Una aproximación crítica al luctuoso
suceso protagonizado por el hijo de Aliverti
Para que pueda entenderse la intención de las líneas que siguen,
adelanto estas aclaraciones:
a) Como puede apreciarse en la
prensa, el oficialismo en general intenta presentar al hijo de Aliverti casi
como un héroe, “que condujo 17 kilómetros llevando a un accidentado en su
auto”. Por el contrario, la oposición denuncia a un conductor borracho, irresponsable,
cínico, insensible y protegido por el poder.
b) Para ver el tema con mayor
ecuanimidad, entonces, hay que olvidarse de quién es el padre de García, sin
por ello convalidar, en otros contextos, los giros políticos de Aliverti, tan
indecentes, por ejemplo, como el vaivén de las posturas del PC respecto de
Hitler al compás de sus componendas con Stalin.
c) Igualmente, considero
necesario, para evitar confusiones, reiterar que juzgo nefasto al gobierno
actual de la Argentina, especialmente para los trabajadores y los excluidos.
Por lo tanto no traigo aquí deseo alguno de defenderlo, ni tampoco a sus
plumíferos y amanuenses.
d) Tampoco estoy negando las
responsabilidades específicas que pudiera tener el hijo de Aliverti
(alcoholemia, mala maniobra, etcétera).
e) Las líneas que siguen
expresan algunas nociones generales —en parte ajustadas a las características,
hasta donde estas se conocen, del episodio en cuestión— que para mí son
válidas, además de aventurar qué haría yo en una situación como la que estuvo
el joven García.
1. Los signos vitales no son
inequívocos, palmarios. Por ello, muchas veces los médicos dan por muerta a una
persona que no lo estaba. Hasta a un profesional de la medicina le resulta
difícil declarar la muerte de alguien mediante una revisión superficial, si
no se observan signos cadavéricos indudables o heridas mortales. La escena
—repetida mil veces en las películas— en la cual alguien le posa los dedos
durante dos segundos en la yugular a un caído y dictamina que está muerto no
tiene respaldo clínico: forma parte del propósito de embrutecimiento que guía
la mayoría de las producciones fílmicas y televisivas.
2. Yo conozco la ubicación de
pocos hospitales del conurbano: el Fiorito, el Posadas y alguno más. Pero si
estuviera a veinte cuadras de ellos me costaría mucho encontrarlos.
3. Bajar de la autopista
transportando un accidentado en el auto y echarme a andar por calles ignotas
buscando un hospital es lo último que haría.
4. No conduciría por calles
barriales con una persona incrustada en el parabrisas y a medias tumbada en el
capó. Sería para sumar nuevos conflictos.
5. Una persona atropellada por un
vehículo tiene, probablemente, fracturas y lesiones que exigen que se la
manipule con conocimientos médicos. Si atropellé a alguien y quedó encajado en
el parabrisas de modo firme, tal que no se puede caer del automóvil en marcha
prudente, no lo tocaría e iría al lugar más cercano donde pudiera preverse que
obtendré ayuda adecuada.
6. Llamar a la ambulancia desde
un lugar impreciso de una autopista es exponerse a una demora incierta, poco
conveniente si se dispone con una alternativa mejor, como, por ejemplo, el
accidentado ya ubicado en un vehículo: primero, por la tardanza ancestral de
las ambulancias; segundo porque no es fácil determinar el punto exacto y por lo
tanto arribar a él, y tercero, porque si viene por la mano contraria no hay
paso inmediato para que llegue junto al accidentado con prontitud. En los
peajes sí existen esas facilidades, además de que tienen una ubicación
concreta.
.
Cuánto sentido común! Hace notar, por contraste, lo poco común que es ese sentido en los análisis de los medios.
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