Caso Tévez: metáfora de si
está a nuestro alcance saber cómo funciona el mundo
Tévez ha encontrado en
los medios, tanto gráficos como de aire, una legión de defensores voluntarios,
que apelan a toda clase de argumentos para negar lo que ve en los videos que muestran
su agresión contra Ham.
Desde los que exculpan
al “jugador del pueblo” porque no tiene antecedentes de fracturador serial (con
lo cual habría que dejar en libertad a todos los que cometen su primer
asesinato), hasta los más centrados en el hecho en sí, que afirman que fue al
choque sin mala intención, o con la intención de “aplicarle un correctivo”
—onda Juan Cabandié— al rival, pero no de ocasionarle una triple fractura.
Determinar
qué pasaba por la cabeza de Tévez durante la secuencia de esa jugada —cuál era
su intención, si tuvo o no “mala leche”— sería imposible si los videos llegaran
solamente hasta el momento en que la suela de su botín derecho destruye la
pierna de Ham.
Tévez pone la plancha, ve y oye cómo quiebra al rival.
Hasta ahí no conocemos su intención.
Pero la filmación sigue y expone que el microcéfalo
cree que si continúa la jugada y se va sin mirar atrás, con ello demuestra que
es tan inocente que ni siquiera sospecha que ha pasado algo terrible.
Cuando es exactamente al revés. ¿Cómo que —según dicen los
mamporreros de los medios— si "el jugador es mala leche solo él
lo sabe"?
Todos podemos saberlo, si
tenemos una idea aproximada de cómo funciona la realidad y usamos aunque sea
unas poquitas de nuestras neuronas.
Pongamos un palo de
escoba parado contra la pared, con la parte inferior un poco separada de ella.
Ahora, partámoslo con
un planchazo de nuestro pie: ¿nos damos cuenta de que lo hemos quebrado, o no?
¿Oímos el ruido, o no?
¿Y si en vez de un palo
fuera una persona que emitiera un grito desgarrador, como Ham, nos
preocuparíamos, o no?
El cerebro de ameba de
Tévez, que vio y oyó todo esto, pensó que el mejor medio de simular inocencia
era ignorar estos hechos... cuando, si
no hubiera sido mala leche, habría interrumpido la jugada, se habría
desesperado, habría acudido al lado del herido, habría llamado a los médicos
a gritos, etcétera.
Pero es un minusválido
mental, y su nula inteligencia le indicó una actitud con la cual no hizo sino
firmar su culpabilidad dolosa.
Su mala leche.
Por supuesto, en el
lienzo del drama argentino lo de Tévez, en sí, es un hecho irrelevante.
Lo que no
es irrelevante es saber si los ciudadanos podemos descubrir las
intenciones de los políticos y demás personajes gravitantes en los sectores del
poder —político, económico, mediático, etcétera—; si tenemos, o no, elementos
para penetrar en sus mentes, para conocer sus designios.
La respuesta es ¡por supuesto que sí!
Y tenemos más información que sobre
el caso Tévez: conocemos los pedigrís de todos ellos, sus historias, sus
fortunas, sus intereses, y los de sus organizaciones.
Antes de tomar decisiones vitales siempre debemos echar mano a esa información y procesarla con las neuronas que nos
queden.
Como decía Brecht,
tenemos que revisar cuidadosamente la cuenta. Porque la vamos a pagar
nosotros.
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