sábado, 31 de enero de 2009

Devociones populares: un gran negocio

Por supuesto, no hablo del menesteroso chiquitaje de las estampitas, las imágenes, las pulseritas, los choripanes, las velas y toda la parafernalia que los avispados le encajan a promesantes en estado terminal de obnubilación. Las grandes devociones populares (las "vírgenes" de Luján, de Itatí, de San Nicolás; San Cayetano; el Gauchito Gil; la Difunta Correa) tienen sus beneficiarios grosos en términos de décadas de usufructo del poder sin padecer molestos cuestionamientos y de decenas de puntos porcentuales en la distribución de la renta.
¡Ah, las devociones populares, qué gran invento! ¿Para qué? Para que al pueblo humilde le "den fuerzas para soportar las pesadas contradicciones de la vida" (Rubén Dri). Prestemos atención: "soportar las pesadas contradicciones de la vida", en lugar de reconocerlas, acometerlas, superarlas.
Sí, pero alrededor de estas creencias "la imaginación popular crea, dibuja, proyecta un espacio utópico que le permita vivir", dice Dri... Y así se pueden agregar chorreras de palabras de esas contra las cuales la razón se quiebra los dientes. Pero como si esto fuera poco, además está la bala de plata: el argumento numérico. Es el "mérito santificante de la magnitud" de que hablaba Ambrose Bierce en el "Diccionario del Diablo" (¿no lo leíste?: ¡no sabés lo que te estás perdiendo!). Así es: si son muchos, ¡tienen razón! Los promesantes, los devotos, son cientos de miles, por lo tanto expresan una verdad profunda e incuestionable y hay que respetársela. Y, sin embargo, es exactamente al revés: porque son muchos hay que combatir y desbaratar sus supersticiones: si fuera un lunático suelto, su credulidad no sería socialmente significativa. Pero cuando numerosos individuos (¡los más postergados!) se guían por motivaciones que los llevan a no operar sobre la realidad, obtenemos un resultado que, técnicamente, se llama República Argentina: un país rico en el cual mucha gente pasa hambre, y donde la brecha entre los más pobres y los más ricos se amplía sin cesar. Entretanto, el sector explotador le pone alfombra roja a todas las devociones populares, porque como decía Alfredo Zitarrosa (“Diez décimas de saludo al pueblo argentino”),

...si protegen sus ganancias,
la decencia y la ignorancia
del pueblo, son sus amores:
no encuentra causas mejores
para comprarse otra estancia.

Anecdotario borgeano (II)

Gravitación

En la pausa de un acto cultural, el novelista Oscar Hermes Villordo acompañó a Borges al baño, situado en un primer piso al que se llegaba por una empinada escalera de madera. Cuando volvían, Villordo notó que Borges descendía los escalones demasiado rápido y, temiendo lo peor, le preguntó: "¿No deberíamos ir más despacio?". "Pero no soy yo —aclaró Borges—, es Newton."

Una radiografía, ahí

Un joven poeta se acerca a Borges en la calle y deja en manos del escritor su primer libro. Borges agradece y le pregunta cuál es el título. "Con la patria adentro", responde el joven. —"¡Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad!".

Entre generales

Durante la dictadura militar alguien le comenta a Borges que el general Galtieri, presidente de la República en ese momento, ha confesado que una de sus mayores ambiciones es seguir el camino de Perón y parecerse a él. "¡Caramba! —interrumpe Borges—, es imposible imaginarse una aspiración más modesta."

Mal momento

Una tarde, contó Alifano, una mujer lo detuvo mientras cruzaba una calle para preguntarle si él era Borges, a lo que el escritor contestó: "Sí, pero si no nos movemos, dejaré de serlo".

Un siglo flojito

El escritor argentino Héctor Bianciotti recuerda una de las tantas salidas elegantes de Borges, cuando le incomodaban los halagos de la gente. Ocurre en París, en un estudio de televisión: "¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo?", lo interrogan. "Es que este", evalúa Borges, "ha sido un siglo muy mediocre".

Iguales

Borges y un escritor joven debatiendo sobre literatura y otros temas. El escritor joven le dice: "Y, bueno, en política no vamos a estar de acuerdo, maestro, porque yo soy peronista". Borges contesta: "¿Por qué no? Yo también soy ciego".

Borges, muy poco caballero

En un café de Buenos Aires, Estela Canto, ex pareja de Borges y poseedora del manuscrito de "El Aleph"(cuento que, además, le está dedicado), le confiesa al escritor que piensa vender ese original. Borges no se opone. "Pero voy a esperar a que te mueras —agrega ella— para que valga más." Herido, Borges responde con una frase ambigua: "Si yo fuera un caballero, en este momento iría al baño y se escucharía un tiro..."

Paradoja

En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges. Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo: "¿En su país todavía hay caníbales?" "Ya no —contestó aquél—, nos los comimos a todos."

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(Fuentes diversas.)

