martes, 1 de diciembre de 2020

El verdadero “Cara de Piedra”


No es Durán: es Aznárez

 

Como sucede siempre ante la muerte de un ídolo o líder “popular”, hemos sido tapados por toneladas de baba, excretada por los alcahuetes del statu quo.  

Por razones de salud mental (y estomacal) no es conveniente exponerse a esa descarga los días siguientes al deceso, sino que es recomendable esperar y luego destapar esas miasmas una a una —por cierto, no todas, ¡son innumerables!, sino unas muestras—, con cautela y máscaras antigás.

Un sitio cantado para juntar detritos es “Resumen Latinoamericano”, donde los servilismos y las mixtificaciones son la especialidad de la casa. 

En “RL” leímos dos (no nos pidan más) que no nos defraudaron: una nota de Aznárez*, y otra con los comentarios de Bielsa ante la muerte del Diez —comentarios recogidos también en muchos otros medios—, de la cual nos ocupamos aparte.

Vamos con Aznárez, quien empieza a toda orquesta:

— «...los cabecitas negras y los descamisados a los que Evita consagró su vida»: En esto tiene razón: nuestra Jefa Espiritual dedicó sus mayores esfuerzos a ellos, para quienes organizó la burocracia sindical y el asistencialismo clientelar, que son las mordazas de la pinza que ha garantizado la derrota de los proletarios durante más de 70 años. Digamos que Evita, efectivamente, consagró su vida a los desposeídos, tal como McCarthy la suya a los comunistas.

—Dice Aznárez que “la negrada” despidió al Diego «con alegría y con rabia»: con alegría, al memorar sus diabluras con la de cuero; con rabia, porque «se fue sin avisar» [¿?]. Considerando la falta de tino que implican las decisiones y las preferencias de “la negrada” (y los perjuicios longevos que ellas vienen causándoles a los morochos), que le reprocharan al Diez que «no les avisó» es una bobada insignificante, indigna de ser mencionada.

—Los asistentes al velatorio del Diez, según Aznárez, están exentos de todo pecado: pueden estar «apiñados, cuerpo con cuerpo, olvidados de plandemias, barbijos y “distancias sociales”», porque, total, el peor virus para los humildes «fue y sigue siendo el hambre». Sin comentarios.

—La multitud parecía un río «a punto de desbordar, pero contenido por ese dique que es la fantástica unidad de clase con que el pobrerío suele sorprender a propios y extraños». «Unidad de clase», sí, pero alienada: para glorificar a ídolos desclasados, o para acudir a los llamados de los burgueses, no para actuar políticamente organizados con el fin de impulsar sus intereses de clase, ¿no, Aznárez?

—En la Plaza de Mayo, Aznárez, obviamente, se encontró con gente muy piola, “mayoritariamente peronistas”, como ese que le dijo «yo vine cuando se murió Néstor y ahora porque el Diego nos convocó a todos nuevamente»: ¡fiera, en apenas diez años te movilizaste dos veces, pará, loco, te vas a fundir!

—El cronista le insinúa a otro asistente que es difícil que llegue a la capilla ardiente, porque hay una multitud delante y ya es casi la hora. «No se van a animar, somos el pueblo y el pueblo manda», responde, con la sabiduría típica de todos los que están allí. Obsérvese que nuestro escriba no le hace notar al despistado —ni tampoco lo comenta en su escrito—que, si se posa la mirada en cualquier aspecto de la realidad, la conclusión inevitable es que si es verdad que el pueblo manda, manda para el ojete. ¿Por qué calla?: porque no está allí, en la Plaza, ni está “RL” en la web para desmontar las falsas conciencias que nos mantienen subordinados a nuestros chupasangres, sino para remacharlas, aunque sean absurdas. Porque «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad».


—Se exalta Aznárez: «Plaza de Mayo tiembla, como en aquellos días felices de la década del 50, o cuando el Tío Cámpora se abrazó allí mismo con Dorticós y Salvador Allende». ¡Oh, se abrazó, qué bien! ¿Y cómo siguió la cosa? ¡Queremos saber! Cuéntenos más, por favor, de esos días tan felices.

—Aznárez puede a veces dar en el clavo —un clavo poco importante—, pero no por honesto, sino por torpe. Dice que Maradona «les enseñó a sus seguidores a ser optimistas ante las adversidades más tremendas. Pero también les mostró el camino de transgredir los dictados del sistema». A transgredir, puede ser, aunque no con la prédica sino con su ejemplo de disoluto. Recordemos que transgredir —una norma, una práctica— generalmente es antitético con impugnarlas y organizarse con otros para abolirlas.

—Las últimas líneas de la nota de Azárez son para paladearlas: dice que cómo terminó el velatorio público fue «un triste final para quien hubiera querido que nadie le impida juntarse por última vez con todos sus iguales». ¿Eh?: de “iguales”, nada. El talento futbolístico del Diez era propio de un distinto, de una excepcionalidad solo hallable en un puñado de prodigios entre miles de millones de pataduras. Y en cuanto a sus medios, modos y estilo de vida, encontrarlo “igual” a la “negrada” que fue a darle el último adiós, es como decir que Lorenzo Miguel, Diego Ibáñez, Armando Cavalieri, Hugo Moyano y tantos otros burócratas millonarios eran o son, por su similar origen humilde, iguales a sus dirigidos. ¿A usted le parece?

A Aznárez, sí. O, al menos, es lo que quiere que creamos.


* Carlos Aznárez: Argentina. Una despedida a puro pueblo, https://www.resumenlatinoamericano.org/2020/11/26/argentina-una-despedida-a-puro-pueblo/

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