lunes, 7 de junio de 2010

“Barras” deportados: se me rompe el corazón

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Y el bolsillo también, vamos. Pensar que juntamos pesito a pesito —no lo sabíamos, claro— para que estos muchachos lindos pudieran alentar a la selección (o lo que fueran a hacer a Sudáfrica, que eso es asunto de ellos), y estos negrazos africanos van, y los deportan. Los mandan de nuevo para acá: ni siquiera a Colombia, a Afganistán o a Laos. Acá.
¡Qué plata al cuete, mecachendié!
Como que fuera poco pagarles el sueldo —el que no es del Indec, es del Banco Nación, o puntero del partido (ni falta hace decir cuál) o, lo que casi es peor, no se sabe de qué vive—, desperdician así los krugerrand que oblamos para sus viajes y distracciones. O sus "negocios".
A una partecita de ese dinerillo le podría haber dado buen uso yo, no para gastar miles de dólares sólo para chiflarle a la azafata cuando se aleja y codear al de al lado ca[yé]ndose de risa, o ir cantando y golpeando los costados del avión como si fueran en el colectivo 95 rumbo al Tomás Ducó o el Cilindro de Avellaneda. Incluso la aceptaría para ir a ver el mundial de Sudáfrica: finalmente, podría apostar a que el 99,9% de quienes me están leyendo no tienen ni la mitad de las horas de tribuna futbolera que tengo yo (para mi mal). Eso sí: tendrían que asegurarme una ubicación en la cual no tuviera a la vista la zona del banco de relevos de la selección de AFA donde cunde el arrastrado que no quiero nombrar, porque si fuera así me pasaría vomitando todo el tiempo.
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