viernes, 30 de enero de 2009

Terremoto en el corazón de la soledad

[...]
En el aire había una extraña sensación de anticipación, y me alegré de tener entre manos la tarea de hacer el café para disimular la confusión que se había apoderado de mí repentinamente. Algo iba a suceder de un momento a otro, pero me daba demasiado miedo pensarlo, porque sentía que si me permitía concebir esperanzas, aquello se destruiría antes de tomar forma. Luego Kitty se quedó muy silenciosa, no dijo nada durante veinte o treinta segundos. Continué moviéndome por la cocina, abriendo y cerrando la nevera, sacando tazas y cucharillas, poniendo leche en una jarrita y todo eso. Durante un momento le di la espalda a Kitty y, antes de que me diera plena cuenta de ello, se levantó de la cama y entró en la cocina. Sin decir palabra, se acercó a mí por detrás, me rodeó la cintura con los brazos y apoyó la cabeza en mi espalda.
—¿Quién es? —dije.
—La mujer dragón —contestó ella—. Ha venido a atraparte.
Le cogí las manos, tratando de no temblar cuando noté la suavidad de su piel.
—Creo que ya me ha atrapado —dije.
Hubo una breve pausa y luego Kitty apretó más sus brazos alrededor de mi cintura.
—Te gusto un poquito, ¿verdad?
—Más que un poquito. Y tú lo sabes. Mucho más que un poquito.
—No sé nada. He esperado demasiado para saber nada.
Toda la escena tenía una cualidad imaginaria. Yo sabia que era real, pero al mismo tiempo era mejor que la realidad, más próxima a una proyección de la realidad que yo deseaba que nada de lo que había experimentado antes. Mis deseos eran muy fuertes, arrolladores de hecho, pero sólo gracias a Kitty tenían la posibilidad de expresarse. Todo dependía de sus respuestas, de sus sutiles incitaciones y de la sabiduría de sus gestos, de su ausencia de vacilación. Kitty no tenía miedo de sí misma y vivía dentro de su cuerpo sin embarazo ni dudas. Tal vez tenía algo que ver con el hecho de ser bailarina, aunque es más probable que fuera al revés. Porque le gustaba su cuerpo, le era posible bailar. Hicimos el amor durante varias horas en la decreciente luz vespertina del apartamento de Zimmer. Sin duda, fue una de las cosas más memorables que me han sucedido nunca y creo que al final estaba completamente transformado por la experiencia. No estoy hablando solamente de sexualidad ni de las permutaciones del deseo, sino de un espectacular derrumbe de muros interiores, de un terremoto en el corazón de mi soledad. Me habla acostumbrado de tal modo a estar solo que no creí que algo semejante pudiera ocurrirme. Me había resignado a cierta clase de vida y luego, por razones totalmente oscuras para mí, aquella preciosa muchacha china había caído ante mí, descendiendo de otro mundo como un ángel. Hubiera sido imposible no enamorarse de ella, imposible no quedar arrebatado por el simple hecho de que estuviera allí.
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(“El Palacio de la Luna”, Paul Auster.)

Único requisito: lealmente

[...]
Borges, más que cualquier otro autor contemporáneo, plantea la cuestión, difícil de abordar para la crítica, del genio literario (hasta tal punto que la crítica académica hasta el 65 —cuando ya estaba escrita casi toda su obra— seguía ignorando su nombre). Borges es, a la vez, el modelo de un tipo de literatura precisa, o más aún, eximia, libresca, que se inspira en las tradiciones literarias y tiene ambición universal. Uno por uno, todos estos rasgos provocan aversión o fastidio en algunos de los nuevos grupos literarios. Enrolados en la teoría del "rendimiento decreciente", según la cual, como es cada vez más difícil escribir grandes obras, mejor ni siquiera intentarlo, o bien en la también novísima y consoladora idea de que escribir "mal" está bien y escribir bien está mal, la figura de Borges es un recordatorio molesto de que el talento no sea quizá, como suponen, tan democrático, ni una cuestión de lobbies académicos que pueden a discreción alzar o bajar pulgares. Para algunos irritación, para otros estímulo, Borges nos recuerda en cada relectura que el genio literario existe y pudo hablar en argentino.
¿Quiere decir esto que a Borges no se lo puede criticar? Muy por el contrario. La contracara de estas lecturas enconadas y mezquinas es lo que Saer ha dado en llamar el fenómeno de "religiosidad popular" en torno a Borges, en que se lee su obra como los cabalistas leen la Biblia, creyendo que todas las perfecciones están allí, y que si no las vemos es porque no hemos pensado lo suficiente, o no tenemos el grado de fe necesario. Que nada sobra, que nada falta, que todo tiene una razón de ser. Que no puede haber error y que estamos ante la summa literaria. Borges ha escrito en su famoso ensayo "Sobre los clásicos" que clásico es aquel autor que los pueblos o naciones "han decidido leer con previo fervor y una misteriosa lealtad". Veinte años después él mismo se ha convertido en clásico. Quizá llegue ahora el turno de que se lo lea sin previo fervor, sin previo rencor. Sólo con lealtad.
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(Una misteriosa lealtad, por Guillermo Martínez, “La Nación”, 11 de junio de 2006.)

jueves, 22 de enero de 2009

Anecdotario borgeano (I)

Aunque se comenta que también es autor de una respetable obra literaria, Borges es universalmente conocido por su copioso anecdotario. Aquí, algunos ejemplos, verídicos o no:

Para empezar, afeitarse

Biológicamente, físicamente me gusta el frío. En el verano me siento como una especie de canalla, realmente; en cambio, en invierno, me siento como una persona decente. Es como estar afeitado o no estar afeitado, ¿no? Cuando uno no está afeitado se siente como una especie de vagabundo. La persona afeitada ya puede aspirar al honor, al decoro, quizás a la inteligencia, también.

Borges y los boqueteros

Cuando en 1976 robaron con ese sistema la sucursal de Plaza San Martín del Banco Galicia, donde tenía una caja Borges, el banco lo citó para que verificara qué había pasado con ella. A la salida los periodistas lo asediaron: "Borges, Borges, ¿usted ha sido perjudicado? Y el contestó: "No he sido perjudicado, pero tampoco he sido beneficiado".

Reversión de la perspectiva

Borges estaba en la Galería del Este con Bioy firmando ejemplares de sus libros. Ya cansado de deslizar una y otra vez su lapicera sobre las portadillas, le dijo a su amigo: ¿Te imaginás lo que va a valer un libro nuestro sin la firma? Hemos firmado tantos...

¿Fiestas?

Y, la gente obra como si se fuera a terminar el mundo al final de cada año. Es una ilusión colectiva que se fomenta, a veces, o casi siempre, con fines comerciales, y en realidad no pasa nada. De Quincey decía que toda fiesta pública es triste, ya que la gente está obligada a celebrarla por tratarse de una fecha determinada. Yo creo que la felicidad es un fin en sí mismo más allá de toda celebración. La alegría tampoco es cuestión de brindis o de fuegos de artificio.

Borges, cabulero

¿Supersticioso? Lo soy. Muchísimo. El número 4 me trae una mala suerte tremenda. ¿Sabía que en Japón es sinónimo de muerte? Prefiero el 3 o el 5. Es más, para mayor seguridad, el 2 o el 6.

