domingo, 21 de febrero de 2010

Para piojos, los que llevamos dentro

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Los piojos están en una bolsa que llevamos dentro - Juan José Millás

O sea, qué vergüenza, resulta que estoy en la peluquería comentando con el estilista los incendios de nuestros hospitales y el juicio del de Alcalá 20, cuando observo que Manolo hurga con los dedos entre mi cabellera como si hubiera perdido las tijeras.
—¿Se trata de un masaje nuevo? —le pregunto.
—No, hijo, es que tienes pipis.
—¿Qué es eso de pipis?
—Piojos, corazón, y liendres como huevos de gallina.
Para mí los piojos están asociados a la miseria, de manera que le pido que baje la voz y le digo que cómo voy a tener piojos si me lavo todos los días con un champú de uso diario que él mismo me ha recomendado.
—A los piojos les gustan las cabezas limpias.
En fin, que tengo piojos, que soy un piojoso, vamos. Abro el diccionario y leo que el piojo es un insecto anopluro. Me da miedo buscar anopluro, más por lo de ano que por lo de pluro, pero en un arranque de valor me enfrento a la palabra: "Dícese de los insectos chupadores ápteros que viven como parásitos en muchos vertebrados". Al menos me reconocen como vertebrado.
No digo nada en casa y escondo en la mesilla de noche los champúes especiales que me ha vendido Manolo para despiojarme. Pero, mira por donde, ese día aparece mi hijo con una carta del colegio en la que se nos pide que revisemos atentamente las cabezas de los niños, pues han detectado una invasión de anopluros, normal, por otra parte, en estas fechas. Eso me tranquiliza; mi hijo va a un colegio de pago, de manera que la cosa no puede ser tan grave como había pensado: por un momento tuve la impresión de estar regresando a la infancia.
Llamo a Manolo, le leo, para justificarme, la carta del colegio y me dice que sí, que ya lo sabe, que es normal, y a continuación me cuenta una historia increíble que no es mía, ya digo, es de Manolo; si se me hubiera ocurrido a mí no me atrevería a escribirla: según él, en el otoño y en la primavera las cabezas de los niños de Madrid se llenan de insectos chupadores, porque los fabricantes de champúes antiparasitarios pagan a unos señores muy malos para que vayan a las salidas de los colegios y les echen liendres al tiempo que les acarician la cabeza. O sea, que junto a la figura urbana del malvado que les da caramelitos con droga para aficionarles a la evasión desde pequeños, hay un señor con gabardina que lleva unas cajitas llenas de huevos de piojos, que distribuye entre la población infantil como el que siembra marihuana en la clandestinidad de su azotea. Luego ponen unos cuantos anuncios en la tele y a forrarse.
Yo, insisto, no puedo creerme esto, porque, además, ahora recuerdo que en mi barrio, que estaba lleno de piojos, había una mujer de Cuenca que le explicó a mi madre que los piojos aparecen cuando se rompe la piojera, que es una bolsa que llevamos todos dentro de la cabeza y que está llena de esos bichos ápteros. Cuando te das un golpe o te rascas con más furia de la habitual, se rasga la membrana que los separa del exterior y salen. O sea, que los piojos no vienen de fuera, sino de dentro, como la gripe, que también es una enfermedad del alma.
Paseo por las calles intentando recordar contra qué esquina me he golpeado la cabeza últimamente y al observar toda la miseria que me sale al paso, comprendo que mi vecina tenía razón: todo eso no viene de fuera, sino de lo más profundo de la identidad que nos estamos construyendo, igual que los incendios: la chispa originaria está dentro, en nuestro corazón. Por eso es tan difícil encontrar un culpable.


http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento189.htm

El hierro y el oro


...que la Tierra cayó en manos
de unos locos con carnet.

("A quien corresponda...", Serrat, 1981).

