miércoles, 28 de octubre de 2009

Dolina y Maradona: ¡linda yunta!

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Alguien, con muy buena intención, sin duda, me escribe y reproduce con el título de “Otra opinión, digna de respeto igual que la tuya” el segundo comentario de Alejandro Dolina respecto de las torpes efusiones de Maradona en Montevideo. Me interesa focalizar no en estos argumentos de Dolina, enteramente similares a los que ha dado el coro de paniaguados (así como los míos, salvo en el aspecto del machismo, se parecen a los de otras voces críticas), sino en eso de que ambas opiniones son “dignas de respeto”.
Dolina es un empleado del gobierno de la provincia de Buenos Aires desde hace veintidós años. Quizá leyendo con el propósito de llegar a la médula de la cuestión no se repare en lo que acabo de escribir. Que precisamente es ese meollo: no dije “veintidós días”, ni “veintidós semanas”, ni “veintidós meses”. Dije “veintidós años”, durante los cuales quienes le pagaron y le pagan el sueldo a Dolina son los contribuyentes de la provincia, aunque él está al servicio, sobre todo en las esenciales, del peronismo gobernante en esa provincia. Quien ha escuchado su programa en distintas épocas y radios habrá notado que los anunciantes principales e infaltables son el Gobierno de la Provincia, el Banco Provincia, el Ministerio de Acción Social, Lotería de la Provincia y una cantidad de otros organismos públicos de la PBA —además de la propaganda que canaliza Télam—, a veces alternándose, a veces varios juntos.
A ver si queda claro: Dolina es un escriba, un amanuense. Dolina está pago desde hace veintidós años. ¿Saben el pago que he tenido yo?: no quiero desgranar un rosario de luchas, de sinsabores y angustias. Mientras, Dolina escribía sobre el “ángel gris”.
Así que no se puede decir que es una opinión “respetable como la mía”, porque yo no estoy rentado, y muchísimo menos, con dinero de gente —una parte de los contribuyentes— que no lo aportó voluntaria y conscientemente con ese fin. Yo, a Dolina y a sus opiniones no les tengo respeto, sino asco.
Dije que los argumentos de Dolina no difieren de los que ha dado el coro de paniaguados. Pero, ¡cómo son las cosas!: él, al principio, tuvo “un extravío” [sic], una postura crítica a Maradona. Después vira ciento ochenta grados tras un mensaje —dice Dolina— de una tal “Ingrid Hammer”, que se congratula porque no ha defendido al “monstruo”, lo cual lo lleva a recapacitar. ¡Fantástico, qué suerte, qué casualidad!: se llama “Ingrid Hammer”, y no Teófila González, por ejemplo. Conociendo el paño —que algo lo conozco, no soy tan caído del catre—, aunque ese envío pueda haber existido, es más factible que el mensaje que motivó el cambio de opinión haya sido este otro: “Arriba no cayó bien lo que dijiste. Fijate lo que está opinando toda la contra y vas a ver que esto no es joda. Sabés que no te molestamos muy seguido, así que tenés que volver sobre el asunto, pero de otra forma, ¿entendés?”.
Y resulta que esa medianoche alguien se toma el trabajo, sin saber lo que va a decir, de grabarlo, y al toque, de desgrabarlo y ponerlo en la web. ¡Qué lindo todo, qué fresco, que natural!
A Dolina no le niego ni inteligencia, ni cultura, ni ingenio, ni oficio. Pero en cuanto a ética, ¡por favor!, no me pongan en la misma bolsa que ese mercenario.

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