Bayer en su laberinto
Uno más que trabaja para que
"no acertemos la mano con la herida", como decía Machado. Porque
siempre que nos comunicamos tenemos, desde el punto de vista de la conciencia y
el conocimiento, opción por alguna de estas dos posturas: o aclarar u
oscurecer.
Y Bayer opta sistemáticamente por
esta última. Veamos tres ejemplos en su nota del sábado 28 en Página/12*:
Macri no es de izquierda (no sé
si ustedes lo han notado). Por lo tanto, la queja de que no facilite la
difusión de las voces de izquierda —como el programa "Leña al Fuego"
de Schiller— se integra a la lista global de agravios que tenemos para
imputarle, y la posición del jefe de gobierno a este respecto no debiera
sorprender ni horrorizar a nadie que no sea hipócrita.
No quiero decir que sea un hecho
que no merezca ser denunciado, pero esa denuncia nos ilustra sobre una
situación archiconocida y que pertenece al patrimonio ideológico de la
izquierda. Pero la supresión del programa de Schiller en Radio Ciudad era una ocasión
excelente para recordar que esta censura tuvo un antecedente hace cinco años,
cuando Hebe le cerró a Schiller el programa que tenía en la Radio "de las
Madres" y lo echó también, en lo que llama su universidad, de la cátedra
Historia del Movimiento Obrero, el
espacio más concurrido, más libre y más enriquecedor que ha tenido esa
institución. O sea, Bayer eludió las aristas de la cuestión en las cuales se
podía avanzar en el esclarecimiento de aspectos confusos de la conciencia de
izquierda.
Bayer contó que cuando intercedió
por Schiller ante Hebe esta "lo sacó cagando". ¿Y, entonces?:
entonces, nada, a otra cosa.
La segunda claudicación de Bayer:
el uso de la palabra "desaparecidos" —propuesta por Videla— para
designar a los secuestrados por la dictadura. Veamos: "desaparecer"
describe la situación de algo que deja de estar a la vista, sin que nada pueda
decirse de las causas de ese fenómeno (o, mejor dicho, antifenómeno). Un secuestro, en cambio, es un delito
que tiene una víctima, unos delincuentes y una sociedad agraviada en sus
derechos más esenciales. Mariano Grondona, Hebe y Bayer se refieren tercamente
a esas víctimas con la palabra que quiso Videla, y no con la que corresponde.
Ya he desarrollado este tema, lo cual no quiere decir que no vaya a mencionarlo
tantas veces como sea necesario.
La tercera confusión de que se
hace eco Bayer, y transmite a sus lectores para que no puedan formarse una
percepción coherente de la realidad, es la reiterada mención a los
"pueblos originarios". Sabemos que el hombre es originario de África,
más específicamente de una región que los estudiosos cada vez precisan con
mayor exactitud. En todo el resto del mundo el hombre ha llegado por medio de
sucesivas migraciones, en las cuales la oleada que se ha establecido en un
territorio, salvo la primera, lo ha
hecho a expensas de la absorción, la expulsión o la aniquilación de los que estaban
previamente. América, cuyo poblamiento data de varias decenas de miles de años,
no es la excepción. Eso queda demostrado no solo por la antropología, la
etnología y la arqueología, sino por el hecho palmario de que haya pueblos que
se han asentado en lugares tan inhóspitos e ingratos como los extremos sur y
norte del continente, o en las selvas más enmarañadas, corridos por otros
pueblos más evolucionados y con mayor crecimiento poblacional, que en general
es efecto de lo anterior.
Los que Bayer llama —estúpida o
malintencionadamente— "pueblos originarios" no son sino el penúltimo
episodio del drama de la expansión demográfica mundial y de algunos pueblos en
ciertos momentos en particular. El europeo, en América, es simplemente la última
peripecia: no olvidemos que los reaccionarios de cuño hispanista, por ejemplo,
se han considerado, ellos también, como los legítimos dueños de estas tierras,
reivindicándolas contra advenedizos italianos, turcos, judíos o coreanos.
La creación de este ente metafísico,
los "pueblos originarios" es, entonces, reaccionaria. Para quienes
tenemos pensamiento de izquierda no existen sino los derechos de las personas
de carne y hueso, actuales y concretas, con independencia de su procedencia o
color, y de lo que hayan hecho o dejado de hacer sus ancestros.
¡Qué desastroso es, para él y para sus lectores, que Bayer no haya
tenido el tino —hace ya por lo menos dos décadas— de dejar de bombardearnos con
su confusión y su posibilismo!
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