¿Se
acuerda de las conventilleras?
Vivimos —todos— en un estado de mayor o menor enajenación mental, en el
sentido más cabal del término: desconectados de nuestra realidad y palpitando
ansiosos los avatares vitales de personas que nos son totalmente ajenas.
"Conventilleras", en las primeras décadas del siglo pasado, eran las chismosas e intrigantes de las casas de vecindad, pero, sobre todo, las que se gritaban de una puerta de una pieza a otra por conflictos —muchas veces de pantalones— suscitados en aquellas viviendas promiscuas. Pero había atenuantes: el hacinamiento, la carencia de educación, el hecho de que variadas actividades hogareñas tuvieran que realizarse en espacios comunes, por falta de luz y de lugar en las habitaciones, o por no haber agua corriente y piletas en los aposentos privados. El término se generalizó luego dirigido a las personas —con sesgo hacia las mujeres— que llevan sus discordias al ámbito acústico colectivo.
Ninguna
de las condiciones que explicaban la conducta de las conventilleras, salvo la
ausencia de educación en valores básicos, justifica que personas públicas
ventilen sus sórdidos estados emocionales en las redes sociales y en las
pantallas y micrófonos de la TV y radios. Ni falta hace decir que no es
más fácil enviar un mensaje por Twitter, Instagram o Facebook, que hacerlo por SMS o
Wasap: es una elección.
Pero
hay que adelantarse a admitir que, si lo hacen, es porque les rinde
beneficios, a causa de lo cual debemos asumir que la onda de la
descomposición moral alcanza a toda la sociedad.
Por
eso deducimos que somos minoría quienes encontramos repugnante esta moda de
hacernos partícipes de las miserias personales de los “famosos” —"celebridades", jugadores de fútbol, músicos, faranduleros, putillas—, que día a día
ganan espacio en la atención de masas alienadas, cualquiera que sea su
extracción social.
Agitadas
por la suerte de sus camisetas deportivas —o la de determinados jugadores—, o
por las alternativas de series de TV, o por las vulgares contingencias íntimas
de personajes que no son modelo de nada, la mayoría de las personas están fuera
de sí.
Y a eso
le llaman “vida”.
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