Leo una interesante nota de Osvaldo Bazán acerca de las Malvinas (No sé qué hacer con Malvinas, “Crítica”, 20-2-10). En ella confiesa que en 1982 —por lo que dice, tendría 18 o 19 años— se alegró cuando Galtieri anunció la toma de las Malvinas, y que en estado confusional repetía "como un tarado", “¡que traigan al Principito!”, él, que se confiesa incapaz de mirar películas con “mostros” porque le dan miedo y que la única vez que se agarró a piñas en la escuela salió segundo.
El apoyo a la canallada fascista de las Malvinas es uno de los pocos errores que no he cometido. A mí me causó angustia y desesperación despertarme aquel 2 de abril con esa terrible noticia: me sentía, y no estaba alucinando, como en la Alemania nazi.
¿De quién son las Malvinas?, se pregunta Bazán hoy, y va más allá en sus interrogantes: ¿de quién es la Argentina?
Es un avance importante, pero, a mi entender, aún incompleto. La pregunta que nos debemos hacer, como seres humanos, es: ¿de quién es el mundo?
Continúa Bazán: "San Juan es la Argentina pero el oro de San Juan ¿de quién es?". Ahí es donde discrepo, porque una mala pregunta induce respuestas erróneas: Ese oro no es de nadie. Ese oro es como el hierro que yo tengo en mi cuerpo: ¿cuánto será?, ¿tres gramos? Pongámosle, tres gramos. Si lixiviamos a los 7.000 millones de habitantes del mundo y les extraemos el hierro que contienen obtenemos 21.000 toneladas de hierro. ¡Qué bueno, 21.000 toneladas de hierro vienen muy bien! Sí, pero matamos a toda la humanidad para obtenerlas.
Lo mismo pasa con el oro diseminado, el oro que forma parte de la roca en proporciones que en los casos que se consideran rendidores alcanza alrededor de 20 g por tonelada.

Oro, 20 g por tonelada = 0,002%
Hierro, 3 g por c./70 kg = 0,004%

Una relación del mismo rango, qué curioso.
Si yo me trago una cucharita y antes de que me haga más estropicio me abren el estómago, o sea, me practican un túnel y me sacan ese hierro concentrado en forma de veta —unos 30 gramos, pongámosle— capaz que repunto y todo. Pero el hierro que yo tengo diseminado es como el oro disperso en la roca: para sacarme esos tres gramos me tienen que matar.
Para aprovechar el oro diseminado en la Tierra la tienen que asesinar.
Así de claro.

domingo, 14 de febrero de 2010

¡Cuidado con la velocidad!


La Tierra dista del Sol 150 millones de km, o sea que el diámetro de su órbita es de 300 millones. Por lo tanto, su recorrido anual es de 300 millones por 3,1416 = 942,48 millones de km que, divididos por 365, dan 2,582 millones de km por día y 107.589 km por hora.
A su vez, alguien situado en el ecuador a nivel del mar, por efecto del movimiento de rotación, se mueve en 24 horas 40.000 km, que es la circunferencia de la Tierra. Cuando el sentido de la rotación de un punto de la superficie terrestre situado en el ecuador coincide con el de traslación eso le agrega 1.667 km/hora de velocidad (40.000 dividido 24) al incauto que ande por ahí.
Por fin, si un fulano cruza el subcontinente de América del Sur en un avión comercial desde Lima a Brasilia —que no va sobre la línea del ecuador, pero como la distancia no es grande (esa ruta discurre entre los 12º y los 15º de latitud sur), la altura a la que vuela el avión compensa la progresiva disminución de la velocidad de rotación a medida que nos acercamos a los polos—, suma la velocidad del avión (digamos, 900 km/h) a las de traslación y rotación de nuestro planeta.
Resumiendo:

............107.589
..............1.667
................900
............-------
............110.156


El tipo en cuestión va a 110.156* kilómetros por hora, y sin despeinarse.


* S.E. u O.: El planteo y todos los cálculos son míos, así que lo más probable es que estén completamente equivocados. Se aceptan observaciones.