Hombres groseros

Esta mañana me llamaron dos señores que querían entrevistarme. Uno es un tal "Cacho" Fontana; el otro, un doctor "Borocotó Jr.". Yo les dije que no. ¡Cómo voy a aceptar que me entreviste alguien que se inflige públicamente esos apodos! Es más o menos como si yo me hiciera llamar "Pepe Borges" o "Coco Borges"... Son nombres groseros, ridículos para personas mayores de edad.

Genealogía

Una señora lo elogia a Borges:
—Todos sus ascendientes ilustres deben estar orgullosos de usted, señor Borges.
—No creo que se vea mucho desde el cementerio de La Recoleta —la interrumpe el escritor.
La señora insiste en la "vasta ascendencia ilustre". Borges la decepciona diciéndole:
—Bueno, todo mi árbol genealógico se desmoronaría con una sola infidelidad.
La señora sucumbe y calla.

Muchos años

El Premio Nobel a García Márquez lo sorprendió a Borges gestionando el pasaporte en el Departamento de Policía. Allí nos enteramos que García Márquez había sido galardonado con el Nobel de Literatura. Los periodistas acreditados en el Departamento de Policía se lanzaron sobre Borges para hacerle preguntas. "Yo pienso que es un excelente escritor —comentaba Borges—. ‘Cien años de soledad’ es una gran novela, aunque creo que tiene cincuenta años de más..."

Un mazorquero cariñoso

El trámite del pasaporte fue resuelto en poco tiempo y con comodidad. Ya en la calle a pocos pasos de la salida del Departamento de Policía, nos enfrentamos con un hombre joven, robusto, vestido con ropa deportiva y un bolso en la mano.
—Soy el sargento fulano de tal —se presentó—. ¿El señor es Jorge Luis Borges?
—Bueno, creo que sí, señor —respondió Borges.
—Maestro —dijo el sargento con voz firme—, yo lo sigo en todos los reportajes que le hacen en televisión y revistas. No lo he leído, debo confesarlo, pero siento una gran admiración por usted y quisiera besarlo.
Borges, sorprendido, asintió con la cabeza y el sargento lo besó tiernamente en la mejilla. Cuando el otro había partido, Borges, que aún permanecía inmóvil tomado de mi brazo, me dio un golpecito con el codo y comentó:
—¡Caramba, un mazorquero cariñoso!

Imitadores

Los imitadores son siempre superiores a los maestros. Lo hacen mejor, de un modo más inteligente, con más tranquilidad. Tanto que yo, ahora, cuando escribo, trato de no parecerme a Borges, porque ya hay mucha gente que lo hace mejor que yo.

Una, aunque sea

En una librería de Buenos Aires le presentan a Federico Manuel Peralta Ramos.
—¿Y usted a qué se dedica? —le pregunta Borges.
—Yo soy poeta, escultor, pintor, filósofo, actor... —le responde el vasto Peralta Ramos.
—¡Caramba! —interrumpe Borges—. ¡Cómo me gustaría a mí ser alguna de esas cosas!

Sabe todo, pero...

Hablábamos con Borges de George Bernard Shaw. Borges recordó una frase muy graciosa del escritor referida a un latoso personaje que lo acosaba con sus conocimientos. "Sí, es cierto —dijo Bernard Shaw al referirse a él—, el doctor Fulano lo sabe todo, pero es lo único que sabe."

Motivos para el suicidio

—¡Qué lástima que Lugones se suicidó antes de haber concluido su biografía del general Roca, de la que ya había escrito la mitad! —le comenta a Borges una señora.
—Bueno, yo creo que empezar a escribir esa biografía es suficiente motivo para llegar al suicidio —responde Borges.

Demasiada economía

En una conversación, Borges le pregunta a su interlocutor:
—¿Usted es creyente?
—Sí, señor, por supuesto.
—¿Y cree en un solo Dios?
—Sí, señor, soy monoteísta, soy católico.
—Bueno, eso no está mal —comenta Borges—. Pero creer en un solo Dios me parece una miseria. Habiendo tantos dioses creer en uno solo es un exceso de economía.

Vicios

No bebo, no fumo, como poco. Mis únicos vicios son la Enciclopedia Británica y no leer a Enrique Larreta.
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(De “En torno a Borges”, de Justo Molachino y Jorge Mejía Prieto, y “Borges, biografía verbal”, de Roberto Alifano.)

Chiste kirchnerista

Una familia japonesa llega a Estados Unidos y el papá inscribe al hijo en una escuela. El primer día de clase, la maestra presenta a Susuki a sus compañeritos de sexto grado y luego les dice a todos:
—Empecemos repasando un poco de historia de América del Norte y del Sur: ¿quién dijo “denme la libertad o denme la muerte”?
La clase se queda callada, excepto Susuki:
—Lo dijo Patrick Henry, en 1775.
—¡Muy bien! —aprueba la maestra—. Otra pregunta: ¿quién dijo “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo no debe desaparecer de la faz de la Tierra”?
De nuevo, ninguna respuesta de la clase, salvo Susuki:
—Abraham Lincoln, en 1863.
La maestra asombrada, les dice:
—Chicos, debería darles vergüenza. Susuki, que es nuevo en nuestro país, sabe más de nuestra historia que ustedes.
La maestra alcanza a escuchar un susurro: “¡A la mierda con los malditos japoneses!”.
—¿Quién dijo eso? —pregunta.
Nuevamente Susuki levanta la mano y dice:
—General Mc Arthur, en 1942.
La clase queda muda y uno de los chicos alcanza a decir:
—Voy a vomitar.
La maestra trata de averiguar quién fue el alumno irrespetuoso:
—¡Ya está bien!: ¿quién dijo eso?
Y Susuki responde:
—George Bush padre, al primer ministro japonés, en 1991.
Uno de los alumnos, furioso, le grita al japonés desde el fondo:
—¡Chupame ésta!
Susuki, casi saltando en su banco, le dice a la maestra:
—¡Bill Clinton a Mónica Lewinsky, en 1997!
El que era el número uno de la clase grita:
—¡Estaba primero hasta que llegó este japonés de mierda!
Y Susuki, rápidamente, informa:
—Mario Vargas Llosa, sobre Fujimori. Elecciones peruanas, 1990.
La clase entra en un estado de histeria. La maestra se desmaya, cunde el caos. Mientras los chicos se arremolinan alrededor de la desvanecida docente, uno de ellos exclama:
—¡Mierda, la cagamos!, ¿y ahora, cómo salimos de este desastre?
Y Susuki replica:
—Néstor Kirchner, en Buenos Aires, marzo de 2008.

