “una cosa que me pareció fantástico”, “han pedido de que no se haga el acto”, y, por supuesto, el infaltable “no se escucha bien”, entre otras infinitas resbaladas.

Acerca de la “supina ignorancia”
Imagino que mucha gente, ante esta crítica, podría llegar a decir que no es para tanto, que todo el mundo se expresa así. Lo cual es cierto, sobre todo si corregimos: casi todo el mundo. Y ese “casi todo el mundo” se nutre de conocimientos en los medios masivos de comunicación, así que eso explica el fenómeno. Pero el argumento no es válido para los periodistas, porque ellos están en contacto directo con la fuente de información, y muchas veces tienen ocasión de alternar con expertos en los distintos temas. Por lo tanto, ser difusores de brutalidades es producto de una elección. O de “ignorancia supina”, expresión que describe la situación de quien, por negligencia, se queda echado cuando tiene a su alcance acceder al saber con sólo levantarse de su poltrona. ¿Qué decir, si no —usted los habrá visto en TV— de los movileros que con el enorme cartel de la marquesina del INDEC a la vista hablan del “Instituto (...) de Estadísticas y Censos”? ¿O, al ladito de la chapa que enuncia su nombre, dicen que transmiten desde la “Plaza de los Dos Congresos”? Magdalena no es movilera, pero en ella esas mismas expresiones, u otras tales como “el ANSES” o “Monumento a los Españoles” son el reflejo de una ignorancia supina, así como aquella vez que felicitó a la ganadora de un campeonato de ortografía, y tras hablar largamente y maravillarse de que hubiera sabido escribir “áureo” (¿?) le espetó: “¿Así que vas a ser médica? ¡Escribirás con letra que se entienda...!”. Ortografía, caligrafía... ¡segual!

Magdalena, ¡cumbre!
Tanto esforzarse en ser bruta, y maleducada y cortante con los entrevistados con quienes disiente (postura que muchos confunden con un estilo de periodismo incisivo), nuestra heroína ha alcanzado la gloria transponiendo el listón a una altura difícil de superar. Pero antes de contar ese episodio (de hace varios días, pero que merece ser rescatado), hay que recordar el extraño discurso con el cual le dedicó su último Martín Fierro a la presidenta: allí intentó, muy jacarandosa y satisfecha de sí misma, un retruécano en réplica a uno de los excesos verbales habituales en Cristina (aquello del “fusilamiento mediático”): "Hay palabras que hay que decir y otras que no. Y en democracia la palabra fusilamiento ¡no se pronuncia! Y que la palabra mediático es imprescindible en toda democracia", enfatizó MRG, dejándome la incertidumbre sobre qué significado le atribuiría en su pensamiento a esos desatinos. Es que las agudezas verbales son para quienes poseen coherencia mental y dominio del idioma, de los cuales ella carece.
Y ahora, sí, llegamos a su récord: Magdalena le contaba a Rodríguez Larreta la pavorosa situación de una madre de varios hijos que a causa de sucesivas malas praxis en el Hospital Durand debió padecer la amputación de brazos y piernas. El jefe de gabinete porteño trataba con prudencia de hacerle notar que conocía el tema, puesto que se habían contactado con la mujer y la estaban ayudando. Pero Magdalena no lo escuchaba, según su costumbre, o quería demostrar su preocupación a despecho de que evidentemente ya era redundante. Así que, imparable, abundaba en las penurias de la pobre señora, hasta que lanzó su argumento final: “¡Esta mujer no puede ni siquiera lavarse las manos sola!”.
Ni los pieses, Magdalena: ¡ni los pieses!

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