sábado, 9 de mayo de 2015

El Pepe Mujica, por Soledad Platero: ¡genia!

   
Mujica es auténtico, de eso no cabe duda. El asunto es que se puede ser auténticamente un canalla
 
[...] Por eso, en el elogio de la franqueza de Mujica parece haber menos un deseo de escuchar verdades que una voluntad de revancha, una especie de regodeo en que alguien hable mal de esos cajetillas que se sientan en el Parlamento y deciden la suerte de todos. Y los que lo festejan son los mismos que le reconocen la viveza cuando explica, tras varios caliboratos [tragos fuertes, generalmente mezclas - JdS] y en medio de la festichola en el Quincho de Varela, que su vecino es un canario bruto que no terminó primaria pero “mueve 150 personas” y así consigue que los nuevos uruguayos paguemos, locos de la vida, casi treinta pesos por una lechuga que le costó dos pesos producir. “Encontró el marketing”, dice Mujica, y no falta quien diga que tiene razón, como si esa verdad, esa correspondencia exacta entre el enunciado y el mundo contuviera una justificación moral de la avivada. Porque no se les ocurre, a los festejantes de las verdades obvias, rascar un milímetro la superficie de ese razonamiento y sacar la cuenta de cuánto ganan los 150 embolsadores de lechuga, los armadores de packs de puchero, los fraccionadores de perejil que trabajan para el vecino de Mujica y sustentan con su sudor el éxito de su estrategia de marketing.

Si alguien todavía cree que en Uruguay no existe la farándula política debería repasar el fenómeno del Quincho de Varela. (3) Porque la verdad última del Mujica político debe leerse en eso de lo que el Quincho de Varela es metáfora. Lo que Mujica es, políticamente hablando, es un caudillo ruralista. Un viejo zorro campechano que cree en serio que el capitalismo es lo más grande que hay, que estudiar no sirve para nada, que el mundo es de los vivos, que a los pobres hay que ayudarlos con caridad y que las ideas, las ideologías y las disquisiciones intelectuales entorpecen la libre y necesaria circulación del dinero y las mercancías. Mujica es el que cree que para mejorar la educación (que, dicho sea de paso, no es, para él, otra cosa que la capacitación para el trabajo) hay que hacer mierda al gremio de docentes, es el que se cree macanudo porque les dice a los hombres que tienen que “aprender a perder”, es el que anuncia la inutilidad de un paro general contra el TISA(4) porque “el G20 no se va a impresionar por un paro del PIT-CNT”. El Quincho de Varela, ese edén en el que las princesas se morfan un choripán mientras conversan con sindicalistas y con ministros de izquierda, es la imagen más lograda de la utopía sin antagonismos de clase que Mujica, a pesar de sus discursetes en foros internacionales, promueve un día sí y otro también.

Mujica es auténtico, de eso no cabe duda. El asunto es que se puede ser auténticamente un canalla. Se puede ser, con toda franqueza, una persona jodida, un viejo fatuo, un soberbio que protege a sus amigos y crucifica a sus competidores con la misma despiadada lógica con que lo hace cualquier jefe mafioso, cualquier empresario sin escrúpulos, cualquier político sinvergüenza. Se puede jugar el juego de la idiosincrasia y en ese juego enchastrar a unos y festejar a otros, sacar pecho con la parada de carro a una mandataria extranjera, se puede ser perdonavidas o bravucón, se puede hablar de más y moverse dentro del amplio registro que va desde las verdades obvias hasta las mentiras flagrantes. Y se puede sacar, de todo eso, rédito personal. Pero medida en términos políticos, esa ganancia es sólo pérdida. Porque aunque se junten votos y hasta se arrase en las elecciones, el retroceso hacia lo más mezquino de la vida social parece irreversible.


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In vino veritas: Confesiones e intimidades de Pepe Mujica”


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