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El cuento de Susuki tiene algunos años. En la computadora encuentro versiones en las cuales el remate se refiere a Cavallo y a De la Rúa. La última que me llegó termina en que un compañero, indignado por lo mal que los hace quedar, le grita al japonés "¿por qué no te callas?". Y Susuki responde: "Juan Carlos, rey de España, en Santiago de Chile, 10 de noviembre de 2007".
La que acabo de reproducir concluye con Kirchner diciendo: “Mierda, la cagamos, ¿y ahora cómo salimos de este desastre?”. La frase es ubicada en marzo de 2008, o sea en el contexto de la convulsión social desatada por la implantación de las retenciones móviles para granos y oleaginosas.
La locución en su conjunto refleja la sorpresa y preocupación de Kirchner por lo que ha pasado. Además, implica que no está nada conforme con los hechos tal cual se han producido y que tiene intención de remediarlos. Analizándola parte por parte, “la cagamos”, así, en plural, pudiera referirse ya sea a quienes tomaron la resolución o a quienes la padecen. La primera interpretación es válida si se cree que en los gobiernos kirchneristas las decisiones relevantes se toman tras un amplio debate en el cual participan los correspondientes ámbitos políticos y técnicos del gobierno, con el concurso de los sectores de la sociedad civil involucrados. Pero esto no es así, y hasta los ministros suelen enterarse de las medidas del gobierno referentes al área de su incumbencia en el momento mismo de su anuncio. Como lo que rige, entonces, es un modelo autocrático, la frase de Kirchner hay que interpretarla en el sentido de que las cosas no salieron, para todos en general, como él hubiera querido. En este marco, no dice “la cagué”, con lo cual estaría admitiendo que calculó mal, que lo sucedido es su responsabilidad, o que el caso le preocupa sólo por lo que a él pudiera afectarlo; incluso, podría interpretarse como que se lamenta de que le salió el tiro por la culata. El pretérito indefinido en la primera persona del singular se adecuaría, por ejemplo, a la exclamación de un ladrón que se ha metido a robar en una joyería y por torpeza dispara la alarma y las puertas se cierran: seguro que éste diría “la cagué, ¿y ahora cómo salgo de esto?”. Pero el “la cagamos”, por el contrario, desplaza el origen del problema al interjuego de los factores sociales, no siempre predecibles en sus resultados. El “la cagamos” y el “¿cómo salimos...?”, ponen de manifiesto que el regente que ejerce el poder en la casa reinante percibe al país como una empresa común, y que se siente en el mismo barco que sus súbditos.
Kirchner, según se lo presenta en esta versión del viejo chiste, ha sido un poco atolondrado, puesto que no previó lo que sucedería, pero ahora es consciente (“este desastre”, diagnostica) de la gravedad de la situación, se preocupa, y está dispuesto a poner en marcha un esfuerzo colectivo para superarla, puesto que no dice “¿ahora, cómo salgo de esto?”, sino “¿y ahora, cómo salimos?”.
En suma, el cuento nos pinta a un gobernante con errores, como todo ser humano, pero sensible y bienintencionado.
Ahí está el chiste.

miércoles, 14 de enero de 2009

“La forma de las cosas”: ¡guauuu!

¡Extraordinaria, perfecta en todo!: texto, dirección, actores, escenografía. Sólo les digo ¡vayan a verla! Están representándola en el Multiteatro, Corrientes 1283, Buenos Aires. La entrada es bastante carótida, pero al terminar la obra uno queda con la convicción de que fue dinero recontrabien gastado. A quienes guiados por mi certero consejo vayan a verla y luego quieran besarme las manos, según ya es costumbre, contáctenme los jueves de 19.30 a 20 horas, en ayunas. Quienes deseen agradecerme allegándome dinero o especies (radios, tomates, sacacorchos, resaca para plantas, ganado en pie, diarios viejos, etcétera), pueden hacerlo de lunes a domingo, de 0 a 24, horario corrido.

¿Amazonia internacional?

Hace un tiempo un profesional conocido mío me reenvió un correo, aparentemente originado en la Policía Federal, en el cual se informaba que ante el caso de que alguien fuera secuestrado y obligado a recorrer cajeros para retirar efectivo, se podía teclear la clave al revés (por ejemplo, en lugar de 1234, insertar 4321), y que entonces el cajero entregaba igualmente el dinero, pero se emitía un mensaje al Comando Radioeléctrico, el cual enviaría sus móviles inmediatamente al lugar.
Podía ser, ¿por qué no? Pero, entre otros detalles que no cerraban, estaba el hecho de que la policía diera a conocer ese procedimiento mediante correos electrónicos al voleo, en lugar de dar información pública institucional, por sí, y por los bancos mediante sus resúmenes y comunicaciones a los clientes.
Por eso, acudí a la fuente: la policía, por intermedio de la división respectiva, negó de plano la existencia de ese sistema. Fíjense qué peligroso podría ser que alguien creyera esto sin reflexionar ni averiguar, y le tocara estar en esa terrible situación: si hiciera lo que indicaba el correo, y repitiera quizás el intento, pensando que quizás antes había digitado mal, y el dinero no saliera, ocasionaría que quienes lo amenazaran pensaran en una treta, o una demora deliberada, se pusieran aún más nerviosos y violentos (de lo que está de por sí un asaltante armado, que se juega cosas muy serias), causando por esa razón que el perjuicio fuera más grave que perder una suma de dinero.
Lo que quiero decir con ese ejemplo es que creer en cosas burdas y no tener criterio para advertir sus errores e inconsistencias es siempre dañino, se paga caro y si encima propagamos esas falsedades a nuestros familiares, amigos y conocidos, los estamos entonteciendo y poniendo en riesgo.
Esto es lo que pensé cuando recibí ayer, por quinta o sexta vez en mi vida, el texto sobre la Amazonia. Un invento estúpido, pergeñado por alguien no respetable ni intelectual ni políticamente, que no sabe nada de geografía, ni de libros, ni de castellano. Ni de inglés, tampoco, porque la supuesta página del falso libro de geografía está escrita en un inglés tan macarrónico como su traducción a nuestro idioma.
No voy a consignar aquí todas las inexactitudes e incongruencias que anuncian a gritos la falsedad de ese engendro: las personas honestas pueden buscar en internet el abundantísimo material referente a este fraude, donde además aparecen los desmentidos acerca de la existencia de tal libro emitidos por el propio gobierno brasileño.

