miércoles, 18 de julio de 2012

En favor de la discriminación

El poder de las palabras
 
“La Unión Europea tiene la intención de luchar contra la discriminación por razones de sexo, raza, origen étnico, religión y creencias, minusvalías, edad o tendencias sexuales”, dice en su último número “Pizarras y Pizarrones” *. Y presenta como prueba este dibujo —extraído de un folleto de la Unión Europea— destinado “a estimular la reflexión y el debate sobre el racismo”:

Imágenes integradas 1

Verdaderamente, es incomprensible que se publique algo de tan extrema superficialidad: ¡por supuesto que toda apreciación depende de la situación y las circunstancias! A mí pueden resultarme muy placenteros unos días de campamento, viviendo en carpa con toda la precariedad del caso, pero no me gustaría continuar toda la vida así.

Este cómic tan pueril no es útil para "estimular la reflexión y el debate sobre el racismo", pero sí estimula a reflexionar sobre la estupidez y la tilinguería.

Aunque es posible que la Unión Europea y “Pizarras y Pizarrones” publiquen semejante bobada como un test, para ver si los lectores están atentos, si piensan críticamente. Si piensan, bah.

Tiempo perdido, señoras y señores. Una ínfima, insignificante porción de la humanidad piensa (hacia este tema debieran orientarse toda la atención y todas las acciones de quienes queremos una vida mejor y más justa, porque por esa causa el mundo está como está: si las mayorías pensaran —y actuaran en consecuencia— no se dejarían oprimir por las minorías privilegiadas).

Si una persona considera políticamente correcto pronunciarse contra el “racismo” (ya se verá el porqué de estas comillas), y sigue con placer una serie como “¿Racista yo?”, que aparece en “Pizarras y Pizarrones”, ya está predispuesta para que cada entrega renueve su satisfacción, su confort mental. No la analizará; basta la sola enunciación del propósito de la columna para que la dé por útil, para que la reenvíe a sus contactos, etcétera.

Exactamente lo mismo pasa con la firma que refrenda un texto o un dibujo: varias veces me ha correspondido en los últimos tiempos desmontar las canalladas suscriptas por firmas que son “prestigiosas” en los ambientes de izquierda o afines.

Y ahora voy a lo de “racismo”: en ninguna parte del dibujo hay expresión de racismo. “Racismo” es proclamar la superioridad biológica del propio pueblo o raza respecto de otros pueblos o razas supuestamente desfavorecidos en el reparto de virtudes. El señor Xeno (“extranjero”, en griego: ¡qué cerebro desfavorecido, el del autor!) en ningún momento se expresa acerca de la inferioridad de los semitas o los árabes: no hay racismo.

Quienes adulteran el significado de las palabras son reaccionarios: quieren que no podamos pensar el mundo para que no podamos transformarlo. Hacen un matete de todo. Están en contra de que seamos capaces de distinguir, de discriminar. Han logrado, por ejemplo, que esta última palabra, “discriminar”, se transforme en expresión de una actividad negativa, siendo que es una facultad del cerebro del ser humano, y también una aptitud de los cerebros de los animales superiores, e incluso de los protosistemas nerviosos de las especies más elementales del reino animal. Si no pudiéramos discriminar no podríamos elegir. Seríamos piedras o, a lo sumo, vegetales.

Donde se dice habitualmente “discriminación” con el rédito político suplementario de transformar esta digna voz en una mala palabra y una mala acción corresponde, según el caso, usar “estigmatización”, “prejuicio”, “segregación”, “negación de justicia”, "menoscabo”, “restricción”, “humillación” y muchos más vocablos específicos para cada hecho particular. Por ejemplo, el machismo y la misoginia van juntos con menoscabo y opresión, lo cual es repudiable, pero discriminar entre mujeres y hombres, a ciertos efectos, es de enorme utilidad. No me pidan que les explique.

Utilizar los nombres adecuados para cada realidad concreta es el requisito para alcanzar nuestros fines, pues cada palabra estalla en una constelación de conceptos relacionados, tanto en lo intelectual como en lo emocional, y ello direcciona nuestras ideas. Esto, a su importancia teórica, aúna su utilidad práctica (“no hay nada más práctico que una buena teoría”), puesto que una diagnosis correcta pone en buen camino para corregir el problema: si los traumatólogos trataran como luxaciones todas las dolencias que podemos padecer en nuestras piernas, al cabo de algunos años la mayoría andaríamos rengos.

Tratemos de no quedar rengos del cerebro, que es peor.





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