miércoles, 10 de agosto de 2016

Yo le creo a Cordera


===========================================
Beck, esa pilcha te queda grande
===========================================

Muchísima gente se escandaliza al trascender pasajes de una clase en una escuela de periodismo, hecha con la cláusula —en gran medida, condición para su utilidad— de no divulgar sus detalles por tratarse de un simulacro de reportaje.

Es un ejercicio en el cual un personaje público pone a los estudiantes en el trance de repreguntar, incluso ante un exabrupto.

No era un reportaje a Cordera, sino a alguien notorio que actúa de inductor, con la condición de que sus dichos queden en el aula, y no circulen como su credo real.

Un piojillo, un trepadorcillo, comenzó lo que seguramente será una carrera signada por el oportunismo y la mala fe, grabando y difundiendo lo expresado en esa clase por Cordera como si fuera su ideario.

Yo no tengo nada ni en contra ni en favor de Cordera, cuya vida y milagros no integran el horizonte de mis intereses. Sí tengo mucho en contra de este sabandija que ha alcanzado una fama efímera por su infidelidad a lo pactado, y en contra de Beck, pertinaz arrastrada que intenta menoscabar al músico mordisqueándole los zapatos.

Vamos a ver esta cuestión por una faceta en la cual nuestras pulsiones —por así llamarlas— ideológicas y afectivas no intervengan de modo decisivo. Hay un chiste de Jaimito en el cual la maestra le pregunta por la cantidad de glóbulos rojos por milímetro cúbico de sangre. ¿Cuatro?, arriesga Jaimito. ¡Mucho más!, contesta la maestra. ¿Veinte? No, ¡muchísimo más! ¿Cien? No, Jaimito: ¡decí una barbaridad! Y Jaimito la dice.

La dice bajo el rótulo de lo que él mismo considera una barbaridad. Aunque no faltará el astuto que reponga "por algo lo dice"; "por algo dice eso y no otra cosa"; "es innegable que eso estaba agazapado en un rincón de su mente", etcétera.

Pero esa es otra historia, otro nivel de análisis, y cualquiera de nosotros está en condiciones de superar a Cordera, salvo si, en el trance de "decir una barbaridad", hacemos trampa y, en realidad, pensamos qué no decir, utilizando nuestros frenos inhibitorios, los mandatos del pensamiento políticamente correcto, y demás.

"Muchísima gente se escandaliza", comencé diciendo. A mí me escandaliza la gente que se espanta por estas barbaridades —barbaridades, sí— proferidas en el curso de un ejercicio en una clase no pública y no se siente ultrajada por el escándalo público del mundo: guerras, saqueos, hambre, corrupción.

Y si se siente ultrajada, se escandaliza un rato y siga, siga.



@juandelsur2



No hay comentarios:

Publicar un comentario