domingo, 15 de febrero de 2015

Malvinas y la izquierda


Un debate que solo las masas podrán saldar

Verdad concreta: Verdad fundada en el análisis y en la generalización de las condiciones históricas concretas en las cuales se produce cada acontecimiento, en el comportamiento de todos y cada uno de los procesos objetivos. La verdad es siempre concreta, puesto que todo depende de las condiciones, determinadas, del lugar y del tiempo.
“Diccionario de la lógica”, Elí de Gortari, 1988.

Dice Marcos Rojo en su nota “El 18 de febrero, una aventura extramatrimonial...”, Posta Porteña 1347*: “En el año 1982 me pareció correcto tratar de enlistarme, como uruguayo civil, voluntario, para combatir en Malvinas contra el colonialismo británico. Aún sostengo aquélla loca posición, de que para derrumbar a los milicos genocidas había que armarse primero, ser parte de un sentido reclamo popular, combatir contra la humillante colonización y militarización de las Malvinas, legitimarse con ese sufrido pueblo, que soportaba la sangrienta dictadura, y aun así ofreció sus mejores hijos a las trincheras”.
Por supuesto que no coincido en nada de lo que postula ese párrafo. Ni siquiera en que los soldados de Malvinas fueran los mejores hijos del “sufrido pueblo”, compasiva fórmula que insumiría, ella sola, varias páginas de análisis. Y me rectifico: sí, coincido en algo, en el rapto de lucidez que engloba ese todo bajo el rótulo de “loca posición”.
Es que en el supuesto (patológico) de que tuviéramos que enviar a nuestros jóvenes a una guerra territorial por las Malvinas, lo primero que habría que asegurar es que la dirección de nuestras fuerzas no estuviera en manos de los socios de los usurpadores, ¿verdad?
Pero, por cierto, si se va a ofrendar la vida, tiene que ser a cambio del bien más alto, sin el cual la vida no merece ser vivida. ¿Las Malvinas son ese bien?
Lo que ofreció “el pueblo” —no a las trincheras, sino a los militares genocidas, para personalizarlo mejor—, fue su carencia de conciencia política y de clase: los hijos iban incluidos en ese kit. En 1982 —y antes— algunos (pocos) ya nos habíamos “enlistado” en la única guerra justa para los oprimidos y explotados: el antagonismo contra los opresores del pueblo trabajador.
Me releo y cae sobre mí el peso de tantos años de decir las mismas cosas. Y no a los enemigos de la clase: con ellos no discuto. Pero Malvinas es una de las cifras de nuestra derrota política, y seguiré dando esta pelea, aunque buscando la concisión, para no aburrir y no aburrirme.
Pero sería injusto no destacar la portentosa idea de enlistarse como voluntario para combatir en Malvinas con el fin de “legitimarse con ese sufrido pueblo, que soportaba la sangrienta dictadura”, pero que ofrecía la sangre de sus hijos por no poder soportar la ocupación de unos peñascos distantes.
Los de izquierda nos legitimamos ante los compañeros porque les decimos la verdad y les cuestionamos fraternalmente sus errores. Buscamos su adhesión  por la justeza de nuestras caracterizaciones y lo eficaz de nuestras propuestas, no por avalarle sus supersticiones políticas.
Esto puede no tener un rédito inmediato, pero “no temer en el presente una ruptura completa con los prejuicios dominantes es el único modo de conquistar el derecho de dar expresión mañana a los pensamientos y sentimientos de las masas insurgentes”.
Lo dijo uno que sabía.


  

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