lunes, 19 de mayo de 2014

Irmgard Keun. Una distinta


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«Ahora también miro siempre con la misma fijeza, porque me queda mucho por ver»


Cuando leo a Irmgard Keun no puedo no pensar en Carson McCullers*. Por dos razones: una, la diré luego. La otra es a pesar de que la alemana tiene, de movida, una intención menos política:

Luego caminamos por las calles entonando canciones ajenas a la política, como yo deseaba,

dice en “La chica de seda artificial”. Pero la tal chica tiene una mirada penetrante y una palabra sin dobleces, y lo que ve y cuenta traza una pintura de los nubarrones que se acumulan en los meses previos a la llegada de Hitler al poder:

Me habla de socialismo.
—Seguramente entonces tampoco nos irá bien, pero quizá respiremos aire de verdad, y tal vez podamos empezar de nuevo, porque con el cisco que hay montado ahora no se barrunta precisamente un final feliz.

Así que por distinto camino nos lleva a conocer cómo se vive en la república de Weimar tan profundamente como McCullers nos pintó su estado sureño de hace casi cien años.
Y Keun tiene también en gran medida la virtud de Juan José Millás: casi no hay frase que, además de ser un bloque en la construcción de la historia, no contenga una penetrante observación, ya sea sobre el carácter de la protagonista, la situación de la mujer a principios de los años treinta o las contorsiones de los berlineses buscando una mejor posición para capear lo que se venía. Y sobre el amor.

No se da cuenta de lo muchísimo que me apetece. ¿Y si ese no darse cuenta fuese amor? Porque cuando quieres mucho a alguien, no tienes la menor seguridad en ti misma. Y como te da pánico hacer algo mal, seguro que siempre metes la pata. Muchas veces, por miedo o por amor, uno es diferente a como le gustaría ser. Querría ser una persona buena, sincera y auténtica, sin darle tantas vueltas a las cosas, una mujer sencillamente amable y buena. Nada más. ¿Lo aguantará un hombre?

Y aquí va la segunda similitud con McCullers: cuando Keun escribió “Gilgi, una de nosotras” y “La chica de seda artificial” (1931 y 1932, respectivamente) tenía menos de veintisiete años.


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Todas las citas son de “La chica de seda artificial”, Editorial Minúscula, Barcelona, 2004.
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