"Vienen a arrojar sus redes en la UAC" tuvo repercusiones de distinto talante en mi correo electrónico, pero hubo una que me turbó y —textual— es la siguiente:
.....de: leandro <invisible_leandro@yahoo.com.ar>
.....fecha: 24 de julio de 2009 22:34
..
.....andate a la concha de tu hermana infeliz
La existencia de esta "hermana infeliz", pobrecita, se me ha clavado en el corazón, mucho más cuando yo ni siquiera estaba enterado de que tengo hermanas: ¿quién es, dónde está, qué la aqueja? Lo insustancial de mi vida ha quedado al descubierto gracias a esta súbita revelación: ¡yo, perorando sobre cuestiones sociales o ambientales, mientras mi sangre ignota arrastraba sus penurias!
Nótese que la perentoria orden de leandro ("leandro", y no "Leandro": ¡cuánta humildad!), se refiere estrictamente a mi "hermana infeliz", de donde se deduce que a) está inspirada en el deseo de que yo contribuya a que mi hermana la desventurada alcance o recupere la felicidad, y b) que la otra o las otras parecen no haber echado de menos el auxilio fraternal para alcanzar su dicha. Pero el mandato da por sentada en mi hermana infeliz y en mí la disposición a quebrantar un tabú ancestral o, al menos, dejar a un lado el recato. Y es ahí donde le encuentro una debilidad: ¿con qué base da por segura mi automática aprobación a un remedio de tonalidades incestuosas —aunque esté implícito que proporcionado con intención y sobriedad terapéuticas—, si hasta hace pocas horas yo ignoraba incluso que tenía hermanas? Primero, siento que necesito asimilar este repentino incremento de mi más próximo círculo familiar, y luego, tras serena reflexión, decidir cómo manejo la nueva realidad y las demandas que trae apareadas.
No obstante, admito que cuando se trata de resolver cuestiones vitales, hasta una depravación puede tener tanto valor como la virtud.
La existencia de esta "hermana infeliz", pobrecita, se me ha clavado en el corazón, mucho más cuando yo ni siquiera estaba enterado de que tengo hermanas: ¿quién es, dónde está, qué la aqueja? Lo insustancial de mi vida ha quedado al descubierto gracias a esta súbita revelación: ¡yo, perorando sobre cuestiones sociales o ambientales, mientras mi sangre ignota arrastraba sus penurias!
Nótese que la perentoria orden de leandro ("leandro", y no "Leandro": ¡cuánta humildad!), se refiere estrictamente a mi "hermana infeliz", de donde se deduce que a) está inspirada en el deseo de que yo contribuya a que mi hermana la desventurada alcance o recupere la felicidad, y b) que la otra o las otras parecen no haber echado de menos el auxilio fraternal para alcanzar su dicha. Pero el mandato da por sentada en mi hermana infeliz y en mí la disposición a quebrantar un tabú ancestral o, al menos, dejar a un lado el recato. Y es ahí donde le encuentro una debilidad: ¿con qué base da por segura mi automática aprobación a un remedio de tonalidades incestuosas —aunque esté implícito que proporcionado con intención y sobriedad terapéuticas—, si hasta hace pocas horas yo ignoraba incluso que tenía hermanas? Primero, siento que necesito asimilar este repentino incremento de mi más próximo círculo familiar, y luego, tras serena reflexión, decidir cómo manejo la nueva realidad y las demandas que trae apareadas.
No obstante, admito que cuando se trata de resolver cuestiones vitales, hasta una depravación puede tener tanto valor como la virtud.
A grandes males...