El poder de las palabras
“La Unión Europea tiene la
intención de luchar contra la discriminación por razones de sexo, raza, origen
étnico, religión y creencias, minusvalías, edad o tendencias sexuales”, dice en
su último número “Pizarras y Pizarrones” *. Y presenta como prueba este dibujo
—extraído de un folleto de la Unión Europea— destinado “a estimular la
reflexión y el debate sobre el racismo”:
Verdaderamente, es
incomprensible que se publique algo de tan extrema superficialidad: ¡por
supuesto que toda apreciación depende de la situación y las circunstancias! A
mí pueden resultarme muy placenteros unos días de campamento, viviendo en carpa
con toda la precariedad del caso, pero no me gustaría continuar toda la vida así.
Este cómic tan pueril no es útil
para "estimular la reflexión y el debate sobre el racismo", pero sí
estimula a reflexionar sobre la estupidez y la tilinguería.
Aunque es posible que la Unión
Europea y “Pizarras y Pizarrones” publiquen semejante bobada como un test, para
ver si los lectores están atentos, si piensan críticamente. Si piensan, bah.
Tiempo perdido, señoras y
señores. Una ínfima, insignificante porción de la humanidad piensa (hacia este
tema debieran orientarse toda la atención y todas las acciones de quienes
queremos una vida mejor y más justa, porque por esa causa el mundo está como
está: si las mayorías pensaran —y actuaran en consecuencia— no se dejarían
oprimir por las minorías privilegiadas).
Si una persona considera
políticamente correcto pronunciarse contra el “racismo” (ya se verá el porqué
de estas comillas), y sigue con placer una serie como “¿Racista yo?”, que aparece
en “Pizarras y Pizarrones”, ya está predispuesta para que cada entrega renueve
su satisfacción, su confort mental. No la analizará; basta la sola enunciación
del propósito de la columna para que la dé por útil, para que la reenvíe a sus
contactos, etcétera.
Exactamente lo mismo pasa con la
firma que refrenda un texto o un dibujo: varias veces me ha correspondido en
los últimos tiempos desmontar las canalladas suscriptas por firmas que son
“prestigiosas” en los ambientes de izquierda o afines.
Y ahora voy a lo de “racismo”: en
ninguna parte del dibujo hay expresión de racismo. “Racismo” es proclamar la
superioridad biológica del propio pueblo o raza respecto de otros pueblos o
razas supuestamente desfavorecidos en el reparto de virtudes. El señor Xeno
(“extranjero”, en griego: ¡qué cerebro desfavorecido, el del autor!) en ningún
momento se expresa acerca de la inferioridad de los semitas o los árabes: no
hay racismo.
Quienes adulteran el significado
de las palabras son reaccionarios: quieren que no podamos pensar el mundo para
que no podamos transformarlo. Hacen un matete de todo. Están en contra de que
seamos capaces de distinguir, de discriminar. Han logrado, por ejemplo, que
esta última palabra, “discriminar”, se transforme en expresión de una actividad
negativa, siendo que es una facultad del cerebro del ser humano, y también una
aptitud de los cerebros de los animales superiores, e incluso de los
protosistemas nerviosos de las especies más elementales del reino animal. Si no pudiéramos
discriminar no podríamos elegir. Seríamos piedras o, a lo sumo, vegetales.
Donde se dice habitualmente
“discriminación” —con el rédito político suplementario de transformar esta digna voz en una mala palabra y una mala acción— corresponde, según el caso,
usar
“estigmatización”, “prejuicio”, “segregación”, “negación de justicia”,
"menoscabo”, “restricción”, “humillación” y muchos más vocablos
específicos
para cada hecho particular. Por ejemplo, el machismo y la misoginia van
juntos con menoscabo y opresión, lo cual es repudiable, pero discriminar
entre mujeres y hombres, a ciertos efectos, es de enorme utilidad. No
me pidan que les explique.
Utilizar los nombres adecuados para cada realidad concreta es el requisito para alcanzar nuestros fines, pues cada palabra
estalla en una constelación de conceptos relacionados, tanto en lo intelectual
como en lo emocional, y ello direcciona nuestras ideas. Esto, a su importancia
teórica, aúna su utilidad práctica (“no hay nada más práctico que una buena
teoría”), puesto que una diagnosis correcta pone en buen camino para corregir
el problema: si los traumatólogos trataran como luxaciones todas las dolencias
que podemos padecer en nuestras piernas, al cabo de algunos años la mayoría
andaríamos rengos.
Tratemos de no quedar rengos del
cerebro, que es peor.
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