¿Qué se gana con inventar, y tan mal?

También en internet se encuentran reflexiones acerca del daño que producimos al hacernos eco de estas patrañas. Pero yo voy a agregar algunas propias: por cosas como ésta, las personas desinformadas o que no tienen una posición firme respecto de Estados Unidos bien podrían reaccionar ante esas supercherías dolosas diciendo “estos que atacan a ese gran país son mentirosos y estúpidos: nunca les voy a creer nada”. Es más, visto así, hasta podría ser que tales acusaciones incompetentes fueran promovidas precisamente por los gobiernos de USA con el fin de desacreditar a quienes cuestionamos sus políticas.
Porque, sin duda, hay mucho para criticar sin necesidad de andar inventando. Leemos en un informe serio: “El gasto militar de EE.UU. equivale al PIB de 90% de los países más pobres y representa casi el 46% de los gastos militares (2006) a nivel mundial. Su proyecto destructor lo hace responsable del 80% de las emisiones de dióxido de carbono, originadas, entre otras causas, por un parque vehicular de 1,5 automóviles por habitante” [y no sólo autos: cruceros, lanchas, aviones y avionetas, tractorcitos para cortar el pasto del jardín, etc.].
¿Hace falta levantar falsas acusaciones contra un país que arrojó bombas atómicas sobre ciudades indefensas; que ha asesinado a tres millones de vietnamitas para sostener un régimen lacayo corrupto, y les bañó el país con agente naranja, producto cancerígeno y teratogénico; que ha invadido República Dominicana, Panamá, Granada, Iraq, Afganistán; que usa, por sí o por manos cómplices uranio empobrecido en sus bombas y proyectiles contra pueblos con quienes practica un genocidio subrepticio a largo plazo? (En la potencia imperial que comete esos crímenes, anoto de paso, la Biblia es el libro más leído.)
¿Habrá quien se ofenda porque pretendo que seamos responsables, que nos informemos, que seamos críticos respecto de lo que nos dicen y de lo que difundimos, que nos rectifiquemos cuando nos equivocamos, que enmendemos lo que hicimos mal? ¿Será mucho pedir?


Juan del Sur.

sábado, 10 de enero de 2009

Carta abierta a la Agencia Walsh

Piedad, muchachos

Piedad para las neuronas de los que estamos en la base del sistema (y más abajo, aún): las necesitamos. Para reconocer la realidad, para pensarla, para cambiarla.
Piedad para el idioma: de ahí salen los conceptos y las categorías que después las neuronas —cien mil millones (pobrecitas, tan poquitas para un mundo tan grande y complejo)— relacionan por medio de las sinapsis, en el intento de tener disponible para el pensamiento una representación confiable de las cosas.
Cuando en una constelación ideativa se introduce un concepto con un valor equivocado —o tan siquiera equívoco— no es como en una máquina, a la cual un engranaje de otra medida hace que no funcione o se rompa, pero todo ese sistema funciona mal y entrega resultados no seguros.
Si una persona no alcanza a entender la diferencia entre decir "no se escucha bien" (frase enteramente sin sentido en castellano) y "no te oigo" tiene el cerebro hecho papilla: si es un trabajador, está maduro para votar al peronismo, o para decir "Maradona sí que la tiene clara, es un genio" (reconozco que estas dos cosas no tienen igual trascendencia vital, pero reflejan un grado similar de deterioro de la razón).
Cuando ustedes escriben, en la nota de Dionisia, entre otras barrabasadas, "Ya no estaba en swixtil, pero cocía en mi casa", ¿lo hacen a propósito, o son tan bestias? Cuando, de movida, en el "Especial Cromañón (Última Parte)" se largan con que es una "entrevista a Ayelen Stroker" me dejan con una duda: ¿vuestra colaboradora no se llamará "Ayelén"? Ese es el comienzo; le siguen tantas barbaridades idiomáticas que ni un croata recién llegado podría cometer. Capaz que en este punto ustedes dicen "la cagaste, pelotudo: Stroker se llama Ayelen, tomá, mirá una copia del documento, tarado". Lo cual me traerá a la memoria a Beliz, a quien, a poco de asumir como ministro, en medio de una nota en TV le preguntaron cómo era su apellido, porque en la papelería oficial aparecía sin tilde. Beliz contestó: "/Béliz/, sin acento" (quiso decir "sin tilde", pero eso es lo de menos). Imponer la propia subjetividad por sobre un código de validez intersubjetiva, como el idioma, es matar neuronas a garrotazos.
Nada de esto se hace sin consecuencias, consecuencias graves. Fíjense, si no, en la "Entrevista...". Termina así: "O acaso, ¿merecemos tanta mierda y tanto dolor?". Termina donde debiera empezar, donde debiera continuar y de donde no debiera salir.
Pónganse las pilas: para sumirnos en un delirio confusional ya están todos los demás, los que no quieren que "acertemos la mano con la herida", como decía uno que la sabía lunga.
Saludos,

Juan.

lunes, 29 de diciembre de 2008

“El rastro”, o cómo imbecilizar


El mundo, en dos naciones separado está:
buenos y malos, mezclados por doquier.
Andrew Marvell.