Honrar la vida - Chumy

. Chumy Chúmez

Soy de lo peor


Kirchner agarra, va y se enferma. Ante esa situación, se manifiestan varias actitudes:
1) Sus partidarios y los que lo aman desean que se cure. Lo mismo anhelan las personas buenas, esas que no le desean mal a nadie, a ningún ser humano. Porque Kirchner es un ser humano, ¿eh?, como Susana Giménez, o la Hiena Barrios, o Carrió, o Etchecolatz, o Menem, o el presidente de la Barrick Gold. ¡Hasta Cobos es un ser humano!
2) Están también los que el asunto les importa tres belines y se sientan ante el televisor a mirar el partido de críquet entre los Milwaukee Milkies y los Toronto Blockheads.
Además, estoy yo, que no entro en ninguna de las anteriores categorías.
Y está Caparrós, que me fulmina con su espada flamígera: "Tanto odio: interesante, didáctico ver las huellas del odio", dice, refiriéndose a quienes se alegraron ante el percance vascular del presidento, en El bronce o la plata, "Crítica", 12-2-10.
Qué, ¿tengo que desearle a K buena salud y larga vida, entonces? Lo lamento, no me sale. Odio, sí, pero odio de clase por lo que él representa dentro de la estructura que han montado —con nuestro dinero— para someternos. ¿Caparrós será de los buenos-buenos que no quieren que se muera nadie, pero nadie-nadie? Yo carezco de esa bondad angélica, ómnibus. Al menos, no alcanza al principal gestor y responsable, en esta etapa, de este sistema explotador, rapaz y depredador que es causa de tanta ruina y miseria.
¿Qué pretende Caparrós? ¿Tendría yo que haber hecho una cadena de oración para que se salve el Hombre (como ha comenzado a llamarlo su Mujer), y prendido velas en la vereda de Arcos del Sol? ¿O haberme hecho el sota como si lloviera en Alaska, silbar, mirar para el costado y tratar de no sentir nada?
Lástima que Caparrós no dijo qué sintió o qué hizo él: capaz que es un paladín del Amor Universal y lo disimula, el muy modesto.
Si no fuera así, y tampoco —como da a entender— sintió odio, al menos debería contarnos cómo salieron los Milkies con los Blockheads.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Yo remé en el Anguilas

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Al leer ese título todos deducirán, correctamente, que el Anguilas debe de ser un curso o un espejo de agua. Pero no muchos saben dónde queda: el arroyo Anguilas cruza la isla del Delta más próxima a la ciudad de Buenos Aires —tierras fiscales—, enfrentada a Victoria y Virreyes, río Luján por medio.
El Anguilas nunca me defraudó cuando quise deslumbrar a alguien con un agreste compendio del Delta, circunscripto en un recorrido de menos de cuatro kilómetros. El ingreso desde el Vinculación, velado por juncales y cruzando la barra por una canaleta que había que conocer; el primer tramo, con los palafitos de los isleros más "socializados", levantados en los desmontes de la selva en galería propia de la zona; los estrechos del arroyo, con la fronda juntándose arriba; más palafitos, dispersos y misteriosos; troncos tendidos a flor de agua o bajo ella, dispuestos a dar una sorpresa; camalotales y bajíos; brazos ciegos en los cuales era imprescindible y delicioso perderse... si no se tenía la noche encima; y, tras un buen trecho, una oculta laguna que se abría inaparente en la ribera izquierda escondiendo el eterno drama y la belleza de su fauna primordial. Después de dejarla atrás, la vegetación arbórea gradualmente perdía altura, raleaba y finalmente desaparecía, reemplazada en ambas orillas por interminables juncales, hasta que, al voltear el último recodo, anonadaba la inmensidad del río de la Plata, con los minúsculos edificios de la gran ciudad asomados allá en el fondo.
Todo eso se acabó.
Alguien compró la isla, y el arroyo.
Alguien los vendió.
Ahora se construye un emprendimiento de un millar de lujosas casas, llamado "Colony Park, Isla Privada", luego de arrasar —arrasar— con las viviendas y las posesiones de los isleros y de suprimir sus medios de vida. Pero no sólo eso: el proyecto supone una drástica alteración de la geografía en todos sus aspectos: relieve —elevación del terreno varios metros—, hidrología, fauna, vegetación.
Todo en beneficio de unos pocos, que tienen varios centenares de miles de dólares para comprar esas propiedades, que más que "viviendas", como se dice, son el berretín del que quiere tener allí una casa con marina y arroyo propios. ¡Ah!: y en beneficio, también, del que autorizó el proyecto.
En momentos en que, pese al agudo déficit de viviendas, los créditos hipotecarios apenas si se mueven, atento a que se requieren ingresos mensuales de alrededor de diez mil pesos (¿cuántos trabajadores los tienen?) para aspirar a comprar departamentos de medio pelo, los beneficiarios de las políticas kirchneristas —porque lo que falta en un lado es que fue a parar a otro— disponen para su solaz y recreo de sobrantes que sextuplican o más el valor de un "dos ambientes".
Extrañaré el Anguilas, pero tengo que reconocer que la redistribución del ingreso que ha encarado con toda decisión nuestro gobierno marcha viento en popa.

jueves, 4 de febrero de 2010

Creyentes, crédulos y creedores

.Wagensberg - Foto "Clarín"

Mis frases, todos estos pensamientos, tienen fecha de caducidad. No pretendo que valgan para siempre, no son los versículos de una fe que pretende ser eterna. [...] Pensar es pensar la incertidumbre.

