Los defensores de los derechos humanos se reconocen apenas se ven. Esto ha sucedido en Nueva York con los paladines de Colombia y la Argentina.
Cuando se produce un enfrentamiento armado es normal que el número de heridos sea de tres o cuatro por cada muerto. Sin embargo, esta proporción no se ha cumplido en algunas circunstancias, vaya a saber si por razones geográficas, climáticas o anatómicas. U otras.
Por ejemplo, en Vietnam esto tenía una explicación “lógica”: cuando las tropas invasoras quedaban dueñas del terreno al cabo de alguna batalla o escaramuza, jamás capturaban vietcong heridos, y los partes militares de EE.UU. lo explicaban aclarando que “el enemigo huyó llevándose a sus heridos”. No me pregunten cómo esta riesgosísima operación de rescate de caídos, obviamente en su mayoría en la primera línea de fuego, no daba lugar a nuevas víctimas (con la proporción señalada en el primer párrafo), pero los militares norteamericanos, y sus sucesivos gobiernos, que portan el pesado mandato de excretar libertad, democracia y derechos humanos sobre los más apartados rincones del mundo, no van a andar mintiendo, ¿OK?
En la Argentina, en tiempos de la represión de los años ’70 y ’80, la explicación no era tan diáfana. Bah, ni se molestaban en inventar una. Cuando las “fuerzas de seguridad” reventaban una casa todos sus ocupantes resultaban muertos, al igual que cuando durante un traslado de detenidos se producía un “intento de fuga”: todos los cautivos morían, “sin que hubiera que lamentar víctimas en las fuerzas del orden”, según nos tranquilizaban los partes oficiales en uno y otro caso.
Fenómenos parecidos se repiten ahora sistemáticamente en Colombia: cuando son las fuerzas del gobierno las que se imponen, no hay heridos en el otro bando, sólo muertos. Para no ir más lejos, menciono los recientes sucesos de Putumayo y de la muerte del “Mono Jojoy”: alrededor de sesenta guerrilleros muertos, ni un solo herido.
El presidente del país donde se quebrantan de ese modo inverosímil las leyes de probabilidad, y nuestros presidentes, Cristina y Néstor, se encontraron en Nueva York: besos y abrazos. Es que a nuestros campeones, está probado, la ficha de los crímenes contra los derechos humanos les demora en caer unos treinta años.
Qué va a hacer; habrá que esperar.
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