De todas las maneras vulgares de eludir la consideración del efecto de las influencias sociales y morales en el espíritu humano, la más vulgar es la de atribuir las diversidades de la conducta y del carácter a diferencias naturales.
John Stuart Mill.

Decime vos si no es cierto, decime.
Leo Maslíah.


Soy de la opinión de que una persona inteligente y crítica, si tiene dinero y tiempo, puede, con provecho, ver casi cualquier espectáculo. Pero si no tiene una gran disponibilidad de dinero y tiempo le conviene seleccionar cuidadosamente en qué gasta el uno y el otro. “Casi cualquier espectáculo” significa que, para mí, hay algunos límites: por ejemplo, en algún punto, es conveniente que usted vea “Bailando por un Sueño” (o sus similares) alguna vez, pero si ya lo vio no es aconsejable que lo vea todas las noches. “La pesca”, a la que ya he hecho referencia, es otro límite: esta obra de teatro es una nulidad vacía, una idiotez sin propósito (como no sea el de tantear la tolerancia de los espectadores), o sea, un despropósito: un sinsentido, una nada con menos médula e interés que la más trivial y fugaz escena callejera que podamos presenciar. Como, además, la entrada es cara y la sala muy peligrosa frente a una eventualidad que exija rápida evacuación, yo le diría a las personas buenas que no vayan a verla.
“Historias extraordinarias”, película de Llinás, es un caso distinto: se la puede ir a ver, pero únicamente por espíritu deportivo, a saber: si usted quiere demostrar que puede resistir cuatro horas y media de desatinos e incongruencias, vaya, pero sepa que no es fácil que salga airoso. Y en el mismo orden de desafío personal, puede poner a prueba sus conocimientos y sus sinapsis mediante el plan de detectar y puntualizar todas las inconsistencias e idioteces que encuentre, en las historias y en cada escena en particular. Desde ahora le advierto que si anota menos de doscientas es que se le pasaron un montón.

Siempre así, tan igual

“El rastro” es una película australiana que sustenta una interpretación racista acerca de la realidad y el conflicto social. Trata sobre un negro bueno (un australoide probablemente de la etnia arunta o aranda), omnipotente, sabio, incansable y frugal que, vaya a saber por qué razones, no explicitadas por el filme, siendo tan bueno y tan íntegro se presta para guiar a una comisión policial —tres blancos— que busca detener en el interior de Australia a otro negro acusado injustamente del asesinato de una mujer blanca. Lo de “detener” es un decir: queda claro con el correr de las escenas que con presentar sus orejas al tribunal la tarea estará perfectamente cumplida, y si las orejas no son las del buscado, o hay más orejas que las que suele usar una persona, mala suerte (para sus dueños). En el camino, la partida, comandada por un fanático supremacista blanco, aprovecha para eliminar a cuanto aborigen tiene el infortunio de dejarse ver. Pese a ello, el negro “bueno” no sólo no se fuga, lo cual para él es fácil, sino que sirve al fanático virtuosa y lealmente, rastreando con tenacidad las casi imperceptibles huellas del negro fugitivo, advirtiendo a su jefe de los peligros potenciales y aconsejando las mejores alternativas para evitarlos y acortar la distancia con el perseguido y apresarlo.

Toda igual, toda así

Sin embargo, los atropellos del fanático se multiplican, y además de matar a sangre fría a varios indígenas, asesina a un miembro de la partida. Veamos por qué: los nativos, en tres oportunidades, desde lugar oculto y a distancia prudente, atacan a los intrusos arrojando lanzas —una cada vez— que invariablemente impactan en la comitiva: dos de ellas en los caballos y la restante en uno de los subalternos. La propuesta del otro es regresar a fin de obtener atención médica para su compañero, pero el jefe se niega. En esta secuencia lo que sucede en la película tampoco se parece al comportamiento de la realidad: el herido va desmayado en su caballo y no se cae; pese a su gravedad no delira ni emite un solo gemido por las noches, cuando duerme como un bendito. Una actitud tan cortés no conmueve al jefe, quien piensa que los retrasa en la marcha y una noche, sigilosamente, le aplica la eutanasia. Además, azota al negro “bueno” y a partir de entonces lo lleva atado por el cuello con una gruesa cadena, como a un animal.
Finalmente, en circunstancias en que el jefe ensaya su puntería contra un grupo de nativos en el cual hay niños, mujeres y ancianos, el otro policía —un joven— se insubordina, lo reduce y lo encadena. Esa noche el negro, tras narcotizar con yuyos al blanco “bueno”, juicio sumario mediante ahorca al fanático utilizando un ingenioso aparejo. (Nota: Aunque el aparejo, tal cual se lo muestra, es difícil que funcione, es el único momento en que en la película se filtra un retazo de realidad, ya que sin aquél es imposible que el negro, más menudo, pueda ahorcar a un hombre de más de ochenta kilos simplemente colgándose del otro extremo de la cuerda.) El blanco “bueno” se despierta de su sueño forzado y se encuentra con una escena —el fanático colgado (modo de ajusticiamiento que los “salvajes” jamás emplearían) y el negro supuestamente desmayado a golpes— la cual necesariamente implica incidentes tumultuosos de lucha y el debatirse y la agonía del ahorcado. Y no se pregunta cómo no se enteró de nada, y por qué conserva sus armas y no están ni siquiera atados, si fueron sorprendidos y reducidos por los indígenas, según le hace saber el negro “bueno”.

