domingo, 14 de febrero de 2010

Soy de lo peor


Kirchner agarra, va y se enferma. Ante esa situación, se manifiestan varias actitudes:
1) Sus partidarios y los que lo aman desean que se cure. Lo mismo anhelan las personas buenas, esas que no le desean mal a nadie, a ningún ser humano. Porque Kirchner es un ser humano, ¿eh?, como Susana Giménez, o la Hiena Barrios, o Carrió, o Etchecolatz, o Menem, o el presidente de la Barrick Gold. ¡Hasta Cobos es un ser humano!
2) Están también los que el asunto les importa tres belines y se sientan ante el televisor a mirar el partido de críquet entre los Milwaukee Milkies y los Toronto Blockheads.
Además, estoy yo, que no entro en ninguna de las anteriores categorías.
Y está Caparrós, que me fulmina con su espada flamígera: "Tanto odio: interesante, didáctico ver las huellas del odio", dice, refiriéndose a quienes se alegraron ante el percance vascular del presidento, en El bronce o la plata, "Crítica", 12-2-10.
Qué, ¿tengo que desearle a K buena salud y larga vida, entonces? Lo lamento, no me sale. Odio, sí, pero odio de clase por lo que él representa dentro de la estructura que han montado —con nuestro dinero— para someternos. ¿Caparrós será de los buenos-buenos que no quieren que se muera nadie, pero nadie-nadie? Yo carezco de esa bondad angélica, ómnibus. Al menos, no alcanza al principal gestor y responsable, en esta etapa, de este sistema explotador, rapaz y depredador que es causa de tanta ruina y miseria.
¿Qué pretende Caparrós? ¿Tendría yo que haber hecho una cadena de oración para que se salve el Hombre (como ha comenzado a llamarlo su Mujer), y prendido velas en la vereda de Arcos del Sol? ¿O haberme hecho el sota como si lloviera en Alaska, silbar, mirar para el costado y tratar de no sentir nada?
Lástima que Caparrós no dijo qué sintió o qué hizo él: capaz que es un paladín del Amor Universal y lo disimula, el muy modesto.
Si no fuera así, y tampoco —como da a entender— sintió odio, al menos debería contarnos cómo salieron los Milkies con los Blockheads.

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