Como sabemos, Mamerto le dijo al sargento que estaba por matarlo “encontrarás a tu hijito enfermo y yo, desde el más allá, lo sanaré”.
Y así fue: el sargento lo achuró, fue a su casa, etcétera: el chiquito se curó (aunque luego se venció la garantía y al parecer ya no está entre nosotros).
Mamerto vio complacido la consumación de su promesa desde la nube adonde fue a parar.
Y con esta satisfacción tiró un buen tiempo.
Pero luego reflexionó y se dijo: la gente que se enferma a veces también se cura, y agarrándose de eso no van a faltar los leguleyos de la ciudá (pensó “ciudá”) que menoscaben mis méritos.
¡Voy a pensar en grande, añamembí, que poderes son poderes y no hay por qué mezquinarlos! ¡Nunca menos!, se dijo, expresión esta que haría su propio camino, y con un sapucai que aún anda rompiendo los tímpanos por ahí, resolvió aplicar sus omnipotentes facultades a la magna obra de forjar una Corrientes a su gusto.
Y lo hizo.
Y ahí la tenemos.
Gracias, Gauchito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario