Vendrá mi negra con su alegre compás
—El Carnaval, sobre todo en el Río de
la Plata, es ocasión para que las murgas y comparsas planteen críticas de tipo
social.
—¿Por qué justo en Carnaval? ¿Y qué
hacen durante todo el año?
—Durante el resto del año se escriben las
canciones, se confeccionan los trajes y se practican los pasos y coreografías del
desfile.
—Entiendo, entiendo.
Dialoguito con un carnavalero militante
María O’Donnell, por quien confieso simpatía a causa de su
estilo desacartonado y espontáneo y las múltiples y agradables inflexiones de
su voz (nada ideológico, como se ve, porque... en los entrevistados hay
agujeros, y ella no repregunta), conversó esta tarde en su programa “La Vuelta”
con el murguero de “Falta y Resto” Raúl Castro, “Tinta Brava”.
Juntos repasaron las particularidades de las murgas a uno y otro
lado del Plata: más de desfile y pasos en la Argentina, más teatral y de
contenidos en la otra orilla, creí entender, mientras me ocupaba de otras
cosas.
Esto mismo llevó a que en el diálogo se examinara qué pasó en
Uruguay con la murgas durante la dictadura. Paré la oreja. Dejaron correr —dijo
Castro—, porque hay que tener en cuenta que los milicos tienen sus propias
simpatías con alguna murga, y no se iban a tirar contra eso. Es que el carnaval
y la murga son inherentes al ser uruguayo, milicos incluidos, señaló.
Ajá. Por ende, no se los puede suprimir.
La vida, la integridad de la persona, la libertad, los derechos
humanos y políticos no son inherentes a los orientales, y esos
sí se pueden conculcar.
Ahí va la bocha: el carnaval “es inherente” (y el fútbol, y el
asado, y la playa también), y no hay problema —ni peligro— en dejarlo
correr.
Si yo tuviera que hacer un semejante reconocimiento de
impotencia, de infructuosidad de mi hacer, antes me cortaría las venas con una
vainilla (una plantilla, bah) mojada en leche fría.
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