miércoles, 31 de marzo de 2010

"Nunca más": una mentira más

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En estos días, a propósito de los aniversarios de golpe del ’76 y del fallecimiento de Alfonsín, arrecia el aguacero ideológico dirigido a que los estratos sociales desfavorecidos por el sistema imperante no alcancemos una real comprensión sobre hechos centrales de nuestra historia. Ello, facilitado porque vivimos en un país en el cual casi siete décadas de irracionalidad hegemónica no sólo han destruido en su mayor parte la conciencia sino, además, la inteligencia de los ciudadanos. Con esa ventaja, los usufructuarios del poder y los privilegios, sus cómplices y sus empleaduchos de los medios, se lanzan a una competencia para ver quién aporta más confusión y desinformación al extravío colectivo.
Contra esto, en todos los ámbitos en que actúo, siempre he dicho algo, pero mis balbuceos son acallados por el aluvión de la ideología dominante que, como sabemos, es la ideología de la clase dominante (aunque muchos de sus difusores no tengan nada en común con los detentadores del privilegio y —más aún— subjetivamente se consideren enemigos de éstos).
¿Ejemplos de las falacias que nos inculcan, explícita o subliminalmente?:

—que la represión y el genocidio empezaron el 24 de marzo de 1976;
—que los represores fueron menos de mil;
—que las víctimas de la represión "desaparecieron".

De la última me he ocupado —una vez más— en estos días. La primera se contesta con los dos mil muertos, los novecientos detenidos-desaparecidos, las bombas, las amenazas y el terror adueñado de las calles que allanaron el camino al golpe de marzo del ’76. La segunda, que es impulsada por nuestra presidenta, ha tenido otra refutación contundente —por si hiciera falta— al conocerse que durante la dictadura el batallón 601 de inteligencia del Ejército tuvo 4.300 colaboradores. Se llama de “inteligencia” aunque sus miembros no se dedicaran a resolver ecuaciones diferenciales, sino a indicarle a los grupos de tareas —a partir de datos proporcionados por informantes o infiltrados u obtenidos mediante tormentos a prisioneros— las personas a ser secuestradas, torturadas y asesinadas. ¿Qué dirá ahora la presidenta: que los 4.300 del 601 no son represores, o tirará a la basura lo que ha venido sosteniendo?

"No lo vamos a hacer más"

Pero reparo en que he insistido muy poco con la más peligrosa de las mistificaciones: el "nunca más", o sea, la idea de que nuestra sociedad aprendió del horror que padeció y ha contraído el compromiso definitivo de que no se volverá a repetir. Este es un disparate tan pueril que, si pudiera, me revolcaría por el piso de risa.
Pero no puedo, porque encubre y propicia futuras tragedias peores aún a la que hemos padecido.
Hay dos modos de que no se vuelvan a repetir otras represiones sangrientas: 1) que no haya explotación ni privilegios insultantes; 2) que si hay vastos sectores sociales relegados y oprimidos, estos se dejen pisotear y hambrear pasivamente hasta el fin de los tiempos. Respecto del primer punto, ya sabemos: el sistema, aquí y en todas partes, tiende a incrementar la desigualdad social. En cuanto al segundo supuesto, es improbable.
Si se asume que los depredadores están matando gente para ellos ignota en este mismo momento —a conciencia y sin miramientos— de muchas formas silenciosas, se comprenderá que no tendrían impedimento moral en hacerlo ruidosa y brutalmente con quienes pusieran en riesgo sus prerrogativas. Que lo único que los detiene no es el juramento de que "no lo vamos a hacer más", sino que, por ahora, no se ven peligro.
Ahora hay violencia: desocupación y trabajo en negro, sueldos y jubilaciones insuficientes, hambre, hacinamiento, devastación ambiental, deficiente sistema de salud. Cuando los perjudicados se subleven habrá, además, violencia represiva: el idílico "nunca más" es una ficción para que cuando esto suceda no nos encuentre preparados. Piense un momento en quiénes se centra la parte activa de la promesa del "nunca más": el gran capital, los "partidos populares", las fuerzas armadas y de seguridad. Son los que exigieron la anterior matanza, la realizaron, la facilitaron o la apañaron. Si hay una cosa segura es que volverán a hacerlo cada vez que lo necesiten y puedan.
Para que eso no suceda no valen el ferviente deseo, ni los acuerdos, ni los discursos, ni las leyes más severas. Lo único que puede impedirlo es que los asesinos se encuentren en una relación de fuerzas desfavorable.
Y el único medio en nuestras manos para conseguir eso es que dejemos de tener como dirigentes a nuestros verdugos.

Anatomía y fisiología de una palabra canalla: “desaparecidos”

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Este texto puede leerse cliqueando en el siguiente enlace:

www.kaosenlared.net/noticia/anatomia-fisiologia-palabra-canalla-desaparecidos

miércoles, 24 de marzo de 2010

¡Mujica, asombroso!

