lunes, 25 de junio de 2012

El idiota no era taaan idiota


Los ascensores en mi edificio estaban clausurados en espera de una inspección. Yo iba bajando por la escalera, cuando al pasar por el palier de cierto piso vi que salía de su departamento y cerraba la puerta con llave el Joven Idiota: idiota, maleducado, grosero, pelotudo. Seguí bajando, a mi ritmo, y él me seguía unos escalones detrás. En un momento dado dejé de oír sus pasos por unos instantes, mientras yo continuaba el descenso. Cuando casi llegaba a la altura de otro palier empecé a oír que bajaba ruidosamente, a grandes trancos. Me abrí entonces, cediéndole paso, y me dejó atrás sin decir gracias, ni saludar, como corresponde a todo idiota maleducado. Sin embargo, tuve que reconocerle que hizo unos cálculos bastante precisos para no tener que pasarme en el estrecho espacio de la escalera, con el compromiso de pedirme permiso, decirme gracias o saludar: hizo sus cuentas por el ruido de mis pisadas y llegó a la par mía en medio del amplio palier, lo cual —a su modo de ver— le permitió prescindir de toda emisión vocal. 
Lo dicho: es maleducado, grosero y pelotudo —de ello ha dado innumerables pruebas—, pero no es taaan idiota.

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