“El surgimiento y la difusión de la superstición, la seudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura.”
“Uno puede ser intolerante con las teorías falsas, pero tolerante con quienes las sustentan, a condición de que no medren con ellas.”
“El oscurantismo es, en el mejor de los casos, una forma de escapismo; en el peor de ellos, una cortina de humo y un instrumento de opresión. ¡Larga vida a la Ilustración!”
El
fin del mundo está sentenciado. Y esto es científico, o sea, resultado de
cálculos rigurosos, aunque la mayoría (por no decir todos, porque andá a saber)
no lo veremos: es seguro que el combustible nuclear de la estrella más
próxima a la Tierra algún día se agotará, terminando así su fase estable y
comenzando el proceso de transformación en gigante roja. Cuando esto ocurra, el
Sol se expandirá enormemente, superando posiblemente la órbita de la Tierra. Es
decir, nuestro planeta se vaporizará. Esto debiera ocurrir en unos 5.000
millones de años.
Pero hay otras amenazas más próximas e, incluso,
palpables: por ejemplo, el cambio climático que causamos desde la revolución
industrial y del cual somos directamente responsables. La alteración del clima
rompería los delicados ecosistemas de la Tierra, causando cambios impredecibles
que podrían llevar, quizás no al fin de toda la vida, pero sí a nuestra propia
extinción. Además, el volumen de la población mundial ha excedido largamente la
capacidad de carga sustentable por el planeta: no da para más.
Y, por si esto fuera poco amenazante, a más tardar dentro
de cien años casi todos los que hoy chancleteamos por el globo terráqueo habremos
sufrido nuestro fin del mundo personal.
Sin embargo hay quienes prefieren ignorar las amenazas
reales e inventarse las propias, tal como los personeros del oscurantismo que
vuelta a vuelta se largan a anunciarnos un fin del mundo —eso sí— con indicación
de día y hora. Ahora les tocó a los creyentes en la sabiduría maya (sabiduría
que no les alcanzó a sus poseedores para prever y conjurar su propia
destrucción) pronosticar el fin del mundo para el 21D, predicción a la que se
han adherido otros de su misma ralea.
Diagrama del tiempo en un códice medieval, donde se
observa claramente que el fin del mundo ya sucedió, ¡y nosotros sin enterarnos!
Por cierto, hay que reconocer que la mayoría de las
personas se ha tomado esto para el churrete, pero yo les aconsejaría a los cristianos, por
ejemplo, que no miraran estos delirios con tanta suficiencia,
ya que el primero que anunció un fin del mundo chasqueado fue Jesucristo. Esto
puede ser leído, entre otros evangelios, en Mateo 24. 29-34: “El Sol se oscurecerá,
y la Luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo”, “y verán al
Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo”, “y enviará sus ángeles con
gran voz de trompeta” y entonces “lamentarán todas las tribus de la Tierra”.
¿Cuándo sucederá esto?: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta
que todo esto acontezca”. ¿Cuál generación?: la de Él (y cuando digo “Él” no me
refiero a NK).
Máscara
antigás “apta fin del mundo”: si le falla le devolveremos su dinero.
Pero no fue esta la única vez que la Iglesia de Cristo se
hizo portavoz de una predicción finalista. En el año 1000 la agitó hasta
convertirla en una psicosis colectiva, generando en personas de todas las
clases actos extravagantes. Les cuento que no pasó nada, pero volvieron a la
carga en el 1033, con motivo del supuesto milenio de la muerte de Cristo. Y, o
me equivoco, o el fin del mundo tampoco sucedió esa vez.
¡Oferta! Refugio pertrechado para sortear el 21D: el mundo se
acabará y usted seguirá tan pancho. Créditos hasta en 24 meses.
No hace falta decir el eco que imbecilidades de este tipo
encuentran en el periodismo, como parte de un paquete dogmático que se propone —y
logra— instalar el irracionalismo en las masas, con vistas a favorecer su
autoindulgencia acerca de las consecuencias de sus propios actos.
Por cierto, es más molesto y comprometedor ser riguroso en
el conocimiento de la realidad y de sus leyes. O, dicho con palabras de Edith
Sitwell (las citas del encabezamiento son de Mario Bunge), “el público creerá
cualquier cosa, siempre y cuando no esté fundamentada en la verdad”.
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