.El Pepe y Tabaré

Mujica (“Brecha”, 19-3-10):

Paulos [general retirado] va a seguir diciendo lo que dice, las madres van a seguir reclamando lo que entienden que es justo, y los militares que intervinieron en la dictadura van a seguir pensando que salvaron a la democracia, y bla bla. El desafío pasa por que, a pesar de eso, tenemos que construir cosas que podamos encarar en común, sin pedirle a nadie que renuncie a nada.


Esto que dice Mujica, en la línea de Perón, maestro de maestros (“esto lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie”) es la más increíble voltereta política que recuerde. Si yo hubiera votado por Mujica me suicidaría quemándome con fósforos.

martes, 9 de marzo de 2010

Las cosas se están arreglando

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Landrú, siempre actual

No paramos de tener alegrías, una tras otra: ¡aflojen un cachito, vamos a reventar de felicidad! En “La Mañana” de Víctor Hugo se arriesgan a decir que la gente salió a las calles a festejar el Oscar que ganó “El secreto...”. Quizás exageran un poquito, pero, ¿qué importa? Esta seguidilla de éxitos en cinco días se la tienen que tragar los agoreros, los críticos, los quejosos: ¡alegría, alegría! Pero no cualquier alegría, ¿eh?: ¡alegría popular, que es la mejor!
Sin embargo, una señora llama a la radio y reflexiona que “si tendremos poco para festejar como comunidad que la gente se acopla a esos triunfos en el fondo tan ajenos” (es de las mías, la señora). Víctor Hugo se la piensa unos quince minutos, vuelve a pasar el mensaje y lo responde, denunciándolo como una muestra de la oposición a este gobierno, oposición tan irracional que es capaz de encontrar tonos sombríos hasta en los hechos venturosos, y remata que aunque estuviéramos en el mejor de los mundos, con todos los problemas resueltos, igual celebraríamos las conquistas de nuestros compatriotas.

¡No hay nada más lindo que la familia alienada!

Hay tanto, pero tanto para replicar a estos argumentos que para no extenderme voy a optar porque lo haga usted mismo.
De todos modos, voy a consignar algunas cosas de las que sí valdría la pena enorgullecernos: por ejemplo, que en el país todos sus habitantes tuvieran garantizado un alto nivel en la atención de la salud. Eso sería digno de ser festejado por dos razones: primero, por lo que significaría en calidad de vida —y más, en posibilidad de vida— para todos; segundo, porque los que vivimos aquí somos corresponsables de lo que el país obtiene —y de lo que conserva, y de lo que pierde— en tanto son logros colectivos. También me parecería legítimo celebrar la conquista de otros objetivos por los que lucho: que hubiera trabajo para todos, que los jubilados ganaran lo suficiente para vivir bien, que no se depredara y contaminara nuestro territorio, que la vivienda fuera accesible para el que trabaja, que la educación pública recuperara su papel de igualadora de oportunidades y el nivel de excelencia que supo tener.
En cambio, yo, que si me propusiera tomar una raqueta no sabría por qué lado agarrarla, o que si quisiera hacer un lujo con la número 5 podría fracturarme solito, no puedo verme reflejado en los éxitos de una aristocracia de hiperprofesionales del espectáculo mal llamado “deportivo”: no contribuí en nada. Ni me satisface tampoco el galardón conferido a un filme que, más allá de su factura técnica, en lo único que influye en los espectadores es en volverlos más idiotas, puesto que su núcleo, su clave —que alguien, solo, y sosteniendo el resto de sus actividades, pueda mantener en cautividad a un tipo por más de veinte años— es tan imposible que quien se lo traga está madurito como para mascar vidrio.

VHM, convertido en una repetidora

Víctor Hugo presenta el Oscar obtenido por “El secreto...” y la clasificación para los cuartos de la Davis como “hechos promisorios para la Argentina”. Define a la película como "notable aporte a la cultura nacional" (¿?). "Sabía que todo el país estaba pugnando para que ganara" y por eso experimentaba mucha ansiedad, abunda el oráculo de Cardona (como gustan llamarlo, a sus espaldas, algunos colegas envidiosos). "Es un triunfo que verdaderamente tiene que ver con todos", insiste. Este conjunto de afirmaciones me resultan tan ajenas que no puedo concebir que ambos pertenezcamos a la misma galaxia.
Víctor Hugo se va convirtiendo progresivamente en una repetidora de la “TV Pública” y la “Radio Pública”. Incluso ya puede, muchas veces, prescindir de entrevistar a Aníbal, a Boudou o a Randazzo porque sabe lo que han dicho o van a decir y calcula que suena más persuasivo en labios de un periodista independiente, para mejor de la otra orilla.
"Lo de Campanella tiene continuidad", previene VHM: “Este año puede ser el de la consagración en la Davis y en el mundial de fútbol, por los nombres que nos representan en esos dos deportes... y porque hace 24 años, cuando otro filme argentino ganó el Oscar, nuestro seleccionado obtuvo la copa del mundo” (¡!).
Completito, el Orákulo.