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Voy a lavar los platos, y ¡zas!, una araña en la bacha de la cocina.
Frenética, loca, desmelenada, tratando de subir por los costados de acero inoxidable, resbalando y cayendo a las puteadas. E intentándolo de nuevo, una y otra vez.
Si yo me ponía a lavar los platos, una gota de detergente disparada, y chau araña. Y si no, al enjuagar, el agua la habría arrastrado al resumidero, y que te cure Lola.
Pero yo no quería matarla, porque no sé qué, y porque son seres vivos con una inteligencia superior a muchos cristianos.
Postergué el lavado de los platos (no es lo único que postergo y, además, platos tengo bastantes) y dejé que el tiempo proveyera una solución. A cada rato iba, y la araña seguía allí, como el dinosaurio de Monterroso.
Luego empecé a ensayar soluciones para sacarla, con los melindres propios del cagueta que soy: con una pajita, con un papel enrollado... Pero, ¡qué!, cuando el quelicerado veía avanzar el objeto, huía profiriendo amenazas y denuestos (que solo yo podía oír) y se ocultaba bajo los platos.
Esta táctica la ensayé varias veces, incluso durante la madrugada, pensando que la iba a sorprender somnolienta, pero siempre con el mismo resultado.
Ya te vas a cansar, pensé. Solo que la araña, aparentemente exhausta, se mostraba repentinamente vigorosa ante cada nuevo intento.
Por fin, en un descuido de ella, logré sacar los platos sucios y dejar la pileta vacía. Luego, sequé el agua residual y ensayé el ataque final. Primero, tratando de hacerla caer en la tapa de un táper redondo, pero no me satisfizo, porque si se fugaba me iba a causar un trastorno peor, y luego, procurando que entrara en el recipiente, lo cual al fin logré.
Entonces, sacudiendo horizontalmente ese táper, para que el arácnido no pudiera hacer pie firme, lo llevé hasta el ventiluz de baño e hice caer al monstruo en el borde externo.
Ya tenía pensado que si el animal intentaba entrar de nuevo en mi casa le iba a dar en los dientes o en el pómulo con unos zapatos con punta de acero que tengo, pero no hizo falta, porque aunque al principio se mantuvo en las cercanías no lo vi que entrara.
Me hace gracia pensar cómo debe contar la dichosa araña a sus congéneres su aventura: “...y caí en una trampa profunda de la que me era imposible salir, porque estaba preparada para que no tuviera de dónde asirme. Y a cada rato venía a intentar asesinarme, pero todas las veces pude escapar y ocultarme. Después pude treparme a un plato volador que aterrizó allí, pero no les quiero contar el viaje ese lo que fue: una batidora es poco. Cuando paró un momento, me tiré y pude escapar, aunque igual me quedé un rato en las inmediaciones para ver si lo podía agarrar al hijo de puta ese, pero como no volvió a aparecer al final me fui y aquí estoy: todavía no logro comprender cómo pude salvarme”.
Así dirá; estoy seguro.
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1 comentario:
Admiro vuestro triunfo caballero del santo taper.
Sabido es que estos seres nos celan y desean nuestra destrucción cuando vieron perdido su reinado en el momento en que fuimos creados a imagen y semejanza.
Muchos han logrado infiltrarse adoptando forma humana. Han sabido engrosar, alisar, colorear sus telas hasta el punto de parecer piel humana y así elaborar sus disfraces.
Ahora nos asechan desde despachos oficiales, desde sedes bancarias o nos miran con siniestra codicia y rencor desde los púlpitos y demás templos.
Es fácil reconocerlos, alrededor han desplegado su telaraña en forma de iglesias, sinagogas, partidos políticos, financieras, ejércitos.
Debemos cuidarnos especialmente de la especie Goldman Sachs, peligrosa por su veneno que actúa durante décadas y es capaz de destrucción total.
A+.-
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