Mujica es auténtico, de eso no
cabe duda. El asunto es que se puede ser auténticamente un canalla
[...] Por eso, en el elogio de la franqueza de
Mujica parece haber menos un deseo de escuchar verdades que una voluntad de
revancha, una especie de regodeo en que alguien hable mal de esos cajetillas
que se sientan en el Parlamento y deciden la suerte de todos. Y los que lo
festejan son los mismos que le reconocen la viveza cuando explica, tras varios
caliboratos [tragos fuertes, generalmente mezclas - JdS] y en medio de la
festichola en el Quincho de Varela, que su vecino es un canario bruto que no
terminó primaria pero “mueve 150 personas” y así consigue que los nuevos
uruguayos paguemos, locos de la vida, casi treinta pesos por una lechuga que le
costó dos pesos producir. “Encontró el marketing”, dice Mujica, y no falta
quien diga que tiene razón, como si esa verdad, esa correspondencia exacta
entre el enunciado y el mundo contuviera una justificación moral de la avivada.
Porque no se les ocurre, a los festejantes de las verdades obvias, rascar un
milímetro la superficie de ese razonamiento y sacar la cuenta de cuánto ganan
los 150 embolsadores de lechuga, los armadores de packs de puchero, los
fraccionadores de perejil que trabajan para el vecino de Mujica y sustentan con
su sudor el éxito de su estrategia de marketing.
Si alguien todavía cree que en Uruguay no
existe la farándula política debería repasar el fenómeno del Quincho de Varela. (3) Porque la verdad última del Mujica
político debe leerse en eso de lo que el Quincho de Varela es metáfora. Lo que
Mujica es, políticamente hablando, es un caudillo ruralista. Un viejo zorro
campechano que cree en serio que el capitalismo es lo más grande que hay, que
estudiar no sirve para nada, que el mundo es de los vivos, que a los pobres hay
que ayudarlos con caridad y que las ideas, las ideologías y las disquisiciones
intelectuales entorpecen la libre y necesaria circulación del dinero y las
mercancías. Mujica es el que cree que para mejorar la educación (que, dicho sea
de paso, no es, para él, otra cosa que la capacitación para el trabajo) hay que
hacer mierda al gremio de docentes, es el que se cree macanudo porque les dice
a los hombres que tienen que “aprender a perder”, es el que anuncia la
inutilidad de un paro general contra el TISA(4) porque “el G20 no se va a impresionar
por un paro del PIT-CNT”. El Quincho de Varela, ese edén en el que las
princesas se morfan un choripán mientras conversan con sindicalistas y con
ministros de izquierda, es la imagen más lograda de la utopía sin antagonismos
de clase que Mujica, a pesar de sus discursetes en foros internacionales,
promueve un día sí y otro también.
Mujica
es auténtico, de eso no cabe duda. El asunto es que se puede ser auténticamente
un canalla. Se puede ser, con toda franqueza, una persona jodida, un viejo
fatuo, un soberbio que protege a sus amigos y crucifica a sus competidores con
la misma despiadada lógica con que lo hace cualquier jefe mafioso, cualquier
empresario sin escrúpulos, cualquier político sinvergüenza. Se puede jugar el
juego de la idiosincrasia y en ese juego enchastrar a unos y festejar a otros,
sacar pecho con la parada de carro a una mandataria extranjera, se puede ser
perdonavidas o bravucón, se puede hablar de más y moverse dentro del amplio
registro que va desde las verdades obvias hasta las mentiras flagrantes. Y se
puede sacar, de todo eso, rédito personal. Pero medida en términos políticos,
esa ganancia es sólo pérdida. Porque aunque se junten votos y hasta se arrase
en las elecciones, el retroceso hacia lo más mezquino de la vida social parece
irreversible.
Leer completa:
“In vino veritas: Confesiones e intimidades de Pepe Mujica”
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