Yo no soy Nisman. Ni lo quiero ser
La apasionante cuestión de si durante aquella larga noche los policías comieron o no comieron facturas en el departamento de Nisman concentra ahora el interés público.
Mencionarlo no es banalizar la muerte de una persona, sino un modo de poner en evidencia hasta qué punto los medios de comunicación pueden desviar la atención acerca de los elementos de esa historia que son verdaderamente importantes para nosotros.
No es el momento de escribir ochocientas páginas sobre eso: tales páginas ya están escritas —y un millón más— y quien quiera saber y entender las encontrará, aun debajo de las piedras.
Entre aquellos elementos importantes de la realidad, está darnos por enterados de que Nisman no fue el único muerto en las últimas semanas. Así es: hubo varios niños muertos por desnutrición (que, ¿no son personas, también?) en el país que según alardea la presidenta puede alimentar a quinientos millones de seres humanos; además, en el hospital Garrahan otros luchan contra enfermedades penosas —y varios mueren, mes a mes— a causa de su exposición a los agrotóxicos. Etcétera.
Pero lo realmente importante es que estos muertos —y otros muchos— son víctimas de guerra.
¿Cómo?
Sí, víctimas de una guerra económica que solo en algunas partes del globo asume la forma armada, pero que en todas partes arrasa con los derechos de las personas y con los bienes naturales de las comunidades.
En la Argentina, usted ya sabe, las aves de rapiña se abalanzan sobre los recursos mineros, desmontan hasta el último rincón aprovechable y se llevan, con las cosechas y con los minerales, el agua, la fertilidad del suelo y la calidad del aire que respiramos y del agua que bebemos.
Bueno, ¿y qué tiene que ver Nisman con esto? Lo siguiente: él era un soldado de una de las hordas que se disputan a dentelladas una porción mayor de la ganancia. Un soldado de escritorio, sí, o más bien, una especie de sirviente.
Esto se conoció aquí hace cinco años, con los cables que filtró Wikileaks. Yo no me enteré. Y si me enteré, tenía tan poca visión de su importancia que lo olvidé completamente: resulta que usted y yo pagábamos millones de dólares anuales para mantener un funcionario y una estructura a las órdenes de EE.UU. e Israel: nada menos que los países que desde 1950 en más han asesinado a millones de personas para apoderarse de sus riquezas y destruir sus modos de organización.
¿Podíamos esperar algo bueno de este fiscal? No, nada. Solo lo malo. Lo peor.
Pero tenemos sí, otras personas que por todas partes —en los pueblos, en las rutas, en las fábricas, en las calles— se levantan y enfrentan a los que con la complicidad de los gobiernos nos explotan, nos saquean y nos envenenan.
Si con alguien debemos identificarnos es con ellos. Somos ellos.
No Nisman.
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