¿A qué viene esto?: a que reencontré unas anotaciones que tomé hace muchos años, cuando me tocó corregir los padrones electorales. No la totalidad del padrón, sino una parte, digamos unas decenas o centenas de miles de datos de electores. Pero esa fracción del total bastó para que me topara con detalles asombrosos, que entonces registré cuidadosamente, con nombre completo, localidad, etc. En el orden de los apellidos anoté, por ejemplo, Pústula, Ruina, Pólvora, Vaca, Fea, Coito, Perro, Perra, Zorra, Boluda, Balín, Seaturro, Zapato, Piernavieja, Espantoso, Culo, Concha, Laconcha, Forro, El Busto, Limones, Teta, Tetilla, Verga. El curioso —o el desconfiado— los puede encontrar también en la guía telefónica.
Pero los apellidos, lo sabemos, vienen adheridos a nuestra prosapia, representan la continuidad del linaje familiar y, además, cambiarlos es un trámite complejo y supeditado al criterio del juez. Lo que me preocupa es el tema de los padres que condenan a sus vástagos a llevar nombres de pila ridículos e incluso ofensivos hacia sus personas. Yo estoy absolutamente en contra de que se pueda poner cualquier nombre: los nombres de los varones, por ley, debieran ser elegidos entre José, Pedro, Ricardo, Alberto y una docena más, y los de las mujeres entre Ana, Marta, Ester, Lucía, María y otros pocos, pero normales y decentes. Esta disposición legal podría completarse con otra que estableciera que a partir de los veintiún años el ciudadano pueda tramitar un cambio de nombre, y si quiere llamarse Sorullo, Ñanquetruz o Racarraca, allá él.
Algunos padres se entretienen incluso en buscar combinaciones llamativas de nombre y apellido, o estas surgen por descuido, o al integrarse con la profesión del ciudadano o ciudadana. Tales los casos de Argentina Presa, Argentina Medicina, Urbana Radio, Blanca Blanco, Letra Lila Blanco, Raro Salto, Blanca Concha, Carlos Culo (odontólogo), Flordelinda Bustos, Pablo Vaca (carnicero), Dalia Jardines.
Pero confío en que el resumido listado de nombres estrambóticos copiados de los padrones, que transcribo a continuación, lleve a quien lo lea a compartir la convicción de que los nombres que los padres puedan imponer a sus hijos deben ser extraídos de una lista rigurosamente limitada.
Aquí van, empezando por los del padrón masculino:
Beato
Irrito
Perfidio
Ardor
Gil
Aspirino
Flor
Casto
Damo
River
Independiente
Solitario
Electo
Demencio
Marto
Universo
Néctar
Nueve de Julio
Digno
Catedral
Pasión
Puro
Orrito
Susano
Redondo
Querubín
Padre
Hitler
Desposorio
Oservando
Presbítero
Bebito
Luzbel
Biplano
Longines
Aerolito
Cacho
Glorioso
Caín
Correntino
Ídolo
Altivo
Normal
Nombres de pila del padrón (¿madrón?) femenino:
Anélida
Transfiguración
Lela
Irrita
Edicta
Neófita
Oseanía
Actividad
Democracia
República
Esclavitud
Traslación
Pura Luz
Humilde
Perpetua
Vespertina
Severa Iluminada
Cátedra
Estralación
Tranquilina
Gringa
Vicia
Sustituta
Expedita
Beata
Víncula
Digna
Olvido
Nimia
Holanda Ilustración
Dulce Nom de Je
Tranfig
Suplicia
Parisina
Limpia
Sietelinda
Algunos nombres, de unos y otras son, más que nada, curiosos, como Cacho, Padre, Bebito, Gringa o Nimia. Pero otros son brutales y rencorosos, tales Vicia, Suplicia, Luzbel, Demencio o Perfidio. Por suerte hay uno Normal, al menos.
Pero si aquella corrección de padrones me dio ocasiones de sentir disgusto, también tuvo su momento delicioso, cuando leí en un registro cómo había anotado el empleado el domicilio del elector: “calle Saint (ex Superí)”.
Che, a vos, funcionario del Registro Civil: bruto y todo, te mando un beso. Pasan los años, y cada vez que me acuerdo de tu inspirada ineptitud me hacés sonreír.