jueves, 8 de enero de 2015

“Qom” y otras travesuras


 
Otra vez con el lenguaje (¡y habrá más!)

Los hombres imaginan que sus mentes tienen el dominio del idioma, pero a menudo sucede que el lenguaje gobierna sus mentes.
Francis Bacon. 


Lanata habla con Félix Díaz —en Youtube hay varios videos— y escucha impávido cómo este pronuncia “com” cada vez que se refiere a su pueblo. Enseguida, cuando interviene, pronuncia claramente “cuom”, para enseñarle a Díaz la forma fonéticamente correcta de designar a esa etnia.
Lo de “cuom” es una consecuencia necesaria de que a algún tilingo se le haya ocurrido escribir, por primera vez, “qom” en lugar de “com” (¡y muchos lo hayan imitado!). ¿“Com” les habrá parecido poco étnico?
Empecemos por ahí. Los grafemas “q” y “o”, escritos juntos, no tienen sonido en ningún idioma de los que se escriben mediante el alfabeto latino. Y tampoco, entre aquellos alfabetos cuya grafía tiene algún parecido con la latina, como el griego, el cirílico ruso o el cirílico búlgaro, en los que la “q” no existe. Obviamente, la grafía “qom” no está tomada del idioma de ese pueblo, porque es una lengua no escrita.
Tampoco el símbolo “q” existe entre los adoptados por la Asociación Fonética Internacional, de todo lo cual queda claro que quien se tropieza con la necesidad de pronunciar la palabra “qom”, cuando la encuentra en un texto, puede decir “mkhd”, “srpfftam” o… “cuom”. Ninguna pronunciación es más legítima que la otra, puesto que esa sucesión de letras, ya está dicho, no tiene sonido.
Pero todo indica que deberemos resignarnos a que este y otros desatinos sean inamovibles, ya que tienen asegurado el favor popular, como todo lo que se desmarca de las legalidades (naturales o culturales), las cuales siempre reclaman — vade retro— coherencia y consistencia en nuestros actos y palabras.
Y díganme, si no, quién ha podido contra “mínimo no imponible” (por “máximo no imponible”, o “mínimo imponible”); “clima” (por “tiempo”, o “condiciones meteorológicas”); “vergonzante” (por “vergonzoso”); “riesgo de vida” (por “riesgo de muerte”); “castigo ejemplificador” (por “… ejemplarizador”); “desaparecidos” (por “secuestrados”, o “víctimas de desaparición forzada”), etcétera.

¿Es más elegante hablar deliberadamente mal?

Para Longobardi, “no aplica” es fino. No hay día que no les enseñe —con deleite, con fruición— que se dice así a sus centenares de miles de oyentes. Se nota que disfruta cuando puede colar un “no aplica”.
Es como cuando la mayoría de los periodistas de espectáculos —espectáculos deportivos, para el caso— dicen “Fulano entrenó hoy normalmente”: ¿a quién entrenó normalmente Fulano, hoy?
“Si hablamos mal no podemos pensar bien”, dijo Dante Panzeri en “Burguesía y gangsterismo en el deporte” (Líbera, 1974). ¿Será por eso que los periodistas le hacen creer a la gente que hablar mal es más elegante?
Rememorando su experiencia en la Guerra Civil española, Orwell escribió sobre el encargado de prensa ruso en Barcelona: "Fue la primera vez que conocí a un hombre cuya profesión fuera mentir, a menos que contemos a los periodistas": la tenía muy clara.
El mecanismo por el cual los periodistas, por un lado, y la gente, por el otro, expelen insensateces, no es el mismo. Estas no se difunden porque las diga Pepe, el jubilado que suele jugar a las bochas en la canchita de la plaza.
Pepe es el último eslabón de una cadena que empieza con los comunicadores sociales.
Y ellos se deben a la tarea de estupidización del público en fondo y forma.
Dice Timothy Garton Ash* que Orwell fue agudamente consciente de que “la corrupción del lenguaje es una parte esencial de la política opresora y explotadora”.
Por ello, comparó la buena prosa, la que no está dirigida a convertir el idioma en un instrumento funcionalmente inseguro, transmisor de tergiversaciones y banalidades, “con un cristal limpio de una ventana. A través de esa ventana, los ciudadanos pueden ver lo que sus gobernantes están haciendo realmente. En este sentido, los escritores políticos deberían ser los limpiacristales de la libertad”.
“No se escucha”, “cortes de luz”, “Plaza de los Dos Congresos”, “el oficio más viejo del mundo”, “pueblos originarios”...
Dale que va.


 

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