Otra vez con el lenguaje (¡y habrá más!)
Los hombres imaginan
que sus mentes tienen el dominio del idioma, pero a menudo sucede que el
lenguaje gobierna sus mentes.
Francis
Bacon.
Lanata habla con Félix Díaz —en Youtube hay varios videos— y escucha
impávido cómo este pronuncia “com” cada vez que se refiere a su pueblo.
Enseguida, cuando interviene, pronuncia claramente “cuom”, para enseñarle a
Díaz la forma fonéticamente correcta de designar a esa etnia.
Lo de “cuom” es una consecuencia necesaria de que a algún tilingo se le
haya ocurrido escribir, por primera vez, “qom” en lugar de “com” (¡y muchos lo
hayan imitado!). ¿“Com” les habrá parecido poco
étnico?
Empecemos por ahí. Los grafemas “q” y “o”, escritos juntos, no tienen sonido en ningún idioma de los que se escriben
mediante el alfabeto latino. Y tampoco, entre aquellos alfabetos cuya grafía
tiene algún parecido con la latina, como el griego, el cirílico ruso o el
cirílico búlgaro, en los que la “q” no existe. Obviamente, la grafía “qom” no
está tomada del idioma de ese pueblo, porque es una lengua no escrita.
Tampoco el símbolo “q” existe entre los adoptados por la Asociación
Fonética Internacional, de todo lo cual queda claro que quien se tropieza con
la necesidad de pronunciar la palabra “qom”, cuando la encuentra en un texto,
puede decir “mkhd”, “srpfftam” o… “cuom”. Ninguna pronunciación es más legítima
que la otra, puesto que esa sucesión de letras, ya está dicho, no tiene sonido.
Pero todo indica que deberemos resignarnos a que este y otros desatinos
sean inamovibles, ya que tienen asegurado el favor popular, como todo lo que se
desmarca de las legalidades (naturales o culturales), las cuales siempre
reclaman — vade retro— coherencia y
consistencia en nuestros actos y palabras.
Y díganme, si no, quién ha podido contra “mínimo no imponible” (por “máximo
no imponible”, o “mínimo imponible”); “clima” (por “tiempo”, o “condiciones
meteorológicas”); “vergonzante” (por “vergonzoso”); “riesgo de vida” (por
“riesgo de muerte”); “castigo ejemplificador” (por “… ejemplarizador”);
“desaparecidos” (por “secuestrados”, o “víctimas de desaparición forzada”),
etcétera.
¿Es más elegante hablar deliberadamente mal?
Para Longobardi, “no aplica”
es fino. No hay día que no les enseñe —con deleite, con fruición— que se
dice así a sus centenares de miles de oyentes. Se nota que disfruta cuando
puede colar un “no aplica”.
Es como cuando la mayoría de
los periodistas de espectáculos —espectáculos deportivos, para el caso— dicen
“Fulano entrenó hoy normalmente”: ¿a quién entrenó normalmente Fulano, hoy?
“Si hablamos mal no podemos pensar bien”, dijo Dante Panzeri en “Burguesía
y gangsterismo en el deporte” (Líbera, 1974). ¿Será por eso que los periodistas le hacen creer
a la gente que hablar mal es más elegante?
Rememorando su experiencia en la Guerra Civil española, Orwell escribió
sobre el encargado de prensa ruso en Barcelona: "Fue la primera vez
que conocí a un hombre cuya profesión fuera mentir, a menos que contemos a los
periodistas": la tenía muy clara.
El mecanismo por el cual los periodistas, por un lado, y la gente,
por el otro, expelen insensateces, no es el mismo. Estas no se difunden porque las diga Pepe, el jubilado
que suele jugar a las bochas en la canchita de la plaza.
Pepe es el último eslabón de
una cadena que empieza con los comunicadores sociales.
Y ellos se deben a la tarea de
estupidización del público en fondo y forma.
Dice Timothy Garton Ash* que Orwell fue agudamente consciente de
que “la corrupción del lenguaje es una
parte esencial de la política opresora y explotadora”.
Por ello, comparó la buena prosa, la que no está dirigida a convertir el
idioma en un instrumento funcionalmente inseguro, transmisor de
tergiversaciones y banalidades, “con un cristal limpio de una ventana. A través
de esa ventana, los ciudadanos pueden ver lo que sus gobernantes están haciendo
realmente. En este sentido, los escritores políticos deberían ser los
limpiacristales de la libertad”.
“No se escucha”, “cortes de luz”, “Plaza de los
Dos Congresos”, “el oficio
más viejo del mundo”, “pueblos originarios”...
Dale
que va.
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