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Cuánto bien nos haría tenerla más presente
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“No era una mañana cualquiera para Dorothy Counts aquel 4
de septiembre de 1957 en Charlotte, Carolina del Norte. Con apenas 15 años, iba
a salir de casa para asistir a su primer día de clase en el Harry Harding
Institute, un colegio solo para blancos en una ciudad solo para blancos de un
estado solo para blancos”: así comienza la nota del blog
unashistoriasolvidadas que rememora esa epopeya. Que terminó mal y rápido,
porque a los cuatro días las autoridades del estado le advirtieron a la chica
que no podían garantizarle su integridad física y ella tuvo que irse con sus
libros a otra parte. Pero su osadía fue la mecha que encendió otros actos
de resistencia que, en no mucho tiempo, terminaron con la segregación racial
(al menos, en la ley).
No quiero seguir adelante sin
dar una noticia que nos ensanchará el pecho: Dorothy ha sido consecuente toda su vida con aquel acto que la colocó en el centro de la atención pública y ha seguido consagrada a la promoción de los más
desvalidos, particularmente los niños.
Volvamos ahora a 1957 para ver
qué mensajes podemos extraer de esta poderosa historia. Los más obvios son
acerca del inaudito coraje de esta chica de 15 años. Coraje físico: podían
golpearla; quizás, hasta matarla. Bastaba solo con que algún exaltado le diera un
empellón y la hiciera caer para que muchos se arremolinaran para darle también
su golpe... Pero es mayor aún el coraje moral, espiritual, de proponerse algo
impensable, herético, descabellado. Y llevarlo adelante con sus quince años y
su cuerpo de mimbre que flameaba en el viento.
Me gustaría identificarme con
ella, pero no puedo. Me queda infinitamente grande. Sin embargo, yo también
estoy en esa historia. Es que todos estamos en este mundo y en sus historias,
muchísimas de ellas más terribles que aquellos episodios de 1957, y que suceden
a nuestro alrededor, aquí y ahora. Y si no puedo estar representado por
Dorothy, quizá lo esté mejor por esos blancos que —se ve en las fotos— la
hostigan cobarde, estólidamente.
Pensemos en aquellos blancos:
actuaban según derecho, tal cual lo habían hecho sus padres y sus abuelos. Como
debían. Defendiendo sus prerrogativas, como nosotros defendemos las nuestras.
Esos blancos no eran monstruos, si es que sabemos lo que significa esa palabra:
seres que no encajan en el orden regular de la vida. ¡La monstruosa era
Dorothy!
Hoy, 59 años después, y desde
una sociedad con conflictos raciales menos agudos, no nos resulta difícil
juzgar muy negativamente a aquellos supremacistas blancos y pensar que la única
superioridad que podrían reclamar es con respecto a los protozoarios, y aun esa
muy dudosa.
Pero todos estamos sumergidos
en un mar de abusos y desmanes, y no somos —no soy— Dorothy.
No soy, pero qué bueno sería
aunque sea arrimar un poco.
@juandelsur2