miércoles, 2 de septiembre de 2009

El peronismo le ha igualado la marca al estalinismo

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Van ya sesenta y seis años desde que el peronismo comenzó a implementar el más invariable de sus objetivos políticos: castrar a la clase trabajadora. Sesenta y seis años en que, gracias a ello, los explotadores han podido concretar las políticas que les favorecieran y todos los cambios de hegemonías y de modelos de acumulación que se les han antojado. Cuando les ha convenido, tirando migajas; cuando no, tirando gente al mar. El peronismo le ha igualado la marca al estalinismo (1923-1989), pero es imperioso que no la supere: por los que se mueren de hambre y desatención en un país rico como el nuestro, y por los que sobreviven en un simulacro de vida —en una no-vida—, durando a gatas sin perspectivas y sin alegría.
Claro que esta permanencia no es un logro sólo de los peronistas. Si la ideología y los íconos peronistas sobreviven es también porque son permanentemente avalados por los que dicen no serlo (de todas las extracciones: radicales, pecés, ‘progresistas’ y chupamedias varios), pero quién sabe sobre la base de qué cálculos, ruindades o desmemorias fundamentan sus críticas a las formas concretas que asume el peronismo en sus pasos por el gobierno diciendo “estos no son peronistas”, o “si Perón viviera a estos los saca a patadas”. Y esto último es cierto, pero no en el sentido que lo dicen: los sacaría a patadas para poner de ministro del Interior a López Rega, de jefe de policía a Villar y de ministro de Educación a Ivanissevich, entre otros crápulas de su confianza. Probablemente, de los que están hoy los únicos que merecerían su plena aprobación serían Aníbal Fernández y De Vido. Y apreciaría también a Cristóbal López y Lázaro Báez, sin dejar de añorar a sus manos derechas en los “negocios”, Jorge Antonio y Miranda.
Es desolador: ¡sesenta y seis años pulverizando los anhelos y la dignidad de los más indefensos!
De sobra para saber qué es lo que les gusta a los que quieren que esto continúe.

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