Fuente:
http://www.legrandsoir.info/pardon-mais-israel-n-a-aucun-droit-d-exister-al-akhbar.html
Perdón, pero Israel no tiene ningún derecho a existir
La expresión «derecho a existir» entró en mi conciencia en los años 1990, así como el concepto de una solución a dos Estados entró en el vocabulario colectivo. En cada debate en la universidad, cuando un sionista se quedaba sin argumentos, se invocaban estas tres palabras mágicas para interrumpir la conversación con un indignado: «¿estáis diciendo que Israel no tiene derecho a existir?».
Sharmine NARWANI
—El programa de limpieza étnica metódica en Europa
respecto a su población judía ha sido empleado de manera totalmente cínica y
oportunista para justificar la limpieza étnica de la nación árabe palestina.
—Qué idea tan fantástica, esta noción de que un grupo de
extranjeros de otro continente pueda apropiarse de una nación existente y
habitada y convencer a la «comunidad internacional» de que era justamente la
cosa que se tenía que hacer.
—El
problema es Israel. Es la última experiencia colonial de los tiempos modernos,
una experiencia llevada a cabo en el mismo momento en que tales proyectos se
hundían en todo el mundo.
—No
hay «conflicto israelo-palestino»: eso podría dar a entender que hay cierta
igualdad en la potencia, el sufrimiento y elementos concretos negociables. Pero
no existe la más mínima simetría en esta ecuación. Israel es el ocupante y el
opresor. Los palestinos son los ocupados y oprimidos.
—Israel
es una experiencia fracasada. Está conectado a una máquina que mantiene sus
constantes vitales.
Está claro, no se podía poner en duda el derecho
de Israel a existir: era como negar el derecho fundamental de los judíos a
tener… derechos, con toda la culpabilidad del Holocausto lanzada contra ti.
Salvo que yo no tengo nada que ver con el
Holocausto. Y los palestinos, tampoco. El programa de limpieza étnica metódica
en Europa respecto a su población judía ha sido empleado de manera totalmente
cínica y oportunista para justificar la limpieza étnica de la nación árabe
palestina. Ya me he sorprendido levantando los ojos al cielo al oír en la misma
frase Holocausto e Israel.
Lo que me trastorna en esta era pos-«solución
de dos Estados», es la audacia misma de la existencia de Israel.
Qué idea tan fantástica, esta noción de que un
grupo de extranjeros de otro continente pueda apropiarse de una nación
existente y habitada y convencer a la «comunidad internacional» de que era
justamente la cosa que se tenía que hacer. Podría reírme de tanta caradurez si
no fuera algo tan grave.
Más grave es la limpieza étnica masiva de la
población palestina indígena llevada a cabo por los judíos perseguidos, apenas
repuestos de su propia experiencia de limpieza étnica.
Pero lo realmente terrible es la manipulación
psicológica de las masas al creer que los palestinos son peligrosos
«terroristas» determinados a «echar a los judíos al mar». Yo trabajo con las
palabras, y el uso del lenguaje en la creación de percepciones me intriga. Esta
práctica —muchas veces llamada «diplomacia pública»— se ha convertido en un
instrumento indispensable en el mundo de la geopolítica. Las palabras, al fin y
al cabo, son los bloques de construcción de nuestra psicología.
Tomemos, por ejemplo, la manera en la que hemos
llegado a percibir el «litigio» israelo-palestino y las resoluciones a este
conflicto, que continúa. Voy a utilizar ideas ya expresadas en otros artículos.
Estados Unidos e Israel han determinado el
discurso mundial sobre esta cuestión, definiendo los parámetros estrictos que
limitan cada vez más el contenido y la orientación del debate. Cualquier
discusión fuera de estos parámetros, hasta hace poco, era considerada como
irreal, improductiva e incluso subversiva.
La participación en el debate está reservada a
los que suscriben estos grandes principios: aceptación de Israel, su hegemonía
regional y su superioridad militar; aceptación de la lógica dudosa sobre la que
se funda la reivindicación de Palestina por el Estado judío, y aceptación de
cuáles son los interlocutores, movimientos y gobiernos aceptables o no en
cualquier solución al conflicto.
Palabras como paloma, halcón, militante,
extremista, moderado, terrorista, islamo-fascista, negacionista, amenaza
existencial, mollah loco, determinan la participación en la solución y
son capaces de excluir otras instantáneamente.
Seguidamente, está el lenguaje que preserva «el
derecho de Israel a existir» sin poner ninguna cuestión: todo lo que invoca al
Holocausto, al antisemitismo y a los mitos sobre los derechos históricos de los
judíos a la tierra legada por el Todo-Poderoso, como si Dios fuera un agente
inmobiliario. Este lenguaje no intenta solamente impedir cualquier tipo de
contestación de la conexión judía a Palestina, sino que además busca sobre todo
castigar y marginalizar a los que atacan la legitimidad de esta experiencia
colonial moderna.
Pero este pensamiento colectivo no llega a nada,
no hace más que ocultar, distraer, desviar, esquivar y disminuir, y no nos
encontramos más cerca de una solución satisfactoria… porque la premisa es
falsa.
No hay ninguna solución a este problema. Es el
tipo de crisis en la que se constata el fracaso, se ven los errores y se
corrige. El problema es Israel. Es la última experiencia colonial de los
tiempos modernos, una experiencia llevada a cabo en el mismo momento en que
tales proyectos se hundían en todo el mundo.
