Y el bolsillo también, vamos. Pensar que juntamos pesito a pesito —no lo sabíamos, claro— para que estos muchachos lindos pudieran alentar a la selección (o lo que fueran a hacer a Sudáfrica, que eso es asunto de ellos), y estos negrazos africanos van, y los deportan. Los mandan de nuevo para acá: ni siquiera a Colombia, a Afganistán o a Laos. Acá.
¡Qué plata al cuete, mecachendié!
Como que fuera poco pagarles el sueldo —el que no es del Indec, es del Banco Nación, o puntero del partido (ni falta hace decir cuál) o, lo que casi es peor, no se sabe de qué vive—, desperdician así los krugerrand que oblamos para sus viajes y distracciones. O sus "negocios".
A una partecita de ese dinerillo le podría haber dado buen uso yo, no para gastar miles de dólares sólo para chiflarle a la azafata cuando se aleja y codear al de al lado ca[yé]ndose de risa, o ir cantando y golpeando los costados del avión como si fueran en el colectivo 95 rumbo al Tomás Ducó o el Cilindro de Avellaneda. Incluso la aceptaría para ir a ver el mundial de Sudáfrica: finalmente, podría apostar a que el 99,9% de quienes me están leyendo no tienen ni la mitad de las horas de tribuna futbolera que tengo yo (para mi mal). Eso sí: tendrían que asegurarme una ubicación en la cual no tuviera a la vista la zona del banco de relevos de la selección de AFA donde cunde el arrastrado que no quiero nombrar, porque si fuera así me pasaría vomitando todo el tiempo.
¡Qué plata al cuete, mecachendié!
Como que fuera poco pagarles el sueldo —el que no es del Indec, es del Banco Nación, o puntero del partido (ni falta hace decir cuál) o, lo que casi es peor, no se sabe de qué vive—, desperdician así los krugerrand que oblamos para sus viajes y distracciones. O sus "negocios".
A una partecita de ese dinerillo le podría haber dado buen uso yo, no para gastar miles de dólares sólo para chiflarle a la azafata cuando se aleja y codear al de al lado ca[yé]ndose de risa, o ir cantando y golpeando los costados del avión como si fueran en el colectivo 95 rumbo al Tomás Ducó o el Cilindro de Avellaneda. Incluso la aceptaría para ir a ver el mundial de Sudáfrica: finalmente, podría apostar a que el 99,9% de quienes me están leyendo no tienen ni la mitad de las horas de tribuna futbolera que tengo yo (para mi mal). Eso sí: tendrían que asegurarme una ubicación en la cual no tuviera a la vista la zona del banco de relevos de la selección de AFA donde cunde el arrastrado que no quiero nombrar, porque si fuera así me pasaría vomitando todo el tiempo.
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