viernes, 2 de diciembre de 2011

Un Unicornio Azul transparente

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“El Unicornio Azul” se llama la “whiskería” de la cual escapó épicamente la mujer a la cual hice referencia. ¿Por qué es transparente, y qué es lo que se trasparentó?

Veamos: 1) la mujer debió caminar varias horas; 2) ya en Córdoba, en la casa donde pidió ayuda, tuvo que explicar de modo convincente cuál era su situación; 3) de ahí, trasladarse a la comisaría de Cruz Alta; 4) volver a explicar todo, con más detalle; 5) entonces, la policía sustanció la denuncia en forma de sumario; 6) se debió encontrar un juez en un día feriado; 7) este, imponerse de la situación; 8) dictar, el juez, una orden de allanamiento y reunir el personal para realizarlo; 9) trasladarse a Arteaga, disponer el operativo para evitar la fuga de los sospechosos y allanar.

En algún lugar se ha dicho que esto insumió unas doce horas. Es creíble.

¡Y cuando ingresan al prostíbulo encuentran a los sospechosos en el mejor de los mundos: no habían sacado a las otras cautivas, ni las armas, ni la droga, ni el dinero! ¿Qué significa esto?

¿¿¿QUÉ SIGNIFICA ESTO, REPITO???

Que los tipos estaban tranquilos, confiados en una estructura de impunidad que los protegía. Todo el preparativo que habrán hecho tras la fuga de la cautiva es preparar los rebenques y las manoplas para darle una paliza terrible cuando la policía la trajera.

Pero el juez no llamó a la comisaría de Arteaga y dijo “allanen tal lugar, porque tengo en mis manos tal denuncia”: no levantó la perdiz.

Por el contrario, convocó a un policía decente, del cual estaba seguro que no avisaría a los de Arteaga que se les venía la noche, y el procedimiento se realizó con sigilo y para sorpresa de los tratantes, que confiaban en la red que tutela su actividad.

Un parrafito para los “usuarios”

Y esto hay que decirlo, los usuarios de los prostíbulos no son marcianos que bajan de sus platos voladores y desconocen por completo la trastienda del negocio, cómo operan los dueños y qué papel juegan la policía y demás para que la actividad se realice sin tropiezos.

En general, a los clientes —el nombre correcto es “prostituyentes”— todo lo que les interesa averiguar es si “está Fulana” o si “hay chicas nuevas”. Pero eso no significa que no sepan.

Me explico: en zonas aisladas donde hay una gran cantidad de trabajadores (un obraje, una mina, una cosecha) el sistema puede ser una mujer en una casilla (o más de una mujer/casilla) y una cola de hombres esperando ¿satisfacerse?

Pero en las llamadas “whiskerías” no es así: hay otra sociabilidad; hay conversación con los regenteadores y con las “chicas” que están “desocupadas”. Y en un pueblo pequeño (pongamos como ejemplo Arteaga, 3.000 habitantes) todo se rumorea, todo se sabe, y a las novedades que pudiera haber se las exprime hasta sacarles todo el jugo.

O sea: los prostituyentes saben cómo es la historia, incluso porque las cautivas —con infinitas precauciones, no vaya a ser que el tipo resulte amigo del dueño— llegan a insinuar a algún usuario que no están allí por gusto, lo cual en algunos raros casos —denuncia de este mediante— ha determinado la intervención de las autoridades y su liberación.

Conclusión: no sólo hay que cambiar a la policía, y a las instituciones judiciales y políticas cómplices del crimen de la trata: tenemos que cambiar esta sociedad en la cual también los de a pie solemos hacernos un festín con el caído.
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