jueves, 21 de febrero de 2013

Reflexiones sobre el caso del hijo de Aliverti


 Una aproximación crítica al luctuoso suceso protagonizado por el hijo de Aliverti

Para que pueda entenderse la intención de las líneas que siguen, adelanto estas aclaraciones:

a) Como puede apreciarse en la prensa, el oficialismo en general intenta presentar al hijo de Aliverti casi como un héroe, “que condujo 17 kilómetros llevando a un accidentado en su auto”. Por el contrario, la oposición denuncia a un conductor borracho, irresponsable, cínico, insensible y protegido por el poder.
b) Para ver el tema con mayor ecuanimidad, entonces, hay que olvidarse de quién es el padre de García, sin por ello convalidar, en otros contextos, los giros políticos de Aliverti, tan indecentes, por ejemplo, como el vaivén de las posturas del PC respecto de Hitler al compás de sus componendas con Stalin.
c) Igualmente, considero necesario, para evitar confusiones, reiterar que juzgo nefasto al gobierno actual de la Argentina, especialmente para los trabajadores y los excluidos. Por lo tanto no traigo aquí deseo alguno de defenderlo, ni tampoco a sus plumíferos y amanuenses.
d) Tampoco estoy negando las responsabilidades específicas que pudiera tener el hijo de Aliverti (alcoholemia, mala maniobra, etcétera).
e) Las líneas que siguen expresan algunas nociones generales —en parte ajustadas a las características, hasta donde estas se conocen, del episodio en cuestión— que para mí son válidas, además de aventurar qué haría yo en una situación como la que estuvo el joven García.

1. Los signos vitales no son inequívocos, palmarios. Por ello, muchas veces los médicos dan por muerta a una persona que no lo estaba. Hasta a un profesional de la medicina le resulta difícil declarar la muerte de alguien mediante una revisión superficial, si no se observan signos cadavéricos indudables o heridas mortales. La escena —repetida mil veces en las películas— en la cual alguien le posa los dedos durante dos segundos en la yugular a un caído y dictamina que está muerto no tiene respaldo clínico: forma parte del propósito de embrutecimiento que guía la mayoría de las producciones fílmicas y televisivas.
2. Yo conozco la ubicación de pocos hospitales del conurbano: el Fiorito, el Posadas y alguno más. Pero si estuviera a veinte cuadras de ellos me costaría mucho encontrarlos.
3. Bajar de la autopista transportando un accidentado en el auto y echarme a andar por calles ignotas buscando un hospital es lo último que haría.
4. No conduciría por calles barriales con una persona incrustada en el parabrisas y a medias tumbada en el capó. Sería para sumar nuevos conflictos.
5. Una persona atropellada por un vehículo tiene, probablemente, fracturas y lesiones que exigen que se la manipule con conocimientos médicos. Si atropellé a alguien y quedó encajado en el parabrisas de modo firme, tal que no se puede caer del automóvil en marcha prudente, no lo tocaría e iría al lugar más cercano donde pudiera preverse que obtendré ayuda adecuada.
6. Llamar a la ambulancia desde un lugar impreciso de una autopista es exponerse a una demora incierta, poco conveniente si se dispone con una alternativa mejor, como, por ejemplo, el accidentado ya ubicado en un vehículo: primero, por la tardanza ancestral de las ambulancias; segundo porque no es fácil determinar el punto exacto y por lo tanto arribar a él, y tercero, porque si viene por la mano contraria no hay paso inmediato para que llegue junto al accidentado con prontitud. En los peajes sí existen esas facilidades, además de que tienen una ubicación concreta.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuánto sentido común! Hace notar, por contraste, lo poco común que es ese sentido en los análisis de los medios.