Toda así, muy así

Como dije, furtivos aborígenes venían atacando a la expedición a lo largo de su itinerario con infalibles lanzazos. Sin embargo, cuando más tarde rodean y obligan a la rendición al negro y el blanco “buenos” súbitamente se les pasan las ganas de matarlos, los tratan con suavidad, les dan explicaciones, y a la postre los liberan y les devuelven sus armas: ¿en qué quedamos? La estructura de este incomprensible episodio es un tópico de la cinematografía: de la mala cinematografía, hecha por imbéciles o canallas y destinada a imbéciles o a imbecilizar a quienes aún no lo son. Usted la ha visto infinidad de veces, y su forma más habitual es ésta: el muchachito (a veces el muchachito y la muchachita, o los buenos, en general) son atacados por los malos en algún lugar (una casa, preferentemente de madera, un galpón, una oficina vidriada, etcétera) con todo tipo de armas: granadas, bazucas y miles de disparos de armas automáticas que pulverizan todo hasta el punto de que no es factible que ni una cucaracha haya podido sobrevivir en ese sitio y sus inmediaciones. En esa instancia se produce una pausa en el fragor de las explosiones, los tiros y la destrucción y se oye una voz que dice: “¡Los quiero vivos!”. Dos cuestiones: una, parece que quien da las órdenes se acordó un poco tarde; dos, ¿cómo sabe que aún están vivos, después de semejante ataque, a raíz del cual, incluso tirando a errar, los destinatarios difícilmente habrían sobrevivido? Este es el habitual alimento cinematográfico, cuya presentación, en general, es en forma de supositorio. Y no se crea que tengo un prejuicio contra esa vía, sino que lo que pretendo indicar es que resulta poco adecuada cuando hablamos de incorporar conocimiento.

Siempre igual, siempre así

Estos aborígenes inconsecuentes, pues, que han capturado, tienen prisionero y castigan con severidad al negro fugitivo por otro delito distinto al asesinato de la mujer blanca —una violación—, dejan, como decía, en libertad al negro y el blanco “buenos”, de quienes saben que integraban la partida que asesinó a una decena de indígenas. Estos dos desandan el camino hacia la “civilización” y al pasar por el lugar donde habían dejado colgado al jefe ven que, allá en lo alto, está abierta la argolla que rodeaba el cuello del fanático y el cuerpo ha desaparecido. Fíjese si serán necios los que hicieron la película y calcule qué puede esperar de ellos: forzosamente, se deduce que alguien, en lugar de cortar o desatar la soga con la que se ha hecho el ahorcamiento y maniobrar en el suelo para liberar el cadáver, ha venido con una escalera a territorio aborigen —a un lugar inaccesible como no sea con un baqueano y sorteando infinitas incomodidades y dificultades— y, con el cuerpo colgado, ha destrabado el cierre de la anilla, lo cual no es una operación simple y se puede hacer sólo mediante una llave especial. O, mínimamente, ha bajado y retirado al difunto aflojando la soga y luego ha vuelto a subir la argolla vacía... con el propósito de componer una imagen de pura utilidad cinematográfica. De cinematografía artificiosa y vacua, se entiende.

Qué querés, es así

Finalmente, el negro “bueno” se separa del blanco “bueno” y retorna a su tierra ancestral, no sin recitarle, invertido, el discurso de menosprecio racista que el fanático excretó hasta el momento mismo de su muerte: ahora son los blancos los asesinos, mentirosos, indignos de confianza, ignorantes, etcétera.
Los espectadores en el cine, todos blancos, aplauden este discurso —¡vaya, vaya!— y el final de la película: sin duda, aplauden que es una obra que no sólo les permite conservar su imbecilidad intacta, sino que la avala y la incrementa.
Esta película tiene el espaldarazo masivo de la crítica. Y éste es un buen motivo —el único— para verla: comprobar hasta qué punto los críticos —y los comunicadores que fungen de tales— recomiendan las peores mistificaciones.

Juan del Sur.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Experiencia

La experiencia no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa.
Aldous Huxley.

Valor de la costumbre

—Pero, ¿por qué primero pelás las anguilas y después les cortás la cabeza? ¿Por qué no hacés al revés? ¡Es una crueldad!
—No, si yo siempre lo hago así, están acostumbradas.

Así nos va

Es la tercera vez que, a lo largo de algunos meses, recibo el mensaje cuyo texto reproduzco más abajo. Seguramente vos también lo has recibido, y si no es así, no cantes victoria: ya te tocará. Entre que, fuera de toda necesidad, lo envían como PPS, y que me llega como adjunto de sucesivos correos, pesa 80 KB, siendo que el texto en sí tiene un tamaño de 2 KB. Cuarenta veces más liviano, cuarenta veces menos dinero que iría a parar a los pulpos que hegemonizan el tráfico de Internet, cuarenta veces menos tiempo de conexión, cuarenta veces menos basura saturando la red.
Es de notar que en la MAYORÍA de los casos en que además de la dirección de las cuentas de remitentes y destinatarios figura el nombre del titular, éste está escrito vulnerando las normas de la gramática: conclusión, la mayoría no sabe ni siquiera escribir correctamente su propio nombre. Esto, que habitualmente se dice como exageración ("no sabe ni escribir su nombre") es aquí pesada y sombría realidad. Porque personas tan poco rigurosas al hacer una cosa tan simple como escribir su propio nombre es imposible que usen ese rigor cuando se trata de esforzar la inteligencia, de ejercer el pensamiento crítico.
Así nos va.

Este es el texto:

¡Muestra de moralidad!