No hay «conflicto israelo-palestino»: eso podría
dar a entender que hay cierta igualdad en la potencia, el sufrimiento y
elementos concretos negociables. Pero no existe la más mínima simetría en esta
ecuación. Israel es el ocupante y el opresor. Los palestinos son los ocupados y
oprimidos.
¿Qué se ha de negociar? Israel tiene todas las
cartas en su mano. Pueden devolver tierra, bienes, derechos, pero incluso esto
es un absurdo: ¿qué se hace de lo que queda? ¿Por qué no devolver todas las
tierras, todos los bienes y todos los derechos? ¿Por qué tendrían ellos el
derecho de guardar nada? ¿En qué la apropiación de tierra y bienes antes de
1948 es fundamentalmente diferente de la apropiación de tierra y bienes después
de esta fecha arbitraria de 1967?
¿En qué son diferentes los colonialistas de
antes de 1948 de los que han colonizado y se han instalado después de 1967?
Permitan que me corrija: los palestinos tienen
una carta en sus manos que hace salivar a Israel, la gran reivindicación en la
mesa de negociación que parece contener todo lo otro. Israel aspira al
reconocimiento a su «derecho de existir».
Pero Israel existe ya, ¿no?
En realidad, lo que Israel teme más que nada es
su «deslegitimación». Detrás de lo aparente hay un Estado construido sobre
mitos y narraciones, protegido únicamente por un gigante militar, por miles de
millones de dólares de ayuda de Estados Unidos y por el veto en el Consejo de
Seguridad de la ONU. No hay nada más entre este Estado y su desmantelamiento.
Sin estas tres cosas, los israelíes no vivirían en una entidad que se ha
convertido en «el lugar más peligroso del mundo para los judíos».
Si se quita el discurso y el barniz de la
propaganda, se verá rápidamente que Israel no tiene ni las bases de un Estado
normal. Después de 64 años no tiene fronteras. Después de seis decenios, no ha
estado nunca tan aislado. Después de medio siglo, necesita un ejército
gigantesco simplemente para impedir que los palestinos entren a pie a sus
casas.
Israel es una experiencia fracasada. Está
conectado a una máquina que mantiene sus constantes vitales. Si se desenchufan
estos tres tubos es un cadáver, sobreviviendo únicamente en la mente de algunos
extranjeros que se han equivocado gravemente pensando que podían lograr el
milagro del siglo.
La cosa más importante que podemos hacer en la
óptica de un solo Estado es desembarazarnos rápidamente del viejo lenguaje. De
todas maneras nada era verdad, no era más que el lenguaje empleado en un
«juego» particular. Desarrollemos un nuevo vocabulario de posibilidades, el
nuevo Estado será el nacimiento de una gran reconciliación de la humanidad:
musulmanes, cristianos y judíos vivirán juntos en Palestina como lo hicieron
anteriormente.
Los detractores pueden irse, lejos. Nuestra
paciencia disminuye como la tela de las tiendas de campaña en los campos del
purgatorio en donde viven los palestinos desde hace tres generaciones.
Estos refugiados explotados por todo el mundo
tienen derecho a bellos pisos, como esos que tienen piscina en la planta baja y
un pequeño jardín de palmeras en el exterior del hall de entrada. Porque la
indemnización que se les debe por esta experiencia occidental fracasada será
siempre insuficiente.
Y no, nadie odia a los judíos. Este es el último
argumento que les queda y con el que nos gritan, es el último cortafuego para
proteger este Frankenstein israelí. No me interesa para nada escribir las
habituales frases para probar que no odio a los judíos. Es imposible de
comprobar y francamente el argumento no es más que una coartada. Si los judíos
que no han vivido el Holocausto sienten todavía el dolor, que se arreglen con
los alemanes. Que les exijan una parte importante de tierras en Alemania. Y que
tengan suerte.
En cuanto a los antijudíos que se les hace la
boca agua en cuanto ven un artículo que ataca Israel, que se vayan a tomar
viento: ellos son parte del problema.
Los israelíes que no quieran compartir Palestina
como ciudadanos iguales con la población palestina indígena, los que no querrán
renunciar a lo que pidieron a la población palestina que renunciara hace 64
años, que cojan su segundo pasaporte y que vuelvan a sus casas. Los que se
queden lo mejor que pueden hacer es adoptar una actitud positiva. Los
palestinos han mostrado su capacidad a perdonar. El nivel de la carnicería que
han sufrido de la parte de sus opresores —sin respuesta comparable— demuestra
una retención y una fe importantes.
Será menos la muerte de un Estado judío que la
desaparición de los últimos vestigios del colonialismo moderno. Será solamente
un rito, todo irá bien. En este momento particular del siglo XXI, somos todos,
universalmente, palestinos, y corregir esta injusticia constituirá un test de
nuestra humanidad colectiva: nadie tiene el derecho de quedarse con los brazos
cruzados.
Israel no tiene derecho a existir. Romped esta
barrera mental y decid: «Israel no tiene derecho a existir». Saboreadlo,
tuiteadlo, enviadlo por Facebook, y hacedlo sin pensarlo dos veces. La
deslegitimación ya está ahí, no tengáis miedo.
Palestina será menos dolorosa de lo que nunca ha
sido Israel.
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