¿Qué es un crédulo? Un crédulo es alguien que asume una verdad fácilmente, sin exigir demasiadas garantías a la realidad que debe soportarla. [...]
Ser creyente es, sencilla y llanamente, el grado máximo de credulidad, el caso más grave. [...]
Creedor: el que cree con garantías razonables y está dispuesto a cambiar la verdad vigente por otra más coherente (con menos contradicciones) y/o más completa (con menos lagunas). Un científico, como científico, es siempre un creedor de la creencia en la que trabaja, nunca un creyente o un crédulo. El método científico (basado en la objetividad, la inteligibilidad y la dialéctica con la realidad) sirve para tratar ideas, no tanto para captar ideas. Por eso, el científico necesita creer, partir de una creencia. Cree en una idea, pero luego la pasa por el método. Si después de la colisión creencia-realidad la creencia queda libre de paradojas de contradicción (la realidad dice A y la creencia dice no A) y de paradojas de incompletitud (la realidad dice A y la creencia no dice A ni no A), entonces el científico continúa creyendo. En caso contrario abandona la idea y busca otra. En resumen: creedor sería el que exige todas las garantías que la realidad pueda ofrecer en un momento y lugar; crédulo, el que exige muy pocas, y creyente, el que no exige ninguna.
Lo mejor que la humanidad ha hecho en favor de sí misma ha sido por la gracia de algunos creedores que empujan y para la desgracia de algunos creyentes que se resisten. La esclavitud humana fue compatible con millones de creyentes de cientos de miles de religiones desde el amanecer de la humanidad hasta ayer mismo. La abolición de la esclavitud no estaba impresa en ninguna creencia de creyente, fue un boceto de creedor. Algo parecido ocurre con la liberación de una de las dos mitades de la humanidad: las mujeres. La democracia hunde sus raíces en una creencia de creedor; cualquier otro sistema político lo hace en una creencia de creyente. Lo que más se acerca a un absoluto en materia de exigencia moral quizá sea la llamada Declaración de los Derechos Humanos. No conviene ser creyente ni siquiera en honor de tan hermosa idea, porque cualquier día caemos en la cuenta de que falta un nuevo derecho o un nuevo matiz. Yo apuesto por los creedores. Y si a la hora de organizar la convivencia humana hay que elegir entre un creyente o un crédulo, por favor, que sea un crédulo.

Jorge Wagensberg, "Creyentes, crédulos y creedores"
"El País" - http://www.elpais.es/http://digital.el-esceptico.org/leer.php?id=574&autor=248&tema=70

La cortesía de los hombres

. Afiche de la República Española (modificado)

Observaciones acerca del estado de degradación al que se ve reducida la mujer por diversas causas

[...] Deploro que las mujeres se vean sistemáticamente degradadas por las triviales atenciones que los hombres consideran viril prodigarles, mientras que, de hecho, mantienen precisamente así su propia superioridad. Inclinarse ante un ser inferior no es condescendencia. Todas esas ceremonias me resultan tan ridículas que apenas si puedo controlar mi reacción cuando veo a un hombre recoger un pañuelo o cerrar una puerta con grave y afanosa solicitud, cuando la dama podría muy bien haberlo hecho ella misma con sólo dar uno o dos pasos.
Un deseo insensato sube de mi corazón a mi cabeza y no lo reprimiré aun cuando pueda provocar risas. Deseo sinceramente ver desaparecer de la sociedad la diferencia entre los sexos, salvo cuando se trate de relaciones amorosas, pues esta diferencia es, estoy firmemente convencida, el fundamento de la debilidad de carácter que se les atribuye a las mujeres, la razón por la cual se descuida su espíritu mientras se les obliga a adquirir todo tipo de habilidades con meticulosa atención. Por ello las mujeres prefieren la elegancia al heroísmo. [...]

Mary Wollstonecraft (1759-1797), Vindicación de los derechos de la mujer, Madrid, Editorial Debate, 1998.