lunes, 30 de abril de 2012

Bayer en su laberinto

Bayer en su laberinto

Uno más que trabaja para que "no acertemos la mano con la herida", como decía Machado. Porque siempre que nos comunicamos tenemos, desde el punto de vista de la conciencia y el conocimiento, opción por alguna de estas dos posturas: o aclarar u oscurecer.

Y Bayer opta sistemáticamente por esta última. Veamos tres ejemplos en su nota del sábado 28 en Página/12*:

Macri no es de izquierda (no sé si ustedes lo han notado). Por lo tanto, la queja de que no facilite la difusión de las voces de izquierda —como el programa "Leña al Fuego" de Schiller— se integra a la lista global de agravios que tenemos para imputarle, y la posición del jefe de gobierno a este respecto no debiera sorprender ni horrorizar a nadie que no sea hipócrita.

No quiero decir que sea un hecho que no merezca ser denunciado, pero esa denuncia nos ilustra sobre una situación archiconocida y que pertenece al patrimonio ideológico de la izquierda. Pero la supresión del programa de Schiller en Radio Ciudad era una ocasión excelente para recordar que esta censura tuvo un antecedente hace cinco años, cuando Hebe le cerró a Schiller el programa que tenía en la Radio "de las Madres" y lo echó también, en lo que llama su universidad, de la cátedra Historia del Movimiento Obrero, el espacio más concurrido, más libre y más enriquecedor que ha tenido esa institución. O sea, Bayer eludió las aristas de la cuestión en las cuales se podía avanzar en el esclarecimiento de aspectos confusos de la conciencia de izquierda.

Bayer contó que cuando intercedió por Schiller ante Hebe esta "lo sacó cagando". ¿Y, entonces?: entonces, nada, a otra cosa.

La segunda claudicación de Bayer: el uso de la palabra "desaparecidos" —propuesta por Videla— para designar a los secuestrados por la dictadura. Veamos: "desaparecer" describe la situación de algo que deja de estar a la vista, sin que nada pueda decirse de las causas de ese fenómeno (o, mejor dicho, antifenómeno). Un secuestro, en cambio, es un delito que tiene una víctima, unos delincuentes y una sociedad agraviada en sus derechos más esenciales. Mariano Grondona, Hebe y Bayer se refieren tercamente a esas víctimas con la palabra que quiso Videla, y no con la que corresponde. Ya he desarrollado este tema, lo cual no quiere decir que no vaya a mencionarlo tantas veces como sea necesario.

La tercera confusión de que se hace eco Bayer, y transmite a sus lectores para que no puedan formarse una percepción coherente de la realidad, es la reiterada mención a los "pueblos originarios". Sabemos que el hombre es originario de África, más específicamente de una región que los estudiosos cada vez precisan con mayor exactitud. En todo el resto del mundo el hombre ha llegado por medio de sucesivas migraciones, en las cuales la oleada que se ha establecido en un territorio, salvo la primera,  lo ha hecho a expensas de la absorción, la expulsión o la aniquilación de los que estaban previamente. América, cuyo poblamiento data de varias decenas de miles de años, no es la excepción. Eso queda demostrado no solo por la antropología, la etnología y la arqueología, sino por el hecho palmario de que haya pueblos que se han asentado en lugares tan inhóspitos e ingratos como los extremos sur y norte del continente, o en las selvas más enmarañadas, corridos por otros pueblos más evolucionados y con mayor crecimiento poblacional, que en general es efecto de lo anterior.

Los que Bayer llama —estúpida o malintencionadamente— "pueblos originarios" no son sino el penúltimo episodio del drama de la expansión demográfica mundial y de algunos pueblos en ciertos momentos en particular. El europeo, en América, es simplemente la última peripecia: no olvidemos que los reaccionarios de cuño hispanista, por ejemplo, se han considerado, ellos también, como los legítimos dueños de estas tierras, reivindicándolas contra advenedizos italianos, turcos, judíos o coreanos.

La creación de este ente metafísico, los "pueblos originarios" es, entonces, reaccionaria. Para quienes tenemos pensamiento de izquierda no existen sino los derechos de las personas de carne y hueso, actuales y concretas, con independencia de su procedencia o color, y de lo que hayan hecho o dejado de hacer sus ancestros.

¡Qué desastroso es, para él y para sus lectores, que Bayer no haya tenido el tino —hace ya por lo menos dos décadas— de dejar de bombardearnos con su confusión y su posibilismo!

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