martes, 13 de abril de 2010

Una visita relámpago a Bierce

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Tacaño, s. El que indebidamente quiere conservar lo que muchas personas meritorias aspiran a obtener.

Prójimo, s. Aquel a quien nos está ordenado amar como a nosotros mismos, pero que hace todo lo posible para que desobedezcamos.

Filibustero, s. Pirata de poco bordo, cuyas anexiones carecen del mérito santificante de la magnitud.

Política, s. Conflicto de intereses disfrazados de lucha de principios. Manejo de los intereses públicos en provecho privado.

Teléfono, s. Invención del demonio que suprime algunas de las ventajas de mantener a distancia a una persona desagradable. [¡Qué hubiera dicho del celular!]

Cristiano, s. El que cree que el Nuevo Testamento es un libro de inspiración divina, que responde admirablemente a las necesidades espirituales de su vecino. El que sigue las enseñanzas de Cristo en la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado

Bebé, s. Ser deforme, sin edad, sexo ni condición definidos, notable principalmente por la violencia de las simpatías y antipatías que provoca en los demás, y desprovisto él mismo de sentimientos o emociones. Ha habido bebés famosos, por ejemplo, el pequeño Moisés, cuya aventura entre los juncos indudablemente inspiró a los hierofantes egipcios de siete siglos antes su tonta fábula del niño Osiris, salvado de las aguas sobre una flotante hoja de loto.

Ruido, s. Olor nauseabundo en el oído. Música no domesticada. Principal producto y testimonio probatorio de la civilización.

Audacia, s. Una de las cualidades más evidentes del hombre que no corre peligro.

Calamidad, s. Recordatorio evidente a inconfundible de que las cosas de esta vida no obedecen a nuestra voluntad. Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena.

Ambrose Bierce (1842-¿1913?), Diccionario del Diablo, Edimat, Madrid, 1998.

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