Sucedió en un vuelo de la British Airways entre Johanesburgo y Londres.
Un señor negro es conducido por la azafata al asiento contiguo al de una señora blanca, de unos cincuenta años. La señora, alterada, llama a gritos a la azafata cuando ésta se está alejando.
—¿Cuál es el problema? —pregunta la azafata.
—¿No lo está viendo? —responde la señora—. ¡Me ha colocado un negro al lado! No puedo estar junto a esta gentuza. ¡Déme otro asiento!
—Por favor, señora, cálmese —dice la azafata—. Casi todas las plazas de este vuelo están ocupadas. Voy a ver si hay algún lugar disponible.
La azafata vuelve algunos minutos después.
—Señora, como sospechaba, no hay plazas libres en clase turista. He hablado con el comandante y me confirmó que no hay más plazas en “business”. Pero aún queda un lugar en primera clase.
Antes de que la señora pueda hacer algún comentario, la azafata continúa:
—Resulta excepcional que la compañía conceda un asiento de primera clase a un pasajero de clase turista, pero dadas las circunstancias, el comandante considera que sería escandaloso obligarle a sentarse al lado de una persona tan detestable.
Y dirigiéndose al negro, la azafata añade:
—Por lo tanto señor, si fuera tan amable, recoja sus pertenencias que el asiento en primera clase le espera.
“Y todos los pasajeros que presenciaban la escena asombrados, se levantaron y aplaudieron.”
Día Mundial Contra la Discriminación Racial.
Puedes colaborar... Comienza por enviar este mensaje a todos tus amigos y contactos. Yo hice mi parte... Es fácil. Haz la tuya.
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FIN DEL ENVÍO QUE RECIBÍ (bueno, lo tuve que corregir, porque venía escrito en el castellano que se habla en los Balcanes). ¿Lo leíste bien? Es decir, ¿lo leíste con toda atención, y poniendo en juego todo lo que sos y sabés? ¿Estás seguro/a de que entendés lo que pasa en esa escena? Bueno, te felicito: has hecho algo que los imbéciles que lo difunden seguro que no hicieron. O sí, en cuyo caso son unos racistas fanáticos. Porque bajo el disfraz de combatir la “discriminación” (así le llaman ellos a la subestimación, la segregación, el menosprecio y el prejuicio), presentan al negro como un homínido estuporoso, inerte y sumiso, que no realiza ni un gesto ni dice una palabra en toda la acción. Todos hacen o dicen algo: la pasajera, la azafata, el capitán y los demás pasajeros (que rubrican con aplausos la operatividad de la tripulación). El negro —insultado, agredido, afrentado—, nada. Bueno: ¡si los negros fueran así como los pinta esta canallada, tendría razón la pasajera! Porque eso no es una persona, es un incapaz, un semoviente, algo sobre cuyo destino todos los demás opinan y deciden, y que éste acata mansamente.

Así como está planteada esta historia, es obvio que para el silente antropoide la situación no ha terminado, porque lleva en sí una condición que adonde vaya lo coloca en un rango de inferioridad. Por eso me he permitido prolongar el cuento siguiendo la lógica de su planteo.
Habíamos quedado en que el negro toma sus bártulos y sigue dócilmente a la azafata. Pero, previsiblemente, en la primera clase no tienen una disposición tan pacífica como la señora de la clase turista, y en cuanto la benefactora y su mascota se aproximan al asiento desocupado, quien está en la butaca vecina prorrumpe en gritos:
—¡Eh!, ¿qué está por hacer? ¡Usted me dijo que iba a traer un pasajero, no un negro! ¡Llévese eso de aquí inmediatamente!
—¡Pero, señor —intenta explicarse la auxiliar—, éste es el único lugar disponible, y ya hubo un conflicto donde este pasajero estaba!
—¿Y a mí, qué me dice? ¡Esos problemas deberían pensarlos antes de despachar un avión! ¡Hágame el favor, saque a ese mono de aquí de inmediato o me quejaré al presidente de la compañía!
“¡Sí, sí, fuera!”, gritan los demás pasajeros mientras le arrojan las almohaditas, diarios, folletos y bolsas para vómitos al negro, que está paralizado por el susto y con los ojos inmensamente abiertos. “¡Que se vuelva al África!” “¡Arrójenlo del avión!”, son otras de las imprecaciones que pueden entenderse en medio del batifondo de alaridos y pataleos.
—¡Venga, no se quede ahí, no me complique más la vida! —la azafata toma al negro del brazo y prácticamente lo arrastra fuera de la primera clase, hasta el lobby de servicios, donde lo introduce tras de sí. Los gritos de “bembón”, “sucio”, “nigger” aún se oyen sonoramente después de que la mujer ha cerrado la puerta.
—¡Mire —le dice respirando agitadamente y sacudiendo la mano con el índice extendido ante la cara del aturdido pasajero—, ya ve que he hecho todo lo posible! ¡Pero usted no ayuda nada, con ese color negro tan retinto que tiene! No me deja otra alternativa; si por mí fuera lo haría viajar en el compartimiento de cargas, pero como están las cosas los pasajeros lo sospecharán y no van a aceptar que usted pueda husmear en sus equipajes, ¡y Dios me libre si llegara a faltar algo!
La azafata se pone a rebuscar en unos gabinetes, de espaldas al catatónico negro, mientras sigue hablando, casi como para sí misma:
—Yo lo haría viajar acá, pero va contra las normas y la que va a terminar pagando el pato soy yo, así que lo voy a llevar a una de las cavidades donde se repliega el tren de aterrizaje —la mujer encuentra lo que busca y se vuelve—. Ahí hace bastante frío. Le voy a dar esta mantita; están contadas, pero ya me las apañaré —y se emociona con su propia misericordia. Hace un esfuerzo, se recompone y, admonizando de nuevo al negro con el dedo levantado, le dice con severidad:
—¡La escotilla sólo se puede abrir desde el lado de acá, así que no se moleste en fantasear ninguna idea extraña! ¡Y ojo con caerse cuando baje el tren de aterrizaje, porque podría ir derecho a penetrar en una de las turbinas de cola y causar un problema mayor, todavía!
Y así, pasivamente, el estuporoso negro se deja conducir a su ineluctable destino.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Dos recomendaciones teatrales

¡Oh, qué gusto poder decirles estas cosas!: son dos recomendaciones, sí, sólo que una positiva y otra, lo contrario. Aquí van:
--Vean "Grande y pequeño" en el Centro Cultural de la Cooperación. A quienes sigan esta sugerencia, les digo que sólo aceptaré que me besen las manos cinco minutos por persona, sin excepción.
--No vean "La pesca": es tilinga, vacía y estúpida. Además, es cara y encima pueden morir, porque colocan sillas, con sus respectivos espectadores, bloqueando el único pasillo de escape.
Como ven, esto empieza muy bien, con importantes (y gratuitos) servicios a la comunidad.
De nada.
Buenas tardes.